«Les aseguro que quien deje casa, hermanos o hermanas o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más – casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en el mundo futuro, vida eterna». Mc 10,29-30.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él, replicó: «Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño». Jesús lo miró con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dales el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se fue entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!». Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: «Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro entonces le dijo: «Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Les aseguro que quien deje casa, hermanos o hermanas o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más – casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en el mundo futuro, vida eterna».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Dios te mira, seas quien seas. Y “te llama por tu nombre”. Te ve y te comprende, él, que te ha hecho. Todo lo que hay en ti lo sabe: todos tus sentimientos, tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. No se preocupa de ti solamente porque formas parte de su creación, ya que él cuida incluso de los gorriones, sino porque eres un hombre rescatado y santificado, su hijo adoptivo, y gozas en parte de esta gloria y de esta bendición que eternamente él derrama sobre el Hijo único.
Tú has sido escogido para ser su propiedad. Tú eres uno de aquellos por quienes Cristo ofreció al Padre su última plegaria y la selló con su sangre preciosa. ¡Qué pensamiento tan sublime, un pensamiento casi demasiado grande para nuestra fe! Cuando nos detenemos a reflexionar en él, ¿cómo no reaccionar de una maravilla tan grande, y, al mismo tiempo, de confusión? ¿Qué es el hombre, quiénes somos nosotros, quién soy yo para que el hijo de Dios se acuerde tanto de nosotros? ¿Quién soy yo para que me haya renovado totalmente y para que haga de mi corazón su morada?» (San John Henry Newman).
El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús y el joven rico”, se ubica también en Mt 19,16-30 y en Lc 18,18-30. Tiene dos segmentos bien definidos: el primero es el encuentro del joven rico con Jesús; y, el segundo, es la enseñanza de Jesús a sus discípulos unida a la recompensa celestial.
El joven rico, seguidor de la ley judía, formula a Jesús una pregunta crucial. Jesús, con una respuesta desafiante, le propone un cambio radical, haciendo ver que el fundamento de la bondad está en Dios y que la riqueza puede ser un obstáculo para el reino. El joven rico, aunque se esfuerza en ser bueno, su riqueza es solo terrena. Jesús, con una mirada cariñosa, penetrante y exigente, le señala que el reino implica hacer de esta tierra un espejo del cielo donde la justicia, el amor y la paz estén al alcance de todos.
Los discípulos, reconociendo la tendencia natural del ser humano a acumular, preguntan con preocupación, ¿quién puede salvarse? Jesús responde que la salvación es un don de Dios y que compartir la vida con Él y con los pobres tiene su recompensa en este mundo y luego en la vida eterna. El ciento por uno ya está presente en esta vida, pero con persecuciones.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Seguir a Nuestro Señor Jesucristo manteniendo apegos terrenales es un proyecto de vida contradictorio e imposible. Los apegos endurecen el corazón, impiden amar y, por consiguiente, evitan la fraternidad.
Muchas veces nos comportamos como el joven rico: cumplimos los mandamientos y los ritos según la tradición, y consideramos que eso es suficiente; pero, ser un verdadero cristiano va más allá de los preceptos, implica amar a Dios y amar al prójimo. Por ello, Jesús propone la pobreza liberadora, aquella a la que hace referencia en la primera bienaventuranza del Sermón de la Montaña, aquella que nos libera de las seducciones terrenales, que fomenta la fraternidad sustentada en el amor, donde la única riqueza es tener a Dios. En este sentido, las cualidades interiores constituyen la verdadera riqueza del cristiano: lo que hace rico a un hombre no es lo que tiene, sino lo que es y lo que hace, para sí mismo y en favor de los demás.
Con Nuestro Señor Jesucristo, el Reino de los cielos es una realidad: Él nos redimió con su pasión, muerte y resurrección. Ahora nos toca vivir intensamente nuestra vocación cristiana sea cual el estado de nuestras vidas. Nuestro Señor Jesucristo nos dice que lo sigamos en nuestras familias, comunidades, en el trabajo, como ciudadanos, pero dejando los apegos del mundo. Dios nos llama no solo a ser buenos cristianos, sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras.
Espíritu Santo, luz que penetras las almas, ilumina nuestras acciones y enséñanos a amar a la Santísima Trinidad sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Amado Jesús, te suplicamos que abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Benedicto XVI:
«El Evangelio de hoy tiene como tema principal el de la riqueza. Jesús enseña que para un rico es muy difícil entrar en el Reino de Dios, pero no imposible; en efecto, Dios puede conquistar el corazón de una persona que posee muchos bienes e impulsarla a la solidaridad y a compartir con quien está necesitado, con los pobres, para entrar en la lógica del don. De este modo aquella se sitúa en el camino de Jesús, quien —como escribe el apóstol Pablo— “siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza” (2 Co 8,9).
Como sucede a menudo en los evangelios, todo empieza con un encuentro: el de Jesús con uno que “era muy rico” (Mc 10,22). Se trataba de una persona que desde su juventud observaba fielmente todos los mandamientos de la Ley de Dios, pero todavía no había encontrado la verdadera felicidad; y por ello pregunta a Jesús qué hacer para “heredar la vida eterna”. Por un lado es atraído, como todos, por la plenitud de la vida; por otro, estando acostumbrado a contar con las propias riquezas, piensa que también la vida eterna se puede “comprar” de algún modo, tal vez observando un mandamiento especial. Jesús percibe el deseo profundo que hay en esa persona y —apunta el evangelista— fija en él una mirada llena de amor: la mirada de Dios. Pero Jesús comprende igualmente cuál es el punto débil de aquel hombre: es precisamente su apego a sus muchos bienes; y por ello le propone que dé todo a los pobres, de forma que su tesoro —y por lo tanto su corazón— ya no esté en la tierra, sino en el cielo, y añade: “¡Ven! ¡Sígueme!”. Y aquél, sin embargo, en lugar de acoger con alegría la invitación de Jesús, se marchó triste porque no consigue desprenderse de sus riquezas, que jamás podrán darle la felicidad ni la vida eterna.
Es en este momento cuando Jesús da a sus discípulos —y también a nosotros hoy— su enseñanza: “¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!”. Ante estas palabras, los discípulos quedaron desconcertados; y más aún cuando Jesús añadió: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”. Pero al verlos atónitos, dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Comenta san Clemente de Alejandría: “La parábola enseña a los ricos que no deben descuidar la salvación como si estuvieran ya condenados, ni deben arrojar al mar la riqueza ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida, sino que deben aprender cómo utilizarla y obtener la vida”. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de personas ricas que utilizaron sus propios bienes de modo evangélico, alcanzando también la santidad. Pensemos en san Francisco, santa Isabel de Hungría o san Carlos Borromeo. Que la Virgen María, Trono de la Sabiduría, nos ayude a acoger con alegría la invitación de Jesús para entrar en la plenitud de la vida».
Queridos hermanos: dejémonos mirar por Jesús y hagamos el compromiso de buscar la bienaventuranza del reino celeste a través de nuestros hermanos más necesitados; en ellos se encuentra Nuestro Señor Jesucristo.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.