LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Hagan lo que él les diga» Jn 2,5.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 2,1-11

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino». Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora». Su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: «Llenen las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: «Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo». Así lo hicieron. El mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (solo lo sabían los sirvientes, que habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Por obra de Cristo se produce en Galilea un vino nuevo, esto es, cesa la ley y sucede la gracia; es retirada la sombra y se hace presente la realidad; lo carnal viene a hacerse espiritual; la antigua observancia se transforma en el Nuevo Testamento. Como dice el Apóstol: “lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2 Cor 5,17). Y del mismo modo que el agua contenida en las tinajas, sin mermar en su propio ser, adquiere una nueva entidad, así también la ley no queda destruida con la venida de Cristo, al contrario, queda clarificada y ennoblecida. Como faltase el vino, Cristo suministra un vino nuevo. Bueno es el vino del Antiguo Testamento, pero el del Nuevo es mejor. El Antiguo Testamento que observan los judíos se diluye en la materialidad de la letra; mientras que el Nuevo, al que pertenecemos nosotros, nos comunica el buen sabor de la vida y de la gracia» (Fausto de Riez).

Continuamos contemplando el esplendor de las manifestaciones de Jesús como Mesías e Hijo de Dios: Epifanía, Bautismo, y hoy Caná de Galilea.

La escena evangélica de Caná no es la crónica de una simple boda, ya que no se habla de los esposos que merecieron tener a la Virgen María y a Jesús entre sus invitados. Además, Jesús se rehúsa a obrar el milagro, pero luego lo realiza: convirtiendo abundante agua en vino. María ocupa un puesto importante en el relato, aunque el protagonista es Jesús. Ella, ante el aparente rechazo de su Hijo, afirma: «Hagan lo que él les diga». De esta manera, invita a todos a adoptar una actitud de disponibilidad total a Jesucristo, como un reflejo de la postura del verdadero pueblo de Dios ante la alianza. Sus palabras son el eco del pueblo fiel: «Haremos cuanto dice el Señor» (Éx 19,8).

Jesús ocupa el centro del relato. La nueva revelación es el «vino» que Jesús trae y que es superior al agua de las tinajas de «piedra», que alude a la ley escrita en tablas de «piedra». Además, Jesús manifiesta su misterio, por eso elige unas bodas, ya que la alianza mesiánica fue anunciada por los profetas bajo el simbolismo de unas bodas (Os 2,16-25; Jr 2,1s; 3,1-6; Ez 16; Is 54,4-8) y también en el Cantar de los Cantares.

En Caná, llegó la hora mesiánica con la sobreabundancia, generosidad y el amor de Jesús, características esenciales de su vida terrena y del tiempo de gracia que vivimos. Así, Jesús manifiesta su gloria y santifica todo con su presencia, pero quiere contar con nuestra participación.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El milagro de Caná nos invita a contemplar cómo Jesús transforma lo ordinario en extraordinario. El agua destinada a las purificaciones rituales se convierte en vino, símbolo de alegría y plenitud. Este signo anticipa el don de su sangre, derramada en la cruz, que será la fuente de una nueva alianza.

María, en su sensibilidad y confianza, nos enseña a acudir a Jesús en nuestras necesidades. Su intercesión revela un corazón que sabe leer las carencias humanas y confía plenamente en el poder de su Hijo. «Hagan lo que él les diga» es una invitación no solo a obedecer, sino a entrar en una relación de fe viva con Cristo.

Este pasaje también nos desafía a mirar nuestras propias “vasijas”: ¿qué áreas de nuestra vida necesitan ser llenadas por la gracia de Dios? El milagro de Caná no solo transforma el agua en vino; transforma corazones, suscita la fe y abre un horizonte de esperanza. En un mundo marcado por la sequedad espiritual, el mensaje de Jesús es un llamado a dejarnos llenar por su presencia y a compartir con los demás la alegría de su Reino.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo y concede tu paz a nuestros días.

