LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» Jn 6,54.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Comulgad, comed el pan de vida, si queréis disfrutar de una vida sana, de bastantes fuerzas para el combate cristiano y de felicidad en el seno mismo de la adversidad. La Eucaristía es pan de los débiles y de los fuertes; es necesario para los débiles, está claro; pero también lo es para los fuertes, pues en vasos de arcilla, rodeados por todas partes de enemigos encarnizados, llevan su tesoro. Asegurémonos, pues, una guardia, una escolta fiel, un viático que nos conforte. Todo eso lo será Jesús, nuestro pan de vida» (San Pedro Julián Eymard).

En el pasaje evangélico de hoy Jesús acentúa el realismo de la Eucaristía. Gracias a este maravilloso sacramento, el creyente se une a Nuestro Señor Jesucristo porque la Santa Eucaristía es el alimento que nos sacia divinamente y para siempre. En ella, por acción del Espíritu Santo, se produce la Transubstanciación, el pan y el vino se convierten en el Santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Queridos hermanos: en la Santa Eucaristía, lo que vemos con nuestros ojos en el altar es el pan y el vino; sin embargo, por acción del Espíritu Santo, el pan es el cuerpo de Cristo y el vino es su preciosísima sangre. Esto es lo que se llama un sacramento. Por eso, cuando comulgamos, Jesús entra en nuestros cuerpos y en nuestros corazones; Él se convierte en nuestro invitado especial.

Así como cuando llegan invitados a nuestras casas y los recibimos en ambientes que hemos limpiado y preparado especialmente para la ocasión, y también les convidamos los mejores potajes. Así también recibamos a Jesús en nuestros corazones que hemos purificado con nuestro arrepentimiento y penitencia, y brindémosle nuestras mejores ofrendas, aquellas que nos inspira amorosamente el Espíritu Santo. No perdamos esta maravillosa ocasión se sentarnos con Jesús en este banquete celestial y de llevarlo en nuestros corazones.

Hermanos, meditando la lectura, conviene preguntarnos: ¿Alimentamos continuamente nuestra vida con el cuerpo de Cristo? ¿Somos conscientes de la maravilla que sucede en la Santa Eucaristía? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a formar parte del Cuerpo de Cristo, alimentándonos continuamente de la Santa Eucaristía y practicando obras de misericordia.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar todas tus promesas, que superan todo deseo.

Amado Jesús, pan vivo bajado del cielo, nuestro corazón está dispuesto a seguirte; concédenos la gracia de comer siempre de tu pan eucarístico sacramental y espiritualmente, y ser testigos de tu amor en nuestra vida.

Padre eterno, concede a nuestros hermanos difuntos la gloria de la resurrección en el último día.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Benedicto XVI:

«El Evangelio de este domingo es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas ha concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y se trata de “comer su carne y beber su sangre” (cf. Jn 6,54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida. Es evidente que este discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un viraje en su misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación de que él era el Mesías, hasta el punto de que inmediatamente después la multitud quiso llevar en triunfo a Jesús y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien precisamente con ese largo discurso frena los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. De hecho, explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado para ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él de modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad —esto es decisivo— y, como un único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.

Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías, como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz, en el que Jesús se convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así pues, Jesús pronunció ese discurso para desengañar a la multitud y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde entonces, ya no lo siguieron.

Queridos amigos, dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por las palabras de Cristo: él, grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con él».

Hermanos: glorifiquemos a Nuestro Señor Jesucristo en su Santísimo cuerpo y preciosísima sangre, pidiéndole que aumente nuestra fe y nuestra devoción al sacramento de la Eucaristía.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.