LECTIO DIVINA DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – CICLO C

«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto». Lc 3,22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 3,15-16.21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba a la expectativa, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo les bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, no merezco desatarle la correa de las sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego». Un día, cuando se bautizaba mucha gente, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Con estas palabras, que han resonado en la liturgia de hoy, el Padre señala a los hombres a su Hijo y revela su misión de consagrado de Dios, de Mesías. En la Navidad hemos contemplado con admiración e íntima alegría la aparición de la “gracia salvadora de Dios a todos los hombres” (Tito 2,11), gracia que ha asumido la fisonomía del Niño Jesús, Hijo de Dios, que nació como hombre de María virgen por obra del Espíritu Santo. Además, hemos ido descubriendo las primeras manifestaciones de Cristo, “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), que brilló primero para los pastores en la noche santa, y después para los Magos, primicia de los pueblos llamados a la fe, que se pusieron en camino siguiendo la luz de la estrella que vieron en el cielo y llegaron a Belén para adorar al Niño recién nacido. En el Jordán, además de la manifestación de Jesús, se produce la manifestación de la naturaleza trinitaria de Dios: Jesús, a quien el Padre señala como su Hijo predilecto, y el Espíritu Santo, que baja y permanece sobre él» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos el Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo que cierra el tiempo de Navidad y nos presenta una nueva manifestación del Señor como un eco de la Epifanía.

El evangelio de Lucas 3,15-16.21-22 nos sitúa junto al río Jordán, un lugar cargado de significado en la historia de Israel. Este río había sido el umbral de la entrada del pueblo elegido a la Tierra Prometida (Jos 3,17), y ahora, en sus aguas, Jesús inaugura una nueva etapa en la historia de la salvación.

Juan Bautista, revestido de un ardor profético, llama a la conversión y prepara al pueblo para el Mesías. Su mensaje resuena en una sociedad fragmentada: los pobres y marginados esperan la liberación, mientras los poderosos mantienen su dominio bajo el yugo del Imperio Romano. En este contexto, el bautismo de Jesús no es un simple gesto de humildad, sino una manifestación trinitaria: el Hijo se sumerge en las aguas, el Espíritu desciende en forma de paloma, y el Padre proclama: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La hermosa lectura del Bautismo del Señor también nos brinda valiosa información sobre los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, y nos ayuda meditar el primer misterio luminoso del Santo Rosario.

El bautismo de Jesús es un momento de revelación y un anticipo de su misión redentora. Al sumergirse en las aguas del Jordán, Jesús no necesita purificación; Él, el Santo de Dios, asume nuestra condición pecadora para redimirla. Este acto es una declaración de solidaridad divina: Dios no permanece distante, sino que entra en nuestra historia, en nuestras luchas y fragilidades.

El Espíritu Santo que desciende sobre Él nos recuerda que también nosotros, por el bautismo, somos ungidos y enviados. ¿Cómo vivir esta realidad? Primero, reconociendo nuestra dignidad como hijos amados de Dios. Segundo, respondiendo al llamado a ser testigos de su amor en un mundo que anhela esperanza. En un tiempo de confusión y desesperanza, el bautismo de Jesús nos invita a renovar nuestra fe, a ser luz en las tinieblas y a proclamar con nuestras vidas el Reino de Dios que se acerca.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios, todopoderoso y eterno, que, en el Bautismo de Cristo en el Jordán, al enviar sobre él tu Espíritu Santo, quisiste revelar solemnemente a tu Hijo amado, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia.

Santísima Trinidad, haz que el Santo Padre, el papa Francisco, los obispos, sacerdotes y consagrados, con su palabra y celo pastoral, ayuden a todos los bautizados a mantener viva la llama de la vida divina en nosotros.

Padre eterno, te pedimos que todos los gobernantes de las naciones descubran en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo el anuncio definitivo de la justicia, la reconciliación y la paz.

Amado Jesús, misericordia pura, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

En el silencio de la contemplación, miremos a Jesús mientras se sumerge en el Jordán. Escuchemos la voz del Padre que proclama su amor eterno por el Hijo, y recordemos que este mismo amor se extiende a nosotros. Propongámonos vivir como bautizados: reconciliémonos con quienes hemos herido, seamos compasivos con los marginados y renovemos nuestra oración diaria. Que cada acto de amor y misericordia sea un reflejo del bautismo de Jesús, un signo visible de que el Reino de Dios está entre nosotros. Dejemos que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas y nos impulse a proclamar, con hechos y palabras, que somos hijos amados de Dios.

Hermanos: contemplemos a la Santísima Trinidad con una homilía de San Juan Crisóstomo:

«Consideremos el gran milagro que se produjo después del bautismo del Salvador; es el preludio de los que iban a venir. No se abre el antiguo Paraíso, sino el mismo cielo: “Tan pronto como Jesús fue bautizado, se abrieron los cielos”. ¿Por qué razón se abren los cielos? Para que os deis cuenta de que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que no tengáis ya nada de común con la tierra… Sin embargo, aun cuando ahora no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron una vez de manifiesto.

La paloma apareció entonces para señalar como con el dedo, a los allí presentes y a Juan mismo, que Jesús era Hijo de Dios. Pero no solo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo. Pero ahora ya no necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta totalmente.

Pero ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu de mansedumbre aparece bajo la forma de paloma. La paloma, por otra parte, nos recuerda también la antigua historia. Porque bien sabéis que cuando nuestro linaje sufrió el naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer, apareció la paloma para señalar el final de la tormenta y, llevando un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra. Todo lo cual era figura de lo por venir… Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a un estado de desesperación, todavía hubo solución y remedio.

Lo que llegó en otro tiempo por el diluvio de las aguas, llega hoy como por un diluvio de gracia y de misericordia… No es tan solo a un hombre a quien la paloma llama a salir del arca para repoblar la tierra: atrae a todos los hombres hacia el cielo. En lugar de una rama de olivo, trae a los hombres la dignidad de su adopción como hijos de Dios».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.