LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA VIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Mc 10,47.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, cuando salía Jesús de Jericó acompañado de sus discípulos y de mucha gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Llamaron al ciego diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«“La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”. Recibe a Cristo, recibe la facultad de ver, recibe la luz, para que conozcas a fondo a Dios y al hombre. El Verbo, por el que hemos sido iluminados, es “más precioso que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila”. Y ¿cómo no va a ser deseable el que ha iluminado la mente envuelta en tinieblas y ha agudizado los ojos del alma, portadores de luz?». (San Clemente de Alejandría).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un ciego”, también se ubica en Mt 20,29-34 y en Lc 18,35-43. La sanación de Bartimeo es el último milagro de Jesús en el evangelio de Marcos.

El pueblo que estaba a oscuras está próximo a ver la luz de la resurrección. Ante el grito de alguien que es ciego y mendigo, ubicado al borde del camino, que pide misericordia, y que grita a pesar de que todos quieren callarlo, Jesús se detiene y lo manda llamar. La fe, firme e insistente, está a punto de hacer otro milagro en medio de la impaciencia y rudeza de quienes la rodean. El ciego, al dejar su manto, deja tras de sí una vida “vieja” para asumir una nueva siguiendo a Jesús, que pronuncia estas palabras que se leerá muchas veces en el evangelio: «Tu fe te ha curado».

La potencia de este milagro no está en la sanación, sino en su significado: la ceguera era considerada un castigo de Dios (Ex 4,11; Jn 9,2; Hech 13,11), porque simbolizaba un espíritu en tinieblas y un corazón de piedra (Is 6,9; Mt 15,14; 23,16-26; Jn 9,41; 12,40). Por ello, los ciegos estaban condenados a mendigar (Mc 10,46) y su curación era considerado un milagro portentoso (Jn 9,16).

Cuando la fe es auténtica, se desea “ver” y, luego de recibir la gracia, se sigue con prontitud a Jesús, llegando a ser su verdadero discípulo; de esta manera, mientras algunos solo desean ser los primeros, Bartimeo, “el segundo”, solo desea “ver”. Quien estaba al margen del camino, ahora sigue a Jesús, que es el camino, la verdad y la vida.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Pasar de la oscuridad a la luz requiere de fe y de una gran disposición a quedar envueltos en su dinámica sanadora y liberadora. La fe es la fuerza que mueve montañas, es la compañera perfecta de la firme voluntad de querer estar sanos.

Si en algún momento de nuestras vidas nos encontramos en una oscuridad profunda y no hay un rayo de luz que nos oriente, debemos pedir a Cristo: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí», lo cual propiciará el encuentro personal y profundo con Jesús, activando la dinámica de la sanación. Esta dinámica tiene tres pasos: el primero es el reconocimiento humilde de nuestra pequeñez, enfermedad o ceguera espiritual; el segundo paso consiste en levantarse y acudir presuroso al llamado permanente de Nuestro Señor Jesucristo que nos pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». Y el tercer paso es la afirmación sincera del deseo de liberación; de esta manera, nuestra fe no quedará defraudada.

Después de este itinerario, debemos exultar alegres y proclamar, como Bartimeo, la grandeza del Señor en nuestras vidas, porque cuando una persona o comunidad recibe la luz de Cristo, se convierte y lo proclama a los cuatro vientos para que otros se acerquen a la gracia.

Reflexionando la lectura, intentemos responder: ¿Pedimos la fe transformadora a la Santísima Trinidad? ¿Cuáles son las características de nuestro seguimiento a Jesús? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que el seguimiento a Jesús se logra caminando con Él y a su ritmo, por el camino del servicio a los demás, por donde vayamos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, Hijo de David, concédenos los dones para ver las necesidades de nuestros hermanos, para que, siendo solidarios con ellos, seamos auténticos seguidores tuyos y jamás dejemos de seguirte.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, otorga tu perdón a las almas del Purgatorio, especialmente a las que más necesitan de tu infinita misericordia y permíteles contemplar tu rostro amoroso.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Santa Gertrudis de Helfta:

«En ti, Oh, Dios vivo, mi corazón y mi carne se estremece, y mi alma se regocija en ti, mi verdadera salvación. ¿Cuándo te verán mis ojos, Dios de los dioses, Dios mío? ¿Dios de mi corazón, cuándo me regocijarás con la visión de la dulzura de tu rostro? ¿Cuándo colmarás el deseo de mi alma con la manifestación de tu gloria?

¡Dios mío, tú eres mi herencia escogida de entre todos, mi fuerza y mi gloria! ¿Cuándo entraré en tu omnipotencia para ver tu fuerza y tu gloria? ¿Cuándo en lugar del espíritu de tristeza me revestirás con el manto de la alabanza, para que unido a los ángeles, todo mi ser te ofrezca un sacrificio de aclamación?

¿Dios de mi vida, cuándo entraré en el tabernáculo de tu gloria, para poder cantarte en presencia de todos los santos, y proclamar con el alma y el corazón que tus misericordias para conmigo han sido magníficas? ¿Cuándo se romperá la red de esta muerte, para que mi alma pueda verte sin intermediario?… ¿Quién resistirá a la vista de tu claridad? ¿Cómo podrá verte el ojo y oírte la oreja, contemplando la gloria de tu rostro?».

Queridos hermanos: pidamos todos los días la fe, aquella fe que libera y transforma, que nos hace ver la vida con los ojos del amor.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.