LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

SANTIAGO, APÓSTOL

«El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» Mt 20,28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20,20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús respondió «No saben lo que piden. ¿Son capaces de beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Lo somos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberán; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Ustedes saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes; el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, transliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (Mc 3,17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (Mt 10,2) y san Lucas (Lc 6,14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (Hch 1,13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida» (Benedicto XVI).

Hoy celebramos al apóstol Santiago, llamado “el mayor”, era uno de los doce. Provenía de una familia con holgura económica; sus padres eran Zebedeo y Salomé y era hermano de Juan evangelista. Estuvo presente en la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo con Pedro y Juan. Su martirio, en el año 44, por órdenes de Herodes Agripa I, es una clara señal de que la cruz forma parte la vida de todos. Y su ejemplo refuerza nuestra fe.

El episodio de hoy ocurrió en medio de los doce y se encuentra después del tercer anuncio que hace Jesús sobre su pasión y resurrección. En este texto, la madre de Santiago y Juan enciende la polémica sobre quiénes deben ocupar los puestos de honor al lado de Jesús, en el reino de los cielos. Este pasaje es una muestra de cómo las enseñanzas del Maestro, hasta ese entonces, no fueron comprendidas por sus apóstoles, quienes prometen beber el cáliz que beberá Nuestro Señor Jesucristo, pero que, a la hora de la pasión, abandonaron al Maestro.

Jesús responde y actúa con firmeza, señala que los puestos de honor los decide Dios Padre; así mismo, Jesús cuestiona y condena el modelo autoritario de los gobernantes de la época y de las instituciones que son gestionadas tiránicamente, y propone un nuevo modelo de gobierno en el que el poder está dado al que sirve; resaltando que lo más importante es seguirle a Él y servirle, antes que buscar los puestos de honor humano.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Muchas veces nosotros también nos comportamos como Santiago y Juan y buscamos puestos de honor, el prestigio, la estimación y admiración, antes que servir al Señor con humildad. Este texto cuestiona las fibras más íntimas de nuestro corazón, ya que Jesús manifiesta que, quien quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos, porque el poder nace del servicio.

Queridos hermanos, en este sentido, respondamos lo siguiente: ¿Nuestras acciones están motivadas por la búsqueda del éxito y de los honores y privilegios humanos o nuestra vida tiene un sentido cristiano? ¿Cómo reaccionamos ante las personas que, con cualidades menores o similares a las nuestras, desempeñan cargos más importantes? ¿Soportamos con serenidad el rechazo, la indiferencia e incomprensión de muchas personas en nuestra vida y oramos por ellas? Que las respuestas a estas interrogantes nos ayuden a servir a Dios con humildad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago, haz que, por su martirio, sea fortalecida tu Iglesia y, por su patrocinio, se mantenga fiel a Cristo hasta el fin de los tiempos.

Amado Jesus: purifica nuestro corazón y nuestros deseos, y con el poder de tu Santo Espíritu, danos la luz para vencer toda tentación de honores humanos y te sirvamos con humildad, comprendiendo que el verdadero poder del amor está en servir a los demás.

Amado Jesús, tú que dijiste «Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré», sé el bálsamo que sane las heridas de nuestra soberbia y otórganos la fortaleza para enfrentar, sin desánimos, el rechazo y la incomprensión de tantas personas.

Padre eterno, por tu inmenso amor y misericordia, concede a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, la gracia de disfrutar del gozo eterno; en especial a aquellos que más necesitan de tu misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del amor hermoso, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Gregorio Magno, papa:

«Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3,17-18; Mt 10,2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor…

Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.

Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, “por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12,1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.

Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la “buena nueva”, y características de la peregrinación de la vida cristiana.

Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.

Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.