Amado Jesús, gracias porque al venir a nuestro mundo nos traes la vida y la alegría de tu divinidad. Gracias, amado Jesús, porque estamos invitados a la fiesta continua de tu hora, la de la salvación.

Amado Jesús, misericordia pura, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso: intercede también por nuestras necesidades ante la Santísima Trinidad, con tus ojos atentos y socorredores, capaces de intuir por anticipado el agotamiento del vino de las bodas.

  1. Contemplación y acción

En el silencio de la contemplación, veamos a Jesús en Caná, transformando el agua en vino. Imaginemos el asombro de los sirvientes, el gozo de los invitados, y el silencio reverente de sus discípulos al descubrir que Él es el Mesías. Este signo nos invita a abrir nuestras vidas al poder transformador de Cristo. ¿Cómo podemos aplicar esto? Primero, al reconocer nuestras carencias y llevarlas a Él en la oración. Segundo, al ser generosos con quienes nos rodean, permitiendo que su alegría se multiplique a través de nuestras acciones. Finalmente, vivamos con gratitud, sabiendo que cada pequeño milagro en nuestra vida es un signo del amor abundante de Dios.

Propongámonos esta semana ser una fuente de alegría para otros: un acto de servicio, una palabra de consuelo, un gesto de solidaridad. Dejemos que Jesús transforme nuestras vasijas en fuentes de bendición para quienes están a nuestro alrededor.

Hermanos: contemplemos a Dios y a Nuestra Santísima Madre con un texto Ermes Ronchi:

«Jesús empieza su misión participando en un banquete de “bodas”. Con todas las situaciones trágicas, las lepras, las muertes y las cruces que había en Israel, Jesús empieza casi jugando con el agua y con el vino. Jesús acude a una fiesta, a una fiesta del amor, aunque para decirnos algo bellísimo: el amor es la única fuerza que está en condiciones de llenar la tierra de milagros; el amor es ya en sí mismo un acontecimiento milagroso.

“Y estaba con ellos la madre de Jesús”. María vive con atención. María aparece como una presencia amistosa, atenta para que no cese el canto y no se detenga la danza en la fiesta de los pobres, para que no se apague la certeza de que “amigo” es un nombre de Dios. “La madre de Jesús dijo a los siervos: Haced lo que él os diga”. María se olvida de sí misma, desaparece, ya no hablará más, se vuelve transparencia de otro. No detiene en ella ni los méritos ni la atención, sino que remite a su hijo. “Haced”, aunque sin ver. María mira a los otros y no a sí misma, y los siervos se disponen a realizarlo, se convierten en hombres y mujeres irradiantes de vida. Son las últimas palabras de María en el evangelio. Las primeras y las últimas que nos dirige a los hombres.

Había hablado con los ángeles, con Isabel, con su hijo, pero éste es su testamento para los hombres. María es la primera en ver cómo desaparece la alegría de nuestros convites: casas sin paz, comunidades sin confianza, actividades sin entusiasmo, ciudades donde es imposible vivir y la tierra que se vuelve sucia, fea y desierta. Ahora bien, nuestra existencia puede volver a estar bajo el signo del prodigio, como en Caná, si elevamos los ojos desde el pequeño círculo de nuestros intereses, si acogemos a Jesús, que desciende al nudo germinal de la vida; si aprendemos de María cómo se sirve a Dios con seriedad, a los hermanos con tierna amistad y a la vida con alegría.

Caná y el papel de María nos revelan a un Dios atento a lo gratuito; un Dios atento a tu felicidad y pendiente de ella; un Dios que no es la punta de una pirámide de seres, la respuesta a todas nuestras preguntas, sino alguien que da una profundidad única a todo lo que tú haces. El Dios de Caná es el Dios de la fiesta, del vino, del amor gozoso que danza, y yo creo en Dios porque es un Dios feliz, que nos proporciona el placer de vivir, porque no hace eternamente otra cosa que considerar a cada hombre como más importante que él mismo. Yo soy ese hombre. Y soy un hombre agradecido».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.