LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA II DE ADVIENTO – CICLO C

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo». Lc 1,30-32.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntó qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios no hay nada imposible». María contestó: «Aquí está la esclava de Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«¡Oh, Madre Inmaculada, que eres para todos un signo de esperanza segura y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza inmaculada! Tu belleza —Tota pulchra, cantamos hoy— nos garantiza que es posible la victoria del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que, por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud.

Sí, ¡oh, María!, tú nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas. Así lo hiciste tú, joven llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor.

Sé madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de ser «centinelas de la mañana», y da esta virtud a todos los cristianos para que sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia. Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros» (Benedicto XVI).

Hoy celebramos con gozo a Nuestra Santísima Madre por su Inmaculada Concepción, dogma proclamado en 1854 por el Papa Pío IX.

El relato de la Anunciación se sitúa en Nazaret, un pequeño y desconocido pueblo de Galilea. Alejado de los centros religiosos y políticos de Israel, este lugar humilde y aparentemente irrelevante se convierte en el escenario donde Dios despliega su plan salvífico. Galilea, habitada por judíos y gentiles, era vista por muchos como un territorio menos puro en comparación con Jerusalén. Sin embargo, es allí donde Dios elige comenzar la redención del mundo.

Israel vivía bajo una intensa expectativa mesiánica. El pueblo, oprimido por la ocupación romana, aguardaba al libertador prometido. Culturalmente, la mujer ocupaba un lugar de poca relevancia en la sociedad. Que el Ángel del Señor se dirigiera a una joven virgen, en un pueblo marginado, resalta la lógica divina: Dios se revela en la pequeñez y la humildad.

El anuncio a María resuena con el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Su figura encarna a la Hija de Sión, imagen renovada de Israel. El anuncio de un rey eterno, cuyo reino no tendrá fin, contrasta con la temporalidad del poder humano, simbolizado por la hegemonía romana. Así, el plan de Dios se gesta en el silencio, lejos de los palacios, y en el corazón inmaculado de María.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La Inmaculada Concepción no es solo un dogma, sino una invitación a contemplar lo que Dios puede hacer en un corazón que se entrega a Él. María es la prueba viva de que, cuando dejamos actuar a Dios, nuestras vidas se convierten en instrumentos de salvación para los demás.

La profundidad del pasaje evangélico de hoy es extraordinaria, porque Nuestra Santísima Madre es Virgen porque deja actuar al Espíritu Santo con una disponibilidad total. Un acontecimiento que cambió la historia de la humanidad.

Agradezcamos a Dios por la ternura y amor con la que llamó a la Virgen y por la confianza total y docilidad con que María responde: «Aquí está la esclava de Señor; hágase en mí según tu palabra». Por ello: oremos todos juntos: Te agradecemos Padre eterno «porque preservaste a la Santísima Virgen María de toda mancha de pecado original, para preparar en ella, enriquecida con la plenitud de tu gracia, la digna madre de tu Hijo, y mostrar el comienzo de la Iglesia, su bella esposa, sin mancha ni arruga», tal como reza el prefacio de la misa de hoy.

Hermanos, a la luz de la docilidad y aceptación de Nuestra Santísima Madre, intentemos responder: ¿Tenemos la disponibilidad de María para ser instrumentos de Dios? ¿Acudimos a Nuestra Santísima Madre, a través del Santo Rosario, para acercarnos más a Jesús? ¿Dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan acercarnos más a Nuestro Señor Jesucristo, apoyándonos en la protección maternal de Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada Concepción, y dejando que el Espíritu Santo nos guíe; Él lo está esperando, no tardemos más.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que por la Concepción Inmaculada de Nuestra Santísima Madre, la siempre Virgen María, preparaste a tu Hijo una digna morada y, en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos por su intercesión y compañía, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Amado Jesús, te suplicamos, ilumines a nuestros difuntos que yacen en tiniebla y en sombra de muerte, y ábreles las puertas de tu reino.

Madre Santísima, Madre Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Madre Admirable, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

María es la aurora que anuncia el sol de justicia, Cristo. Contempla su figura humilde, pero llena de gracia, y escucha su “sí”. En su voz resuena la fe que transforma el mundo.

Hoy, haz un propósito concreto: identifica una área de tu vida donde Dios te llama a confiar más en Él. Entrégale ese espacio con un acto de fe: puede ser una oración diaria, un gesto de reconciliación o una obra de misericordia. Deja que María sea tu modelo, especialmente en su silencio fecundo y en su disposición total a la voluntad divina. Contempla también la acción del Espíritu Santo en tu vida. Él, que obró el milagro de la Encarnación en María, desea renovar tu corazón. Pídele que ilumine tus decisiones y transforme tus temores en confianza. En este Adviento, repite con María: «Hágase en mí según tu palabra» y deja que su gracia haga nuevas todas las cosas en ti.

Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada Concepción, con una homilía de San Juan Pablo II:

«Hoy la Iglesia celebra la Inmaculada Concepción de María santísima, una fiesta solemne muy querida por el pueblo cristiano. Esta solemnidad se sitúa al inicio del año litúrgico, en el tiempo de Adviento, e ilumina el camino de la Iglesia hacia la Navidad del Señor.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción tiene como telón de fondo el cuadro bíblico de la Anunciación, en la que resuena el arcano saludo del ángel: “Dios te salve, llena de gracia; el Señor está contigo” (Lc 1,28). “Llena de gracia”. María, como Dios la pensó y quiso desde siempre en su inescrutable designio, es una criatura totalmente colmada del amor divino, toda bondad, toda belleza y toda santidad.

“El hombre mira las apariencias; el Señor mira el corazón” (1 S 16,7). Y el corazón de María está totalmente orientado hacia el cumplimiento de la voluntad divina. Por esto, la Virgen es el modelo de la espera y de la esperanza cristiana.

Contemplando la escena bíblica de la Anunciación, comprendemos por qué el mensaje divino no encuentra a María impreparada, sino, por el contrario, vigilante en la espera, recogida en un silencio profundo, en el que resuenan las promesas de los profetas de Israel, especialmente el famoso oráculo mesiánico de Isaías: “He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14).

En su corazón no hay ni sombra de egoísmo: no desea nada para sí, sino sólo la gloria de Dios y la salvación de los hombres. El mismo privilegio de ser preservada del pecado original no constituye para ella un título de gloria, sino de servicio total a la misión redentora de su Hijo.

Amadísimos hermanos y hermanas, la humanidad de nuestro tiempo, encuentra en la Inmaculada el modelo de la espera y la Madre de la esperanza. Ella nos enseña a evitar el fatalismo y la resignación pasiva, así como cualquier tentación. Nos enseña a contemplar el futuro sabiendo que Dios viene hacia nosotros. Estamos llamados a prepararnos a este encuentro en la oración y en la espera vigilante.

Mirándola a ella, Virgen sabia, aprendemos a estar preparados para comparecer ante Cristo, en la hora de su vuelta gloriosa. Que María nos ayude a salir al encuentro del Señor con fe viva, esperanza gozosa y caridad activa».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.