LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». Mc 9,35.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días, resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?». Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó, y les dijo: «El que recibe a un niño como este en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Aquí se encuentra el corazón del mensaje cristiano: la grandeza no se mide por el éxito personal o el poder, sino por la capacidad de servir a los demás, especialmente a los más pequeños. Al poner a un niño en medio de los discípulos, Jesús da una lección profunda. En la sociedad de entonces, los niños no tenían estatus ni influencia. Al decir que acoger a un niño en su nombre es acogerlo a Él mismo, Jesús nos muestra que, en el Reino de Dios, los más pequeños y vulnerables ocupan un lugar privilegiado.

Esta enseñanza de Jesús nos invita a cambiar nuestra mentalidad. En un mundo donde el éxito, el poder y el prestigio son valorados por encima de todo, Jesús nos llama a valorar el servicio humilde y la acogida de los pequeños. Ser discípulo de Cristo significa seguir el camino del servicio, un camino que a menudo implica renunciar a nuestros propios intereses por el bien de los demás.

Como cristianos, estamos llamados a seguir este camino, a reconocer a Cristo en los más pequeños y a servir con amor a los que más lo necesitan. En esto encontramos la verdadera grandeza: no en la autoafirmación, sino en la humildad y el servicio» (Benedicto XVI).

El pasaje evangélico de hoy lo integran dos textos: “El segundo anuncio de la pasión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo” y el texto “Quién es el más importante”. El primero de ellos se ubica también en Mateo 17,22 y en Lucas 9,43b-45. El segundo se encuentra también en Mateo 18,1-5 y en Lucas 9,46-48.

El primer segmento describe cómo a los apóstoles se les hacía difícil entender la pasión y muerte después de haber presenciado los milagros de Jesús contra las fuerzas de la naturaleza y los males generados por el pecado de los hombres. No comprendían que la cruz es Sabiduría de Dios.

El segundo segmento trata sobre la verdadera vocación del apóstol y de todo hombre con respecto a su prójimo por encima de las posiciones y jerarquías; una vocación que se sustenta en el amor que recibimos de Dios Padre. Jesús resume esta misión poniendo como ejemplo la actitud ante un niño que representa la población más frágil e indefensa de la sociedad.

De esta manera, Jesús derriba toda pretensión de poder y dominio sobre los demás, promoviendo la humildad en su máximo grado y el florecimiento de la fraternidad en la humanidad. La verdadera grandeza se mide con el servicio, porque es el amor el que define al primero y al más grande.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la actualidad, la incomprensión de los apóstoles también se hace presente en el mundo, que rechaza la cruz y al mismo Dios. Las enseñanzas de Jesús son relegadas a la periferia de la vida y el mundo se dedica a promover y a enaltecer las pasiones humanas, el poder económico y político como prioridades existenciales. Pero Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos»; es decir, el poder nace del servicio.

Con una parábola en acción, Jesús nos enseña que la grandeza a la que debemos aspirar es a hacer las cosas por Dios y con humildad: Jesús abrazó a un niño poniéndolo «en medio de ellos» como símbolo de lo pequeño y desvalido. Por ello, lo que es pequeño, si se le protege en su nombre, se le hace a Él y al Padre que lo envió.

Hermanos: este texto cuestiona las fibras más íntimas de nuestro corazón, ya que Jesús manifiesta que, quien quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos; en este sentido, intentemos responder lo siguiente: ¿Comprendemos la inmensidad del amor de Nuestro Señor Jesucristo en el Árbol de la Cruz? ¿Nuestras acciones están motivadas por la búsqueda del éxito y de honores humanos o nuestra vida tiene un sentido cristiano? ¿Cómo reaccionamos ante las personas que, con cualidades menores o similares a las nuestras, desempeñan cargos más importantes? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a servir a Dios con humildad porque la vocación de servicio a los demás es uno de los pilares de nuestra doctrina cristiana.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna.

Amado Jesús, purifica nuestro corazón y nuestros deseos, y con el poder de tu Santo Espíritu, danos la luz para vencer toda tentación de honores humanos y te sirvamos con humildad, comprendiendo que el verdadero poder del amor está en servir a los demás.

Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Adelaide Anzani Colombo:

«He aquí al más grande: es un niño. Todavía no empaña ninguna mentira la inocencia de su mirada, no frena ningún cálculo la inocencia de su corazón. Se ofrece, se confía, tiene necesidad: dame la mano, cógeme en brazos. Es pequeño, es el símbolo de todos los “pequeños” según el Evangelio, de los últimos que cuentan, que tienen voz en el capítulo, que determinan algo. Sin embargo, es este pequeño, este último, el que define al primero y al más grande: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. El último es el siervo: frente a las invitaciones halagadoras, o las promesas seductoras de programas de vida que garantizan un camino sobre un lecho de rosas, el sabor amargo de las palabras que no querríamos oír, que desmienten todos los arribismos humanos e invierten los sistemas normales de la convivencia, nos indican el único camino del discípulo.

Es la cruz, es verdad. Es decir, es el amor, siempre. Es el servicio, que significa responder a la necesidad, ajena con una entrega continua que dispensa todas las energías sin cálculo, sin esperar recompensa, por puro amor. Es acoger a todos, sin excluir a nadie, pero invirtiendo el criterio de elección y de predilección, que se dirige de una manera instintiva hacia quienes ya poseen, a los que ya cuentan, a los que son agradables, simpáticos y amables. La elección del pobre multiplica el amor en proporción a la necesidad y lo dilata de una manera desmesurada como manto cálido para cubrir el frío de todas las indigencias, de las penas, de las insuficiencias, de las peticiones que no tienen voz. Un manto que cubre los miembros del pobre, del último, del siervo, porque que “el que acoge a un niño como este en mi nombre, a mí me acoge”».

Queridos hermanos: hagamos el compromiso de leer, meditar, orar y convertir en acción evangelizadora la Palabra de Dios, en especial, la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Instituyamos en nuestras vidas un servicio en nuestras comunidades en favor de las personas más necesitadas. Acompañemos este compromiso con la asistencia frecuente a la Santa Eucaristía, a la Adoración Eucarística y no dejemos de rezar el Santo Rosario.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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