SAN GIUSEPPE MOSCATI
«Entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?» Lc 18,7-8.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso la siguiente parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: “Hazme justicia frente a mi enemigo”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, para que no venga continuamente a molestarme”». Y el Señor añadió: «Fíjense en lo que dice el juez injusto; entonces Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?»
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El hombre que desde hoy invocaremos como santo de la Iglesia universal, se presenta a nosotros como una realización concreta del ideal del cristiano laico.
Giuseppe Moscati, médico jefe hospitalario, insigne investigador, profesor universitario de fisiología humana y de química fisiológica, vivió sus múltiples tareas con todo el compromiso y la seriedad que el ejercicio de estas delicadas profesiones laicales requiere.
Desde este punto de vista, Moscati constituye un ejemplo no solo para admirar, sino para imitar, especialmente por parte de los profesionales de la salud: médicos, enfermeros y enfermeras, voluntarios, y todos aquellos que, directa o indirectamente, están comprometidos en la asistencia a los enfermos y en el vastísimo mundo de la sanidad y la salud. Se presenta como ejemplo incluso para quienes no comparten su fe…
Por vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el médico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufrimientos fue para él una necesidad imperiosa e ineludible. El dolor del enfermo llegaba a él como el grito de un hermano al que otro hermano, el médico, debía acudir con el ardor del amor. El motivo de su actividad como médico no fue, por lo tanto, solo el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes, para aportar así, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece al mitigar el dolor y devolver la salud.
Recordando las palabras del Señor: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36), Moscati veía a Cristo mismo en el enfermo, que, en su debilidad, en su miseria, en su fragilidad e inseguridad, se dirigía a él implorando ayuda. Veía en quien estaba frente a él una persona, un ser con un cuerpo necesitado de cuidados, pero también un espíritu que clamaba por ayuda y consuelo…
En su constante relación con Dios, Moscati encontraba la luz para comprender y diagnosticar mejor las enfermedades y el calor para poder estar cerca de aquellos que, sufriendo, esperaban de él un servicio sincero…». (Homilía de San Juan Pablo II durante la canonización de Giuseppe Moscati).
San Giuseppe Moscati es un santo de nuestro tiempo que supo vivir el evangelio en el mundo universitario y traducirlo en la práctica de la profesión médica. Nació en Italia y fue reconocido por su profunda fe y dedicación a los enfermos, especialmente a los más pobres. Nacido el 25 de julio de 1880 en Benevento, Italia, se graduó en medicina a los 22 años y se destacó por su caridad y compromiso con los necesitados. Durante la erupción del Vesubio en 1906, evacuó heroicamente a pacientes de un hospital en peligro. Fue beatificado el 16 de noviembre de 1975 por el Papa Pablo VI y canonizado el 25 de octubre de 1987 por el Papa Juan Pablo II, quien lo proclamó santo en reconocimiento a su vida ejemplar de servicio y amor al prójimo.
Hoy meditamos la parábola del juez injusto y la viuda. Jesús usa esta parábola para iluminar la importancia de la oración constante y la fe firme ante las dificultades. Aquí, el acto de oración es un clamor de los justos, que no descansan hasta recibir una respuesta de Dios, quien, a diferencia del juez injusto, es amoroso y escucha las súplicas de su pueblo. Para Jesús la oración estaba íntimamente unida a la acción. Por ello, su vida era una permanente oración. «No busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió» dice en Jn 5,19.30. A él se aplica lo que dice el Salmo: «¡No hago más que orar!» (Sal 109,4) porque la oración es la fe en ejercicio.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Este Evangelio nos recuerda la fuerza de la fe y el poder de una oración constante. La viuda es la imagen del creyente que, aún en la dificultad y el rechazo, no deja de clamar a Dios. En una sociedad donde la inmediatez y los resultados rápidos son la norma, Jesús nos invita a profundizar en la virtud de la perseverancia y a confiar en que, aunque la respuesta tarde, Dios es fiel y escucha cada oración.
Nuestro Señor Jesucristo nos da ejemplos de su oración permanente a Dios Padre. Podemos citar algunos de los momentos de oración: cuando es bautizado por Juan Bautista; durante los cuarenta días en el desierto; cuando participaba los sábados de las celebraciones en las sinagogas; antes de elegir a sus apóstoles; en la transfiguración; cuando ora por Pedro; en la Cena Pascual; en el Huerto de los Olivos; cuando clama al cielo por quienes los crucifican; a la hora de su muerte, cuando dice a Dios Padre: «En tus manos encomiendo mi espíritu», entre otros pasajes.
