LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«¡Joven, a ti te digo: levántate!» Lc 7,14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naín e iban con él sus discípulos y mucha gente. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre que era viuda; y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: «No llores». Y, acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: «¡Joven, a ti te digo: levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar; y Jesus se lo entregó a su madre. Y todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgo por toda Judea y por toda la región vecina.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Por la muerte de la carne permanecemos en el polvo hasta el fin del mundo. Nuestro Redentor, el tercer día, liberado de la aridez de la muerte y en una fresca lozanía, muestra el poder de su divinidad resucitando en su propia carne… Si es verdad que el cuerpo del Señor está vivo después de su muerte, para nuestros cuerpos es hasta el fin del mundo que es postergada la gloria de la Resurrección. Por eso Job tuvo el cuidado de marcar esa postergación diciendo “Porque yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre la tierra. Y después… yo, con mi propia carne, veré a Dios” (Job 19,25-26).

Tenemos la esperanza de nuestra resurrección, ya que estamos en presencia de la gloria de nuestra Cabeza. Que no digan -aún en su fuero interno- que si el Señor resucitó de la muerte es porque siendo Dios y Hombre en una sola y única persona, ha superado con su divinidad la muerte padecida en su humanidad. Y que nosotros, que somos solamente hombres, no podemos desprendernos de una condenación a muerte. Pero he aquí que los cuerpos de numerosos santos han también resucitado a su hora [según los Evangelios]. El Señor quiso mostrarnos en sí mismo la resurrección y nos presenta el ejemplo de seres semejantes a nosotros, por su naturaleza humana, para fortificarnos en la esperanza de la resurrección. Ante el don manifestado por el Hombre Dios en sí mismo, el hombre debía creer que la resurrección se podía producir en él y en otros de su misma naturaleza, puramente humana» (San Gregorio Magno).

La lectura de hoy se ubica luego del pasaje en el que Jesús sana al siervo del centurión. En el pasaje de hoy, a diferencia de la sanación del centurión, no existe ninguna persona que interceda para aliviar el dolor desgarrador de la viuda que ha perdido a su único hijo. Es Jesús quien, con toda su divinidad, se compadece, consuela y restituye la vida al joven, hijo de la viuda de Naín. De esta manera, restituye también la vida de la viuda. Ante el prodigio, la muchedumbre reconoce a Jesús como su “gran profeta” por medio del cual, «Dios ha visitado a su pueblo».

La resurrección del hijo de la viuda de Naín es un anticipo de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo que Dios Padre concede a la humanidad para aliviarla del dolor del pecado. De esta manera, Jesús nos ofrece una vida, la vida eterna, en la que la muerte ya no tiene poder.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo, a los jóvenes (“joven, levántate”), también podrá oírse la misma reacción que entonces: “en verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden» (José Aldazabal).

Cuando pasemos por alguna tribulación, no dudemos en acercarnos a Nuestro Señor Jesucristo. Él es muy sensible al dolor humano; se compadece de nosotros, nos consuela, nos purifica y nos restituye la vida, tal como lo hizo con la viuda de Naín. Él siempre acude con prontitud y somos nosotros quienes tardamos en aceptar o nos negamos a recibir su ayuda y amor misericordioso.

Queridos hermanos, meditando la palabra, intentemos responder: ¿Cómo actuamos frente al dolor de las personas? ¿Aconsejamos a los jóvenes, presente y futuro de la cristiandad? ¿Oramos para que el Espíritu Santo fortalezca su fe en un mundo cada vez más distante de Dios? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser compasivos y misericordiosos con las personas que tienen necesidades espirituales y materiales.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, compasivo y misericordioso, haz que cada uno de nosotros nos dejemos encontrar por ti y que siempre acudamos a tu llamado a seguirte. Te agradecemos porque con tu resurrección venciste a la muerte, eterna enemiga de la humanidad.

Espíritu Santo, otórganos un corazón como el de Nuestro Señor Jesucristo, compasivo y misericordioso, para superar la indiferencia ante el dolor humano y que nuestra compasión se convierta en acción solidaria.

Amado Jesús: mira con misericordia a los jóvenes, portadores de esperanza para la Iglesia y la humanidad; bendice sus caminos de descubrimiento y discernimiento en los tiempos de gozo y de dificultad para que sean reflejo de tu amor, amado Señor.

Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino a nuestros hermanos difuntos y a las almas de las personas agonizantes.

¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un comentario de José Aldazabal:

«Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R,17).

¡Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo. La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: «un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo».

El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.

El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, «joven, a ti te lo digo, levántate»? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?

La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: «el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre»?

La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.

Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo, a los jóvenes (“joven, levántate”), también podrá oírse la misma reacción que entonces: “en verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden».

Queridos hermanos: que las obras de misericordia en favor de las personas más necesitadas espiritual y materialmente sean parte de nuestras actividades cotidianas. Pidamos que el Espíritu Santo nos proteja y nos conceda la gracia de fortalecer nuestra fe.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.