«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo» Mt 7,21.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,21.24-27
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra aquella casa; pero no se derrumbó porque estaba cimentada sobre roca. Al contrario, el que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa: esta se derrumbó y fue grande su ruina».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El Dios-Fortaleza, llega a ser Dios-Roca, fundamento sobre el que nos toca a nosotros construir. La vida contemplativa y la vida activa son necesarias para todos y cada uno. Sin el fundamento –vida interior, alimentada por la Palabra de Dios– no se puede construir, lo mismo que una vida de piedad, sin la práctica efectiva de las virtudes, es estéril. Sin Dios, sin Cristo, nada podemos hacer. Cristo viene a enseñarnos a construir el edificio de nuestra santidad. Escuchémoslo en las celebraciones litúrgicas (Manuel Garrido Bonaño).
El discurso del cual forma parte este pasaje se encuentra en el Evangelio de Mateo, dentro del Sermón de la Montaña. Jesús habla a sus discípulos y a la multitud desde una colina cerca del mar de Galilea, un entorno que permite que su voz alcance a muchos. Geográficamente, estas colinas eran testigos de las enseñanzas del Mesías que anunciaba el Reino de Dios, un Reino que trasciende las expectativas terrenales.
Socialmente, Jesús dirige sus palabras a un pueblo sencillo, compuesto en su mayoría por campesinos y pescadores, cuya existencia dependía de la estabilidad de sus casas y de la tierra. Hablar de una “casa fundada sobre la roca” tenía resonancia directa en un contexto donde las lluvias y tormentas podían causar desastres.
Religiosamente, el sermón tiene un trasfondo profético: Jesús no anula la Ley, sino que la lleva a su plenitud (Mt 5,17). Él denuncia la hipocresía de quienes proclaman palabras sin vivirlas y llama a construir la vida sobre la obediencia a la Palabra de Dios. Culturalmente, este mensaje es revolucionario: insta a una transformación interior que trasciende la mera observancia exterior. En un contexto de opresión romana, subraya que la verdadera fortaleza proviene de la fe en Dios y no de las estructuras humanas.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El Evangelio nos presenta un contraste poderoso: dos casas, dos fundamentos, dos destinos. Jesús no se limita a describir arquitecturas físicas; nos habla de las vidas humanas. La casa construida sobre roca simboliza al hombre que escucha y practica la Palabra del Señor, mientras que la casa sobre arena es la vida superficial de quien oye sin hacer.
Esta imagen es profundamente actual. En un mundo que exalta lo inmediato y superficial, ¿cuántas veces construimos sobre la arena? Las tormentas llegan inevitablemente: crisis personales, sufrimientos, pruebas de fe. Y en esos momentos, solo la solidez de una vida enraizada en Cristo puede sostenernos.
La roca es Cristo mismo, el fundamento firme que no falla (1 Co 3,11). Construir sobre Él implica no solo creer, sino vivir conforme a su Palabra. San Pablo nos recuerda: «No son los que oyen la ley los justos ante Dios, sino los que la cumplen». Este Adviento, Jesús nos llama a una conversión profunda: no basta con decir «Señor, Señor»; debemos hacer la voluntad del Padre. Preguntémonos: ¿qué tipo de casa estoy construyendo? ¿Dónde está mi fundamento? Este tiempo de Adviento es una invitación a revisar los cimientos de nuestra vida y asegurarnos de que están arraigados en la roca firme del Evangelio.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza, para que la gracia de tu bondad apresure la salvación que retrasan nuestros pecados.
Amado Jesús, tú eres nuestra roca, concédenos la gracia que multiplique los frutos de nuestro esfuerzo de construcción de nuestra casa interior, contigo y en ti.
Espíritu Santo, estamos dispuestos a seguir a Nuestro Señor Jesucristo y cumplir la voluntad de Dios Padre, fortalece nuestros dones para llevarla a la práctica en todos los aspectos de nuestras vidas.
Amado Jesús, ten piedad de los difuntos y ábreles las puertas de tu mansión eterna.
María, Madre Santísima, Madre del Adviento, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Cierra los ojos y contempla a Jesús como el Arquitecto divino, que te invita a construir tu vida con Él y en Él. Mira las tormentas que has enfrentado; identifica en ellas su presencia, sosteniéndote cuando todo parecía derrumbarse.
Hoy, toma un propósito concreto: escucha la Palabra de Dios, y pregunta: ¿Cómo puedo vivir esto en mi día a día? Haz un acto sencillo, como una obra de caridad, un perdón otorgado o un momento de oración en silencio, como respuesta concreta a lo que has escuchado.
Contempla también la Eucaristía como el alimento que fortalece los cimientos de tu alma. Al recibir a Cristo, deja que Él te transforme desde dentro, recordando las palabras del Salmo: «El Señor es mi roca, mi baluarte, mi libertador» (Sal 18,2). Que este Adviento sea un tiempo para cimentar tu vida en la roca firme de su amor.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de José Aldazabal:
«Cuando Jesús compara la oración con las obras, la liturgia con la vida, siempre parece que muestra su preferencia por la vida. Lo que quedan descalificadas son las palabras vacías, el culto no comprometido, sólo exterior.
¿Cómo estamos construyendo nosotros el edificio de nuestra casa, de nuestra persona, de nuestro futuro? ¿cómo edificamos nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia y sociedad? La imagen de las dos lecturas de hoy es clara y nos interpela en este Adviento, para que reorientemos claramente nuestra vida.
Si en la construcción de nuestra propia personalidad o de la comunidad nos fiamos de nuestras propias fuerzas, o de unas instituciones, o unas estructuras, o unas doctrinas, nos exponemos a la ruina. Es como si una amistad se basa en el interés, o un matrimonio se apoya sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se deja dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamenta en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde.
Debemos construir sobre la Palabra de Dios escuchada y aceptada como criterio de vida. Seguramente todos tenemos ya experiencia, y nuestra propia historia ya nos va enseñando la verdad del aviso de Isaías y de Jesús. Porque buscamos seguridades humanas, o nos dejamos encandilar por mesianismos fugaces que siempre nos fallan. Como tantas personas que no creen de veras en Dios, y se refugian en los horóscopos o en las religiones orientales o en las sectas o en los varios mesías falsos que se cruzan en su camino.
El único fundamento que no falla y da solidez a lo que intentamos construir es Dios. Seremos buenos arquitectos si en la programación de nuestra vida volvemos continuamente nuestra mirada hacia él y hacia su Palabra, y nos preguntamos cuál es su proyecto de vida, cuál es su voluntad, manifestada en Cristo Jesús, y obramos en consecuencia. Si no sólo decimos oraciones y cantos bonitos, ¡Señor, Señor!, sino que nuestra oración nos compromete y estimula a lo largo de la jornada. Si no nos contentamos con escuchar la Palabra, sino que nos esforzamos porque sea el criterio de nuestro obrar. Entonces sí que serán sólidos los cimientos y las murallas y las puertas de la ciudad o de la casa que edificamos.
Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible ante Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Que ante el anuncio de la misión que Dios le encomendaba, respondió con una frase que fue la consigna de toda su vida, y que debería ser también la nuestra: “hágase en mí según tu Palabra”. Es nuestra maestra en la obediencia a la Palabra».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.