Nuestro Señor Jesucristo demuestra, de esta manera, que la oración también está íntimamente ligada a la vida misma, a las realidades humanas por las que transitamos, entre ellas, la justicia. Por ello, nos pide perseverancia en la oración. Así mismo, en un mundo en el que la justicia es lenta y aumenta el número de jueces que no temen a Dios, Nuestro Señor Jesucristo nos hace ver que la justicia es uno de los rostros de la misericordia y del amor de Dios. Lo cual implica, no solo practicar la justicia, sino también defender y alzar nuestra voz ante la injusticia de la que son objeto muchas personas, especialmente las más débiles y vulnerables.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Espíritu Santo, te pedimos que inspires a los padres y educadores para que imploren, día tras día, la sabiduría de Dios y así puedan orientar a los niños y adolescentes en el camino de la verdad, honestidad, justicia y hermandad. Fortalece a todos los consagrados, consagradas y fieles de la Iglesia, para que anunciemos con entusiasmo y sabiduría el Evangelio que conduce a la vida eterna.
Amado Jesús, dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos, en especial, a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.
Oh, San José Moscati, médico de gran corazón, que en el ejercicio de tu profesión curabas el cuerpo y el espíritu de tus pacientes, míranos que recurrimos con fe a tu intercesión. Danos la salud física y espiritual, para que podamos servir con generosidad a los hermanos. Alivia las penas de los que sufren, conforta a los enfermos, consuela a los afligidos, da esperanza a los que no tienen fe. Haz que los enfermos puedan encontrar médicos como tú, humanos y cristianos. Que los jóvenes encuentren en ti un modelo de vida, los trabajadores un ejemplo, los ancianos un consuelo, los moribundos la esperanza de la salvación eterna. Sé un guía para nosotros: enséñanos a trabajar con seriedad, honestidad y caridad, para cumplir cristianamente nuestros deberes cotidianos.
Madre Santísima, Reina de los ángeles, intercede ante tu amado Hijo por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Jesús, quien nos llama a vivir una fe fuerte y persistente. Al mirarlo, sentimos su invitación a acercarnos a Dios con un corazón sencillo, como el de un hijo que confía plenamente en su Padre. Dejemos que esta imagen de la viuda que insiste nos inspire a vivir con valentía, a no rendirnos, a creer con el corazón, aun cuando las respuestas se retrasen. Hoy, propongámonos vivir con esta confianza en el amor de Dios, sabiendo que cada oración, cada palabra, es un eco que Él siempre escucha. Que nuestra vida sea una continua plegaria, un canto de fe que, al elevarse al cielo, transforme nuestro ser y nos acerque más a su presencia.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo, orante, con un sermón de San Agustín:
«¿Hay un medio más eficaz para animarnos a la oración que la parábola del juez injusto que nos ha contado el Señor? Evidentemente que el juez injusto no temía al Señor ni respetaba a los hombres. No experimentaba ninguna compasión por la viuda que recurrió a él y, sin embargo, vencido por el hastío, acabó escuchándola. Si él escuchó a esta mujer que le importunaba con sus ruegos, ¿cómo no vamos a ser escuchados nosotros por Aquel que nos invita a presentarle nuestras súplicas? Es por esto por lo que el Señor nos ha propuesto esta comparación sacada de dos contrarios para hacernos comprender que “es necesario orar sin desanimarse”. Después añade: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”.
Si desaparece la fe, se extingue la oración. En efecto ¿quién podría orar para pedir lo que no cree? Mirad lo que dice el apóstol Pablo para exhortar a la oración: “Todos los que invocarán el nombre del Señor serán salvados”. Después para hacernos ver que la fe es la fuente de la oración y que el riachuelo no puede correr si la fuente está seca, añade: “¿Cómo van a invocar al Señor si no creen en él?” (Rm 10,13-14). Creamos, pues, para poder orar y oremos para que la fe, que es el principio de la oración, no nos falte. La fe difunde la oración, y la oración, al difundirse obtiene, a su vez, la firmeza de la fe».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.