«Yo también les voy a hacer una pregunta; si me la contestan, les diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Mt 21,24-25.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 21,23-27
En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?». Jesús les contestó: «Yo también les voy a hacer una pregunta; si me la contestan, les diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?». Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo” nos dirá: “¿por qué no le han creído?”. Si le decimos: “de los hombres”, tememos a la gente, porque todos tienen a Juan por profeta». Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes, sino de otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos imaginar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia» (José Aldazabal).
El pasaje evangélico de hoy se denomina “La autoridad de Jesús”, se ubica también en Marcos 11,27-33 y en Lucas 20,1-8. Este episodio nos sitúa en el templo de Jerusalén, un lugar sagrado y centro de la vida religiosa y social de Israel. Allí, Jesús enseña, enfrentando a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Este diálogo ocurre pocos días después de su entrada triunfal a Jerusalén, un acontecimiento que había despertado expectativas mesiánicas, pero también el temor de los líderes religiosos, que se sentían amenazados por su creciente popularidad.
Jesús, a la vez que reafirma el ministerio de Juan Bautista, debate con sus acusadores, los que se ven obligados a dar una respuesta: «No sabemos». Ante esta reacción, la expresión de Jesús hace que sus acusadores queden humillados ante todos los que observaban esta escena.
La respuesta de Jesús representa una enseñanza para sus discípulos y seguidores de todos los tiempos con el fin de mantenernos firmes ante las persecuciones y no seamos presa de las manipulaciones ideológicas de cualquier época. Para ello, es necesario buscar a Dios en todas las cosas, purificarnos y hacer reparación por nuestras faltas y pecados; de esta manera, manteniendo limpio el corazón, vendrá el conocimiento perfecto de Dios. Esta es nuestra tarea diaria.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Este tiempo de Adviento, de espera de Nuestro Señor Jesucristo, es un tiempo propicio para descubrir y valorar su presencia en nuestras vidas, en lo cotidiano, en todas las situaciones e interacciones que tenemos diariamente.
En la lectura de hoy, la pregunta de los líderes religiosos: «¿Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23) es una interrogación que resuena a lo largo de los siglos. Es la pregunta de quienes, cegados por sus intereses, no quieren reconocer la verdad cuando está frente a ellos. Jesús, con su respuesta, no evade la cuestión, sino que expone el corazón endurecido de sus interlocutores.
La autoridad de Jesús no proviene de títulos humanos ni de instituciones terrenales. Su autoridad es la del Hijo de Dios, que actúa con el poder del amor y la verdad. Pero este poder no impone, sino que invita a una fe libre y personal. Los líderes religiosos, al no responder sobre el origen del bautismo de Juan, revelan su miedo: temen perder su posición ante el pueblo y, lo que es peor, temen confrontar su falta de fe.
Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Reconocemos la autoridad de Jesús en nuestra vida? ¿Estamos dispuestos a permitir que Él guíe nuestras decisiones, o preferimos evadirlo para mantener el control? En este Adviento, Jesús nos llama a abrir el corazón, a dejar de lado nuestras resistencias y a confiar en su palabra, que es vida y verdad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Escucha con piedad nuestras súplicas, Señor, e ilumina las tinieblas de nuestro corazón con la gracia de tu Hijo, que viene a visitarnos.
Espíritu Santo, concédenos tus santos dones para defender nuestra fe de manera valiente y decidida, aun en las condiciones más difíciles.
Amado Jesús, concede a todos los difuntos de todo tiempo y lugar el perdón, y ábreles las puertas de la mansión eterna.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del Adviento, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad.
- Contemplación y acción
En silencio, contempla a Jesús en el templo, rodeado de quienes lo cuestionan. Observa su serenidad, su firmeza, su sabiduría que no busca imponer, sino revelar la verdad. Siente cómo su autoridad no oprime, sino que libera.
Hoy, haz un propósito concreto: identifica un área de tu vida donde te resistes a la autoridad de Jesús y entrégasela en oración. Reconoce que su poder no es el poder del mundo, sino el del amor que transforma. Además, practica la humildad: escucha a alguien con quien usualmente no estás de acuerdo y busca comprender su perspectiva, reflejando la apertura que Jesús nos enseña. Mientras meditas, repite las palabras del Salmo: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 25,4). Deja que esta oración te conduzca a confiar más en la sabiduría divina que en tus propios razonamientos.
Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía de San Gregorio de Nisa:
«Lo que les pasa a los que desde la cumbre de una montaña alta miran hacia abajo un mar profundo e insondable, es lo que me pasa a mí cuando bajo los ojos desde la altura de la misteriosa frase del Señor: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. La promesa de Dios es tan grande que supera los últimos límites de la felicidad. ¿Existe otro bien que se pueda desear? El que ve a Dios ha obtenido todos los bienes, una vida sin ocaso, la bienaventuranza inmortal, un gozo perenne, la verdadera luz, una paz espiritual y dulce, una perpetua alegría. Pero ¿acaso la pureza de corazón no es una de esas virtudes inalcanzables porque supera nuestra naturaleza? Las cosas no son así …
Me parece que Dios desea mostrarse cara a cara al que tenga el ojo del alma bien purificado. Si, por consiguiente, remueves las malezas que han cubierto tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. Este sublime espectáculo ¿en qué consiste? En la santidad, en la simplicidad y en todos los resplandores radiantes de la naturaleza divina por los cuales se ve a Dios».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.