LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Sígueme» Mc 2,14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 2,13-17

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él y les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Se levantó y lo siguió. Sucedió que, mientras estaba Él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La expresión más característica de la llamada es la palabra: “Sígueme”. Esta palabra manifiesta la iniciativa de Jesús. Con anterioridad, quienes deseaban seguir la enseñanza de un maestro, elegían a la persona de la que querían convertirse en discípulos. Por el contrario, Jesús, con esa palabra: “Sígueme”, muestra que es él quien elige a los que quiere tener como compañeros y discípulos. En efecto, más tarde dirá a los Apóstoles: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16)» (San Juan Pablo II).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús llama a Leví y comparte la mesa con pecadores”, se ubica también en Lc 5,27-32 y en Mt 9,9-13. Se encuentra luego del texto de la sanación del paralítico que meditamos ayer, en el que los escribas censuraban a Jesús por perdonar los pecados; hoy lo censuran porque come con pecadores.

La lectura nos lleva a las orillas del Mar de Galilea, un lugar de encuentro y actividad cotidiana. Esta región, habitada por pescadores, comerciantes y recaudadores de impuestos, era un crisol de culturas, reflejo de la dominación romana. En este escenario, Jesús llama a Leví, un publicano, un hombre despreciado por su colaboración con el imperio; los publicanos eran considerados pecadores públicos, impuros ante los ojos de los fariseos y del pueblo. Este acto escandaloso — «Sígueme» (Mc 2,14)— desafía las normas sociales y religiosas de la época, proclamando un mensaje revolucionario: la misericordia de Dios no conoce límites ni exclusiones.

Y la escena culmina con Jesús comiendo con pecadores, un gesto que no solo simboliza reconciliación, sino también comunión. Leví rompe con su pasado y se compromete a una vida nueva al lado de Nuestro Señor Jesucristo, asimismo, luego de su gran decisión, Leví abre su casa a todos para que el Maestro pueda entrar y traer la frescura de la vida. La única condición para participar en ese banquete es que el ser humano, con humildad, se reconozca pecador, desee convertirse y abandone el pecado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia», Rom 5,20.

Quienes hemos comprobado que Nuestro Señor Jesucristo busca al pecador, incluso en su mismo pecado, experimentamos el consuelo del amor de Dios; por ello, el texto es una invitación a vivir la experiencia de la misericordia divina para comprender su valor evangélico. Nuestro Señor Jesucristo nos brinda una lección de acogida, distinguiendo claramente que acogida no es sinónimo de complicidad, ya que Él distingue claramente la verdad del error y el bien del mal.

Leví es un ejemplo: sigue a Jesús inmediatamente, lo deja todo, lo cual es una expresión de su vocación radical. Jesús lo libera de la esclavitud del dinero, lo rehabilita y lo transporta a la libertad del seguimiento. Jesús no solo llama, sino que se sienta a la mesa con los marginados. En un mundo que a menudo excluye y juzga, Él nos invita a una conversión que no es solo personal, sino también comunitaria. Este texto nos pregunta: ¿Estamos dispuestos a abandonar nuestras zonas de confort para seguirle? ¿Podemos abrir nuestras mesas y corazones a quienes el mundo rechaza? La misericordia de Dios nos invita a una vida de comunión, donde las divisiones son superadas por el amor.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo.

Espíritu Santo concédenos los dones para ayudar a nuestros hermanos que están alejados de Jesús, a acercarse al océano infinito de la misericordia de Dios.

Amado Jesús, amor misericordioso, dígnate contar entre tus elegidos a las benditas almas del purgatorio. Muéstrales tu rostro misericordioso y llévalos a tu morada celestial, te lo suplicamos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Imaginemos a Jesús caminando junto al mar, con la mirada fija en Leví. En esa mirada no hay condena, sino una invitación al amor y a la libertad. Este encuentro no es solo historia; sucede también en nuestra vida. Hoy, Jesús nos dice: «Sígueme». Respondamos con generosidad, dejando atrás aquello que nos ata al egoísmo y la indiferencia.

Propongámonos abrir nuestro corazón y nuestras mesas a quienes son ignorados o rechazados. Quizás sea un vecino solitario, un compañero en dificultad o un familiar herido en el alma. Que nuestras acciones sean un reflejo de la mesa de Jesús, donde todos encuentran un lugar y un abrazo de bienvenida. Contemplemos este llamado como una oportunidad de ser luz en medio de las tinieblas.

Hermanos, contemplemos al Señor con un texto de San Agustín (Confesiones X,27):

«¡Tarde te amé, oh Hermosura tan antigua y siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera de mí mismo. Te buscaba afuera, me precipitaba, deforme como era, sobre las cosas hermosas de tu creación. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; estaba retenido lejos de ti a través de esas cosas que no existirían si no estuvieran en ti. Has clamado, y tu grito ha quebrantado mi sordera; has brillado, y tu resplandor ha curado mi ceguera; has exhalado tu perfume, lo he aspirado, y ahora te anhelo a ti. Te he gustado, y ahora tengo hambre y sed de ti; me has tocado, y ardo en deseo de la paz que tú das.

Cuando todo mi ser esté unido a ti, ya no habrá para mí dolor ni fatiga. Entonces mi vida, llena de ti, será la verdadera vida. Al que llenas tú, lo aligeras; ahora, puesto que todavía no estoy lleno de ti, soy un peso para mí mismo… ¡Señor, ten piedad de mí! Mis malas tristezas, luchan contra mis buenos gozos; ¿saldré victorioso de esta lucha? ¡Ten piedad de mí, Señor! ¡Soy tan pobre! Aquí tienes mis heridas, no te las escondo. Tú eres el médico, yo soy el enfermo. Tú eres la misma misericordia, yo soy miseria».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.