LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

SAN JUAN PABLO II, PAPA

«Bienaventurados los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo» Lc 12,37.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,35-38

En aquel tiempo, dijo el Jesús a sus discípulos: «Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Ustedes estén como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Vivir en vigilancia es vivir en la certeza de que Dios actúa en nuestra historia, es vivir abiertos a la sorpresa de su amor» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos a San Juan Pablo II. Karol Wojtila nació en 1920 en Wadowice. Desde muy joven, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba como obrero, pero en su corazón latía fuertemente su vocación sacerdotal. Fue ordenado sacerdote en 1946; en 1958 fue consagrado obispo auxiliar de Cracovia. Participó en el Concilio Vaticano II. En 1978 fue elegido papa; su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia, duró casi 27 años.

Ejerció su ministerio con incansable espíritu misionero y con una caridad abierta a toda la humanidad. Realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, y 146 por el interior de este país. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Juan Pablo II promovió el diálogo interreligioso, convocando a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís. Bajo su guía, la Iglesia celebró el Gran Jubileo del año 2000. Con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia.

Realizó numerosas canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad, que sirvieran de estímulo a los hombres de nuestro tiempo. Dejó como legado múltiples documentos. Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. El Papa Benedicto XVI lo beatificó el 1 de mayo de 2011 y el Papa Francisco lo canonizó, junto a Juan XXIII, el 27 de abril del 2014.

El pasaje evangélico de hoy se ubica luego de la enseñanza de Jesús sobre el verdadero tesoro. En consonancia con las enseñanzas previas, en el texto Jesús exhorta a la vigilancia, enseñando que todo siervo debe estar siempre atento y preparado para recibir al amo apenas llegue a la casa y a la hora menos esperada. Debe encontrarse ceñido, es decir, con la túnica recogida y bien sujeta al cinturón para poder correr a abrir la puerta en forma inmediata; así mismo, con las lámparas encendidas para no tropezar e iluminar el camino de la entrada para atender en forma adecuada al amo.

La expresión «cintura ceñida» se encuentra en el libro del Éxodo 12,11 y se refiere a la comida de Pascua, que debía comer el pueblo, «bastón en mano y a toda prisa», en vísperas de la salida de Egipto. Así mismo, cuando alguien iba a trabajar, a luchar o a ejecutar una tarea, se ceñía.

Las «lámparas encendidas» se refieren a la luz con que se alumbraban en la casa y significa que hay que velar «toda la noche», sea cual sea la hora. Nos hace recordar las instrucciones recibidas por Moisés y por Aarón, precisamente, para comer la Pascua. Como lo afirma San Gregorio: «Quiso el Señor, por tanto, que nos fuese desconocida la última hora, para que no pudiendo preverla, estemos siempre preparándonos para ella».

El Señor está tocando la puerta de nuestros corazones, estemos vigilantes y con los brazos abiertos para recibirlo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«La vigilancia tiene el precio de una lucha contra nosotros mismos: el vigilante es el que resiste, el que combate para defender su propia vida interior, para no dejarse arrastrar por las seducciones mundanas, para no dejarse arrollar por las angustias de la existencia; en suma, para unificar fe y vida, y para mantenerse en el equilibrio y en la armonía» (Ermes Bianchi).

Nuestro Señor Jesucristo, a través de una comparación sencilla, insiste amorosamente en las actitudes fundamentales para ser sus discípulos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo; confianza filial en Dios Padre, desapego de los bienes terrenales y vigilancia para estar siempre preparado para el encuentro definitivo con Dios. La invitación a la vigilancia es también una llamada a la esperanza y al gozo. La espera del señor no es un tiempo de ansiedad o temor, sino un tiempo de preparación con sentido, porque el encuentro con el Señor es el último fin y la verdadera plenitud de nuestra existencia.

Así mismo, Nuestro Señor Jesucristo nos hace una promesa de felicidad en el versículo 37 que nos propone otra bienaventuranza: «Bienaventurados los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo».

