LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO – CICLO C

SAN FRANCISCO JAVIER

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» Lc 10,21.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,21-24

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«¿Seremos nosotros de esas personas sencillas que saben descubrir la presencia de Dios y salirle al encuentro? ¿mereceremos la bienaventuranza de Jesús: “dichosos los ojos que ven lo que veis?”. Cristo Jesús quiere seguir “viniendo” este año, a nuestra vida personal y a la sociedad, para seguir cumpliendo el programa mesiánico de paz y justicia que está en marcha desde su venida primera, pero que todavía tiene mucho por recorrer, hasta el final de los tiempos. Porque la salvación “ya” está entre nosotros, pero a la vez se puede decir que “todavía no” está del todo» (José Aldazabal).

San Francisco Javier, nacido en el castillo de Javier, Navarra, en 1506, fue un misionero jesuita y uno de los primeros compañeros de San Ignacio de Loyola. Estudió en la Universidad de París, donde abrazó la vida religiosa y se unió a la naciente Compañía de Jesús.

Enviado como misionero, evangelizó extensamente en la India, Japón y otras regiones de Asia, enfrentando dificultades con una fe inquebrantable. Su pasión por las almas y su celo apostólico lo llevaron a convertir a miles, adaptándose a las culturas locales y proclamando el Evangelio con audacia. Murió en 1552 en la isla de Sancián, a las puertas de China. Fue canonizado en 1622 y es el patrono de las misiones. Su vida es un testimonio de amor a Cristo y entrega sin límites.

En el pasaje de hoy se enmarca en el viaje de Jesús hacia Jerusalén, en el corazón de su misión. Acaba de enviar a setenta y dos discípulos a proclamar el Reino de Dios, y regresan con júbilo al constatar el poder de la Palabra. En este contexto, Jesús exclama una oración de acción de gracias al Padre, revelando la profundidad de su relación con Él y la alegría del plan salvífico divino. Esta plegaria también se ubica en Mateo 11,25-27.

El contexto social y religioso del tiempo refleja un judaísmo dominado por las élites religiosas, quienes, en su sabiduría terrenal, a menudo, no comprendían la novedad del mensaje de Jesús. Los «sabios y entendidos» representan a quienes, atrapados en la autosuficiencia, no están abiertos a la revelación divina. Por otro lado, los «pequeños», símbolo de humildad y apertura, son los destinatarios privilegiados de la Palabra.

La misión de los discípulos anticipa la universalidad de la Iglesia, extendiendo el mensaje más allá de Israel. Políticamente, el mundo vivía bajo el estatus romano, que ofrecía cierta estabilidad, pero también perpetuaba la opresión. En este contexto, el Reino de Dios no se limita a estructuras humanas; es una llamada a la transformación interior y a la participación en la vida divina.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños… ¡Oh, caminos del Señor! O no existía o estaba oculto para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará el camino» (San Agustín).

Jesús, en su oración, nos introduce al misterio del amor del Padre, un amor que el mundo no puede comprender sin la simplicidad de corazón. «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21). Este acto de gratitud nos enseña que Dios no se revela a través del poder o el conocimiento humano, sino en la humildad de quienes reconocen su dependencia total de Él.

Hoy, vivimos en una sociedad que exalta el conocimiento y la autosuficiencia. La ciencia y la tecnología, aunque dones de Dios, pueden ser obstáculos si nos alejan de la simplicidad de los «pequeños». San Francisco Javier, cuya memoria celebramos, es un ejemplo luminoso de esta apertura. Abandonó los privilegios de su cuna noble y viajó hasta los confines del mundo, proclamando el Evangelio con la confianza de un niño en su Padre celestial.

Jesús revela que solo a través de Él podemos conocer al Padre: «Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Lc 10,22). Esto es una invitación a vivir en intimidad con Cristo, quien nos muestra el rostro misericordioso de Dios Padre. En este Adviento, estamos llamados a ser pequeños, a dejarnos sorprender por el misterio de la Encarnación, reconociendo que solo desde la humildad podemos ver a Dios actuando en nuestras vidas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, adquiriste para ti pueblos numerosos por la predicación de san Francisco Javier, haz que los fieles se apasionen con su mismo celo por la fe, y que la santa Iglesia se alegre de ver crecer en todas partes el número de sus hijos.

Amado Jesús, otórganos la virtud de la humildad para comprender tus enseñanzas y ponerlas en práctica en nuestras familias, comunidades, amistades, centros de trabajo y estudios, y por donde vayamos.

Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

El júbilo de Jesús en este pasaje nos invita a una actitud de asombro y gratitud. Contemplemos el amor del Padre que se revela en lo sencillo y cotidiano. Pregúntate hoy: ¿Qué áreas de mi vida necesito entregar con humildad para que Dios actúe? Tómate un momento de silencio para reflexionar cómo puedes imitar a los «pequeños» del Evangelio, confiando plenamente en la providencia divina.

Una propuesta concreta es reservar unos minutos diarios en Adviento para agradecer por tres cosas sencillas en tu vida. Este acto de gratitud te abrirá a descubrir la presencia de Dios en lo pequeño. Además, sigue el ejemplo de San Francisco Javier: busca compartir la alegría del Evangelio con alguien cercano, mostrando el amor de Dios con un gesto de bondad o una palabra de esperanza.

En este tiempo de espera, contemplemos al Niño de Belén, que nos muestra que Dios se hace pequeño para salvarnos. Que este Adviento sea un camino hacia la humildad, permitiendo que el Señor transforme nuestro corazón con su amor.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de San Hilario de Poitiers:

«Los cielos, el aire, la tierra, los mares, son revestidos de esplendor y el cosmos entero debe su nombre a su magnífica armonía. Esta belleza de todo, la apreciamos instintivamente, naturalmente, pero la palabra que la expresa es siempre inferior a lo que entendemos con nuestra inteligencia. Con más razón, el Señor de la Belleza está por encima de toda belleza y si nuestra inteligencia no puede concebir su esplendor eterno, puede tener una idea de su esplendor. Debemos confesar un Dios de belleza inconcebible para nuestro espíritu, a la que no podemos llegar fuera de Él.

Esta es la verdad del misterio de Dios, de la naturaleza impenetrable del Padre. Dios es invisible, inefable, infinito. La palabra más elocuente se calla, la inteligencia que desea penetrar ese misterio se siente entumecida, experimenta su propia estrechez. En el nombre del Padre, está su verdadera naturaleza, ya que él es Padre. Pero no como los hombres lo son, porque es increado, eterno, permanece siempre y para siempre. Sólo el Hijo es conocido: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27; Lc 10,22). Ellos se conocen mutuamente y el conocimiento que tiene uno del otro es perfecto. Porque nadie conoce al Padre sino el Hijo, es con el Hijo, único testigo fiel, que tenemos que aprender a conocer al Padre.

Es más fácil pensar esto del Padre, que decirlo. Siento cuánto la palabra es impotente para expresar lo que él es… El conocimiento perfecto de Dios a nuestra escala humana consiste en saber que Dios existe, que no puede ser ignorado, pero que permanece inexpresable e indecible. Creamos en él, tratemos de comprender, esforcémonos en adorarlo. Esa alabanza será el testimonio que podemos darle».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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