LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Mc 8,29.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 8,27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los pueblos de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se los explicaba con toda claridad. Entonces Pedro lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Después, llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«La identidad humana de Jesús era declarada por una voz divina, mientras que su identidad divina era manifestada mediante una voz humana» (Beda el Venerable).

El pasaje evangélico de hoy está integrado por tres segmentos: el primero es la confesión de Pedro, entre los versículos 27 y 30; el segundo, está referido al primer anuncio de la pasión y resurrección de Jesús, entre los versículos 31 y 33; y, el tercero, corresponde a las condiciones para ser discípulo, entre los versículos 34 y 38 (hoy meditamos hasta el versículo 35). Estos segmentos también están integrados en Mt 16,13-23 y en Lc 9,18-22.

Cesarea de Filipo es testigo de un momento decisivo en el itinerario misionero de Jesús porque allí se aclara su sentido mesiánico: Jesús no era el libertador político, sino el Mesías que viene a servir con amor extremo.

Mientras la multitud sigue sin identificar quién es Jesús, la confesión de Pedro es todavía limitada, pero representa un avance importante de los discípulos, aunque falta la luz pascual que pronto llegará. Inspirado por Dios Padre, Pedro reconoce a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios vivo. En el evangelio de Mateo, Jesús lo designa como la piedra fundacional de la Iglesia.

Luego, en el mismo pasaje evangélico, Pedro, con una concepción muy humana, que excluye a un Mesías sufriente, intenta que Jesús evite el sufrimiento y la muerte. El regaño de Jesús es duro; sin embargo, es también una liberación y una invitación a un seguimiento radical. Sin darse cuenta, tal como lo menciona San Quodvultdeus, obispo: «Pedro cometió el pecado de ignorancia e inadvertencia, como el de su triple negación cuando le dijo al Señor con presunción: “Daré mi vida por ti” (Jn 13,37), que Pedro lo canceló con el llanto, cuando, mirado por el Señor y mordido por el arrepentimiento, enseñó a decir al pecador presuntuoso “Me has vuelto tu rostro y me he quedado turbado” (Sal 29,9); y, “Cura mi alma porque he pecado contra ti” (Sal 40,5)».

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El seguimiento a Jesús, a pesar de la fragilidad humana, hace que Pedro confiese su verdadera identidad. El Espíritu Santo hace que esta confesión quede grabada también en nosotros y en todas las personas que la escuchan de corazón, porque confiesa el misterio de Nuestro Señor Jesucristo. Pedro es una muestra de cómo el Señor hace maravillas a través de quienes se entregan al servicio de Dios.

En los tiempos actuales, muchas veces, nosotros le hacemos el juego al tentador cuando no queremos cargar nuestra cruz e, incluso, por la fatiga y el desánimo que experimentamos al no confiar en Nuestro Señor Jesucristo, consideramos que la cruz no forma parte de nuestra vida. Pero, también estamos llamados a ser apóstoles del Señor; asumamos decididamente este maravilloso desafío con decisión y entrega, porque no es posible seguir a Jesús de manera inconsciente y con ligereza.

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Es Jesús para nosotros el Mesías, el Hijo de Dios vivo? ¿Seguimos a Jesús de manera decidida? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a comprender que el objetivo final de nuestra vida es la gloria que se alcanza solo en compañía de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia.

Padre eterno, sé nuestra ayuda y protección; asiste a los atribulados, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, muéstrate a los necesitados, cura a los enfermos, vuelve a los extraviados de tu pueblo, alimenta a los hambrientos, redime a los cautivos. Que todas las naciones conozcan que tú eres Dios Padre, que Nuestro Señor Jesucristo es tu Hijo y nosotros tu pueblo, las ovejas de tu rebaño.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo una fe inquebrantable y decidida, para que demos testimonio valiente de tu amor en un mundo cada vez más alejado de ti.

Amado Jesús, misericordia pura, recibe en tu mansión eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y envía tus ángeles para que acompañen a los moribundos en el tránsito de esta vida terrenal al cielo.

Madre Santísima, Bendita Tú, elegida desde siempre para ser santa e irreprochable ante el Señor por el amor, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Agustín:

«Cristo pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’, no porque no lo sepa, sino para que ellos descubran la profundidad de la fe. Las respuestas que dan los hombres, aunque llenas de respeto, no captan la verdadera identidad de Jesús. Solo Pedro, movido por el Espíritu Santo, confiesa la verdad: ‘Tú eres el Cristo’. Esta es la piedra angular de nuestra fe, sobre la cual toda la Iglesia está edificada. Pedro, en ese momento, es el portavoz de todos los creyentes que, a lo largo de los siglos, confiesan la misma fe.

Pero en un giro sorprendente, Pedro, después de esta confesión, intenta apartar a Cristo de su misión de sufrimiento. Esto nos muestra que, aunque podemos tener la fe correcta, aún nos falta entender completamente el camino de Cristo. La reprensión de Cristo a Pedro, llamándolo ‘Satanás’, nos enseña que cualquier intento de desviar a Cristo de la cruz es una tentación que debe ser rechazada. La cruz es central en el plan de salvación, y no puede haber redención sin ella.

Cristo entonces nos da una lección crucial sobre el discipulado: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga’. Negarse a sí mismo significa abandonar nuestros deseos egoístas, dejar atrás las pasiones del mundo, y someternos completamente a la voluntad de Dios. Cargar nuestra cruz no es una llamada al sufrimiento por el sufrimiento mismo, sino una participación en el sacrificio redentor de Cristo. La cruz es el único camino hacia la vida eterna, y aunque a menudo nos resulte difícil comprenderlo, es en la cruz donde encontramos nuestra verdadera libertad.

No debemos tener miedo de la cruz, porque, como nos enseña Cristo, después de la cruz viene la resurrección. Así como Cristo fue exaltado después de su pasión, también nosotros seremos exaltados si seguimos su ejemplo. Por tanto, hermanos, carguemos nuestra cruz con alegría, sabiendo que es el signo de nuestra salvación».

Queridos hermanos: confesar que Nuestro Señor Jesucristo es el Mesías de Dios, equivale a confesar toda nuestra fe; pues, como manifiesta Cirilo de Alejandría, “es confesar que Jesús es Dios, la encarnación de Dios, el crucificado y el resucitado”. Hagamos el compromiso de promover en nuestras comunidades esta maravillosa confesión, adhiriéndonos profundamente al amor de Dios y reconociendo su acción divina en nuestras vidas. Pidamos la ayuda e intervención del Espíritu para alcanzar este propósito.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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