En nuestros días, la llamada a la vigilancia es más importante que nunca. Vivimos en un mundo lleno de distracciones, de voces que nos invitan a vivir el momento sin pensar en lo trascendente. El ritmo frenético de la vida moderna nos puede hacer olvidar que nuestra vida es un camino hacia un encuentro y nadie conoce el día, ni la hora en que el Señor nos llamará a dicho encuentro. La propuesta de Jesús es clara: vivir con el corazón despierto, con la mirada puesta en el horizonte de la eternidad. Pero esta espera no es pasiva; es una espera activa, llena de obras de amor, de servicio, de justicia.

Un ejemplo concreto de cómo vivir esta vigilancia en nuestros tiempos podría ser el dedicar tiempo diario a la oración, a pesar de las exigencias del trabajo y las ocupaciones. La oración es esa luz encendida que mantiene nuestro corazón alerta, conectados con Dios y dispuestos a reconocer su presencia en nuestra vida cotidiana. También podemos vivir esta vigilancia en el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados, recordando que cada acto de amor es una manera de prepararnos para el encuentro con el Señor.

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Estamos en gracia de Dios, atentos y vigilantes? ¿Estamos preparados para presentarnos ante Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas nos animen a vivir con un corazón vigilante y despierto, esperando al Señor no con temor, sino con alegría y amor, sabiendo que él viene a nosotros para servirnos y colmarnos de su gracia. Que nuestra vida sea una espera llena de sentido, una espera que se transforma en servicio y en amor hacia los demás.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, tú que concediste los dones apostólicos a San Juan Pablo II, concédenos a nosotros la apertura de nuestros corazones para que, purificados por tu gracia, te sirvamos con amor.

Amado Jesús, concede a los consagrados y consagradas los dones apostólicos para que, instruidos en las sagradas doctrinas, contribuyan para que la humanidad tome conciencia de la importancia capital que tiene el seguimiento vigilante a Nuestro Señor Jesucristo.

Espíritu Santo: te pedimos por la salud espiritual y corporal de todos nuestros hermanos enfermos que están abandonados, sin ningún apoyo material y espiritual. Te suplicamos: no los abandones nunca, tú que eres el amor de Dios Padre y de Dios Hijo.

Amado Jesús, Salvador nuestro, te suplicamos que las almas de los difuntos de todo tiempo y lugar transiten por la puerta de tu misericordia, amado Señor.

Madre Santísima, Madre del amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Afraates:

«Despertémonos, por fin, del sueño y elevemos al cielo nuestros corazones junto con nuestras manos, a fin de que, cuando el Señor se acerque de improviso a la morada, nos encuentre vigilantes al venir. Seamos fieles en la oración para no vivir en el temor. Purifiquemos nuestros corazones de la iniquidad para ver al Altísimo en su gloria. Seamos misericordiosos como está escrito, a fin de que Dios tenga misericordia de nosotros. Reine la paz entre nosotros, a fin de que nos llamen hermanos de Cristo. Construyamos nuestro edificio sobre la roca, para que no lo derriben los vientos y las olas. Seamos vasos dignos de honor, a fin de que el Señor nos busque para su servicio. Volvámonos extraños al mundo como Cristo no fue del mundo. Participemos en su pasión, para que después podamos vivir en la resurrección. Imprimamos su signo en nuestros cuerpos, para ser liberados de la ira que va a venir; en efecto, es terrible el día en el que vendrá: ¿y quien lo podrá resistir?

Pongamos en nuestra cabeza el yelmo de la salvación, para no caer heridos en el combate. Seamos también olor suave, a fin de que nuestra fragancia se difunda a nuestro alrededor. Cuando no tengamos nada en la tierra, entonces lo poseeremos todo. Cuando nadie nos conozca, entonces tendremos muchísimos amigos. El que asume la semejanza del ángel se hace extraño a los hombres».

Hermanos: hagamos el propósito de reconocer la presencia de Dios en cada acontecimiento, grande o pequeño. Tal vez sea en la sonrisa de un ser querido, en una oportunidad de ayudar a alguien, o en la belleza de la naturaleza. Cada uno de estos momentos es una llamada a abrir la puerta y recibir al Señor que viene a nosotros.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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