LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA II DE ADVIENTO – CICLO C

SAN JUAN DE LA CRUZ, PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

«Pero les digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos» Mt 17,12.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,10-13

Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaban a Jesús: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Él les contestó: «Elías vendrá y lo renovará todo. Pero les digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos». Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el Bautista.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«San Juan Bautista es un profeta semejante al fuego, por la palabra ardiente como el horno encendido. De esta manera, por el celo ardiente, es presentado Elías, el defensor de Yahvé, el profeta de la vida austera. Hablar de profetas y de profecías es hoy casi una moda, pero no ciertamente en el sentido de vidente, sino en el sentido de testimonio. En la Iglesia los profetas pueden ser incómodos, pero son siempre necesarios. Dios los suscita, igual que a los apóstoles, para que ayuden a la Iglesia en su camino» (Manuel Garrido Bonaño).

Hoy celebramos a San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia. Nació en Ávila en 1542. A los 21 años ingresó en el convento de los carmelitas y fue ordenado sacerdote en 1567. En ése mismo año se une a Santa Teresa en el movimiento reformador. En 1568 cambió su nombre por Juan de la Cruz. Sufrió prisión por sus intentos de reforma. Compuso las obras La noche oscura del alma y la Llama de amor viva. Murió en Úbeda en 1591; fue beatificado en 1675 por Clemente X y canonizado por Benedicto XIII.

El alma de San Juan de la Cruz estaba inflamada por la luz de la sabiduría divina y el amor apasionado por Cristo crucificado. Su doctrina se resume en el amor por acompañar en el sufrimiento a Nuestro Señor Jesucristo y en el completo abandono del alma en Dios.

El pasaje evangélico de hoy también se ubica en Marcos 9,11-13 y tiene lugar después de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. Por ello, la pregunta que realizaron los discípulos surgió porque habían visto a Moisés y Elías en la transfiguración. Los discípulos, de acuerdo con la creencia popular, que enseñaban los doctores, dijeron que, si Elías no ha vuelto aún, Jesús no es el Mesías.

Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la de Juan Bautista, quien cumplió con su tarea de preparar al pueblo para la venida del Salvador. De la misma manera que a Juan no lo reconocieron, sino que lo mataron, así también Jesús, el Hijo del Hombre, será malinterpretado y condenado a muerte.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La pregunta de los discípulos refleja nuestras propias inquietudes: ¿dónde está Dios cuando nuestras expectativas parecen frustradas? Esperamos un Elías glorioso, pero nos encontramos con Juan el Bautista, vestido de humildad. Esperamos un Mesías triunfante, pero hallamos a un Salvador que abraza la cruz.

Jesús nos invita a mirar más allá de las apariencias. El cumplimiento de las promesas divinas no ocurre según los esquemas humanos, sino en el misterio de la humildad y el sacrificio. Juan el Bautista, como nuevo Elías, preparó el camino del Señor, pero fue rechazado. Así también Cristo, el Hijo del Hombre, será entregado al sufrimiento. Sin embargo, este camino de humillación es el que conduce a la gloria.

Hoy, mientras contemplamos el ejemplo de San Juan de la Cruz, resuena este llamado a abrazar la “nada” para alcanzar el “Todo”. En sus noches oscuras, Juan descubrió que la cruz no es el final, sino el umbral hacia la luz. Este Adviento, Jesús nos invita a confiar en los caminos de Dios, incluso cuando parecen ocultos o incomprensibles. ¿Estamos dispuestos a reconocer su presencia en lo pequeño, en lo humilde, en lo que el mundo rechaza?

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que hiciste a San Juan de la Cruz, presbítero, insigne por su perfecta abnegación y amor a la cruz, concédenos imitarle siempre para llegar a la contemplación eterna de tu gloria.

Amado Jesús, tú eres la Palabra eterna de Dios Padre, tú eres la infinita sabiduría con que fue creado todo el universo. Concédenos reconocerte a través de tu Palabra, de nuestros hermanos y en todo instante de nuestras vidas.

Amado Jesús, amado Maestro, escuela de luz, amor y misericordia, fortalece con tu Santo Espíritu a la Iglesia para que, en unión íntima contigo y encendidos por la fe, la esperanza y el amor, lleven tu Paz a toda la humanidad.

Amado Jesús, concede a todos los difuntos de todo tiempo y lugar el perdón, y ábreles las puertas de la mansión eterna.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del Adviento, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad.

  1. Contemplación y acción

Imagina a Jesús caminando hacia Jerusalén, consciente del sufrimiento que le espera, pero lleno de la certeza de que este es el camino de la redención. Contempla a Juan el Bautista, un hombre que, en su humildad y firmeza, señaló al Cordero de Dios sin buscar su propia gloria.

Hoy, identifica un área de tu vida donde necesitas dejar que Dios actúe según su plan, no el tuyo. Entrégale tus expectativas y tus miedos, confiando en que su camino, aunque a veces oscuro, siempre lleva a la luz. Como San Juan de la Cruz, practica la renuncia interior. Quizá esto implique soltar un resentimiento, abandonar un deseo desordenado o dedicar más tiempo a la oración silenciosa. Recuerda las palabras del salmista: «Tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 119,105). Deja que esta luz ilumine tu camino hacia el nacimiento del Salvador.

Hermanos: contemplemos a Dios con la lectura de un fragmento de la publicación Opere, denominado “Insegnamenti spirituali de San Giovanni della Croce”:

«Decía san Juan de la Cruz que san Dionisio Areopagita escribió esa sentencia maravillosa que afirma: “La más divina de todas las obras divinas es cooperar con Dios en el bien de las almas”. Es decir, que la suprema perfección de cualquier ser en su jerarquía y en su grado es ascender y crecer, según su propio talento y sus propias capacidades, en la imitación de Dios y -lo que es más admirable y divino- en ser cooperadores de él en la conversión y en la redención de las almas.

En efecto, en esto brillan las obras propias de Dios, que es gran gloria imitar, y por eso Cristo nuestro Señor las llamó obras del Padre, cuidados de su Padre…

Añadía que es una verdad evidente que la compasión con el prójimo crece más cuanto más se une el alma a Dios por amor. En efecto, cuanto más ama el alma, más desea que este mismo amor sea amado y honrado por todos. Y cuanto más lo desea, más trabaja para ello, tanto en la oración como en todos los otros ejercicios necesarios que a ella le son posibles. Tanto es el fervor y la fuerza de su caridad que estos tales, poseídos por Dios, no se pueden restringir o contentar con su propia y sola ganancia; más aún, al parecerles poca cosa ir al cielo solos, buscan con ansias afectos celestiales y diligencias exquisitas para conducir con ellos a muchos. Eso nace del gran amor que tienen por Dios y es fruto y efecto propio de la oración y la contemplación perfectas».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.