LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» Lc 15,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 15,1-10

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la oveja que se me había perdido”. En verdad les digo que, así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la moneda que se me había perdido”. Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Nuestro Señor vino para buscar lo que estaba perdido… Deja algunas ovejas que están en el corral para correr detrás de la que se había perdido…Hagamos como él. Ya que nuestras oraciones son una fuerza, con la certeza de obtener lo que pedimos, corramos. Por nuestras oraciones, corramos a la búsqueda de pecadores y hagamos por ellos la obra por la que nuestro Divino Salvador vino sobre la tierra…

Si no estamos dedicados a la vida apostólica, mucho debemos rezar por la conversión de los pecadores. La oración es casi el único medio potente, extendido, que tenemos para hacerles un bien y ayudar a nuestro Salvador en su trabajo de salvar a sus Hijos, sacar de un peligro mortal a los que ama apasionadamente, ya que nos ha pedido en su Testamento de amar como él mismo ama… Si estamos dedicados al apostolado, nuestro apostolado sólo dará fruto si rezamos por los que queremos convertir, ya que nuestro Señor da al que demanda, abre a quien llama… Para que Dios ponga buenas palabras sobre nuestros labios, buenas inspiraciones en nuestros corazones y buena voluntad en aquellos a quienes nos dirigimos, es necesaria la gracia de Dios. Para recibirla hay que pedirla… Así, cualquiera sea nuestro género de vida, recemos mucho, mucho, por la conversión de los pecadores. Es especialmente por ellos que Nuestro Señor trabaja, sufre, reza…

Recemos cada día con toda nuestra alma por la salvación y la santificación de esos hijos perdidos pero muy amados de Nuestro Señor, para que no perezcan, sino que sean felices. Recemos cada día por ellos, largamente y con toda nuestra alma, para que el Corazón de Nuestro Señor sea consolado por su conversión y alegrado por su salvación…» (San Carlos de Foucauld).

El evangelio de San Lucas muestra la misericordia de Dios Padre y de Jesús en una maravillosa dimensión. En las parábolas de la oveja extraviada y de la moneda perdida predomina la búsqueda; en el caso del pastor, este sale a buscar a la oveja extraviada y regresa cargándola sobre los hombros.

En ambas, el resultado obtenido se celebra con espíritu festivo; en suma, representan la paciencia, misericordia y el gozo de Dios. De esta manera, nos ayudan a profundizar en nosotros la imagen de la Santísima Trinidad. Es importante mencionar que luego de estas dos parábolas se encuentra la parábola del hijo pródigo, en Lc 15,11-32.

Jesús dice estas parábolas en medio de los publicanos que eran considerados traidores a la patria porque trabajaban para el imperio romano. Así mismo, se dirigía también a todos aquellos que estaban alejados de los preceptos de la Ley; por esta razón, los fariseos y los escribas criticaban duramente a Jesús. Jesús desconcierta al mencionar la celestial alegría por la conversión de un pecador, que por noventa y nueve personas que son justos. Es el gozo de salvar lo perdido; por ello, Jesús no nos niega la esperanza del perdón.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«La misericordia divina es una de las constantes bíblicas y resumen de toda la historia de la salvación humana por Dios, que culmina en Cristo, imagen y espejo del rostro misericordioso del Padre» (Basilio Caballero).

Dios Padre está lleno de ternura; su misericordia, su infinito amor para toda la humanidad se manifiesta a través de Nuestro Señor Jesucristo, el Buen pastor. Por ello, la conversión de un pecador tiene un nuevo rasgo: un eco celestial, ya que Jesús rescata con su gracia al pecador y le devuelve la dignidad de hijo de Dios.

Cuando nosotros nos extraviamos, al igual que la oveja o la moneda perdida, Jesús sale a buscarnos porque nos ama, porque somos importantes para Él. Y si estamos arrepentidos y lo reconocemos como Nuestro Salvador, Jesús se alegra, al igual que todo el cielo por nuestro regreso a la casa del padre. Entonces, se produce la fiesta del perdón y de la misericordia en el cielo. En tal sentido, cada uno de nosotros podemos renacer a partir de aceptar la mirada paciente de la misericordia del Señor; basta que nos abandonemos en el mar infinito de su misericordia, sin temores, acudiendo al sacramento de la penitencia. No nos esperan reproches, ni duras prescripciones; Dios nos perdonará y recibirá con alegría.

Así mismo, reparemos en que nosotros también debemos ser misericordiosos porque la misericordia es la virtud que lleva a compadecerse de las sufrimientos y padecimientos ajenos; es curar heridas, es una condición esencial para nuestra salvación.

Hermanos: proyectemos su esencia a nuestra vida cotidiana y respondamos de corazón: ¿Buscamos la misericordia divina por nuestros pecados? ¿Practicamos la misericordia con nuestro prójimo? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser plenamente conscientes de que todos necesitamos el perdón y la redención de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, envíanos la luz de tu Santo Espíritu para que, sintiéndonos pecadores, nos dejemos conducir por ti a la Casa del Padre y, así, sintamos la alegría de tu inmensa misericordia en nuestro corazón. Aparta de nosotros todo tipo de pecado para que podamos mostrar gestos de misericordia, de acogida y perdón hacia las personas más necesitadas material y espiritualmente.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, derrama tu gracia y tus dones para que toda la humanidad vuelva a Dios y comprenda el rostro misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, extiende tu rostro de perdón a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, especialmente, a los que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Jesús, el Buen Pastor que nos busca incansablemente, sin descanso y sin temor. Al vernos como ovejas en sus brazos, sentimos la paz de sabernos amados y protegidos. En nuestra vida, también estamos llamados a buscar y a acoger. Hagamos el propósito de no dejar a nadie fuera, de no excluir a quienes nos necesitan. Que en cada acto de perdón y reconciliación estemos reflejando la misericordia del Padre. Al vivir con este amor, no solo encontraremos la paz, sino también la alegría de sabernos parte del Reino de Dios, un Reino de misericordia, donde cada hijo es una bendición.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo, el buen pastor, con uno de los escritos de Gregorio de Nisa:

«¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Toda la humanidad que cargaste sobre tus hombros es, en efecto, como una sola oveja.

Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. Muéstrame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma para ti.

¿Cómo puedo dejar de amarte a ti, que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puedo imaginarme un amor superior a éste: el de dar la vida a cambio de mi salvación».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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