LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA II DE ADVIENTO – CICLO C

SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN

«Tus pecados están perdonados» Lc 5,20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,17-26

Un día estaba Jesús enseñando, y estaban sentados allí unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todos los pueblos de Galilea, Judea, y Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo, para ponerlo delante de Jesús. Como no sabían cómo hacerlo, a causa de la multitud, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él, viendo la fe que tenían, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados». Los escribas y fariseos se pusieron a pensar: «¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?». Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo: «¿Qué están pensando en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir “tus pecados te son perdonados”, o decir: “levántate y anda”? Pues, para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – dijo al paralítico – A ti te digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa». Él, levantándose inmediatamente, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estado tendido y se fue a su casa dando gloria a Dios. Todos quedaban asombrados y daban gloria a Dios, diciendo, llenos de temor: «Hoy hemos visto cosas admirables».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Juan Diego Cuauhtlatoatzin nació en Cuauhtitlán, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a Tlatelolco, en el Tepeyac, se le apareció María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, mientras Juan Diego se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante, la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

Fue beatificado en 1990 y canonizado el 31 de julio de 2002 por San Juan Pablo II, quien llamó a Juan Diego «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac».

El episodio del evangelio de hoy tiene lugar en Galilea, probablemente en una casa abarrotada de gente, donde Jesús enseña. Geográficamente, esta región era un punto de cruce cultural entre judíos y gentiles, marcada por aldeas humildes y comunidades marginadas. En este contexto rural, la enseñanza de Jesús atrae multitudes, sedientas de esperanza y sanación. La presencia de fariseos y doctores de la Ley acrecienta la tensión religiosa del momento; estos líderes observan con escepticismo a Jesús, quien no solo sana, sino que proclama un mensaje que cuestiona las estructuras religiosas y sociales.

La curación del paralítico, un hombre reducido a la dependencia y el aislamiento es un signo no solo físico, sino también espiritual porque la enfermedad se asociaba con el pecado; el paralítico no solo estaba inmovilizado físicamente, sino también señalado como un “pecador”. Este milagro, que combina la sanación con el perdón de los pecados, anuncia un Reino de Dios que desafía las expectativas terrenales y transforma tanto al individuo como a la comunidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El relato del paralítico transportado por sus amigos es una narración de fe, esperanza y misericordia. La escena nos lleva a contemplar la valentía de aquellos hombres que, desafiando obstáculos, bajan al paralítico desde el techo. Su audacia no es solo una acción física, sino una proclamación de su fe en Jesús: «Viendo la fe que tenían, dijo: “Hombre, tus pecados están perdonados”» (Lc 5,20).

Jesús no se limita a sanar el cuerpo; va más allá, tocando la raíz de la parálisis espiritual. Este acto, que escandaliza a los fariseos, revela su identidad divina: solo Dios puede perdonar pecados (cf. Is 43,25). La curación del paralítico se convierte en un signo visible del poder de Jesús, quien restaura no solo la movilidad, sino también la dignidad y la comunión con Dios.

En esta narración encontramos un eco de nuestra propia vida. ¿Cuántas veces nuestras almas están paralizadas por el pecado, la desesperanza o el miedo? Como el paralítico, necesitamos amigos que nos lleven a Jesús, y también estamos llamados a ser esos amigos para otros. Este Adviento, Jesús nos pregunta: ¿estamos dispuestos a dejar que su misericordia nos levante? ¿Tenemos la fe para creer que Él puede transformar nuestras vidas, incluso cuando las heridas parecen insuperables?

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dirige hacia ti nuestras súplicas, Señor, para que los deseos de servirte con total pureza nos conduzcan hasta el gran misterio de la encarnación de tu Unigénito.

Padre eterno, concédenos acoger siempre con humildad la gracia del perdón, a fin de que, sanados en el fondo de nuestro ser, quedemos libres para amar y servirte como tu deseas.

Padre eterno, que, por el don del Espíritu Santo, podamos unir nuestra vida a la muerte redentora de tu Hijo para la salvación de todos los hombres.

Amado Jesús, te suplicamos, ilumines a nuestros difuntos que yacen en tiniebla y en sombra de muerte, y ábreles las puertas de tu reino.

Madre Santísima, Inmaculada Concepción, Madre del amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Imaginemos al paralítico, primero postrado, cargado de culpas y limitaciones, y luego, levantado por la palabra de Jesús, lleno de vida y esperanza. Contemplemos la compasión de Cristo, quien no solo sana, sino que restaura el alma.

Hoy, hagamos un propósito concreto: identifiquemos una “parálisis” en nuestra vida, ya sea una relación rota, un hábito negativo o un área donde nos cueste confiar en Dios. Entreguémosla a Jesús en oración y pidamos su sanación. Además, convirtámonos en un “amigo” para alguien más: ayudando a un necesitado, ya sea con una acción concreta o con una palabra de ánimo. En este Adviento, permitamos que el Señor toque nuestras heridas más profundas. Como dice el Salmo: «Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades» (Sal 103,2-3). Que esta contemplación nos lleve a vivir en gratitud, levantados por la gracia y fortalecidos en la fe.

Hermanos: contemplemos a Dios con un texto del G. Zagrebelsky:

«Los milagros son un continuo sabotaje del orden constituido, encasquillan el mecanismo, la regla sobre la que se basa la vida cotidiana del mundo y, en consecuencia, se ve a Jesús como un saboteador del orden constituido, tanto por parte de las autoridades sacerdotales de su pueblo como por parte de las autoridades ocupantes. Sus movimientos más arriesgados tienen que ver con la curación en sábado, porque desquician la magnífica ley llamada “del sábado”, del shabbat, “cese” (el hombre cesa de trabajar en ese día, a imitación del shabbat de Dios). Jesús la practica en sus obras milagrosas continuamente en el Nuevo Testamento, sanando en sábado a personas enfermas de nacimiento; por tanto, a personas que podían ser sanadas un día antes o después. Quiere sanarlas en sábado porque quiere que el hombre sea señor del sábado. Esto supone una fuerte ruptura con la tradición de la que procede, porque, para Israel, el sábado es de Dios, no del hombre. El sábado es de Dios y Jesús dice que “es del hombre”.

A continuación, una segunda ruptura es que se arroga el derecho a decir mientras cura a alguien: “Vete, tus pecados quedan perdonados”. Esto constituye otra enormidad para aquellos oídos: ¿cómo puedes perdonar los pecados? Puedes realizar una curación, pero ¿perdonar los pecados? El verbo hebreo empleado es “levantar”: se levanta el pecado, es un acto de levantamiento, levantamiento de pesos, un acto atlético desde el punto de vista de la santidad. Solo Dios puede levantar el pecado de otro, ¿cómo se atreve él? Estas son las líneas de fricción de Jesús con la religión de su pueblo. El milagro es una prueba efervescente, pero ocasional; choca con la vida cotidiana, pero, después, son las palabras de Jesús las que desencadenan el choque».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.