LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN ANTONIO ABAD

«Hijo, tus pecados te son perdonados» Mc 2,5.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 2,1-12

Cuando a los pocos días, Jesús volvió a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni siquiera junto a la puerta. Y él, les anunciaba la Palabra. Entonces, le trajeron entre cuatro a un paralítico y, como no podían acercarlo a Jesús, a causa del gentío, abrieron el techo encima de donde estaba él y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas que estaban allí sentados pensaban en sus corazones: «¿Por qué este habla así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo uno, Dios?». Jesús, dándose cuenta enseguida de lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué piensan así en sus corazones? ¿Qué es más fácil decirle al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y camina”? Pues, para que sepan, el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -dice al paralítico-: «A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Se levantó inmediatamente, tomó su camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron admirados y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Nuestra fe es un movimiento hacia Dios, una fe que nos sacude y nos arrastra, una fe que es éxodo de nosotros mismos y penetración en Dios. Una fe semejante constituye un trastorno radical: el hombre está invitado a salir de sí mismo, aprende a olvidarse y a abandonarse para dejarse alcanzar por la palabra viva y omnipotente de Dios con todas las consecuencias que esto implica. Una de ellas es que, en virtud de la fe, recibimos el mismo poder de Dios. La fe, en efecto, no es sólo el camino por el que podemos adherirnos a Dios y alcanzarle; es también el camino que Dios abre a su poder y a su fuerza para obrar maravillas en todo el mundo» (André Louf).

Hoy celebramos a San Antonio, abad, modelo de espiritualidad ascética. Nació en Egipto por el año 250 en una familia de acaudalados campesinos.

Durante una celebración Eucarística escuchó las Palabras de Jesús: «Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres». Por ello, al morir sus padres, San Antonio entregó su hermana al cuidado de las vírgenes consagradas, distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto donde comenzó a llevar una vida de penitencia. Organizó comunidades de oración y trabajo. En el desierto logró conciliar la vida solitaria con la dirección de un monasterio.

Tuvo muchos discípulos; trabajó en favor de la Iglesia, confortando a los confesores de la fe durante la persecución de Diocleciano y apoyando a san Atanasio en sus luchas contra los arrianos. Una colección de anécdotas, conocida como «apotegmas» demuestra su espiritualidad evangélica clara e incisiva. Murió alrededor del año 356, en el monte Colzim, próximo al mar Rojo.

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un paralítico”, se ubica también en Lucas 5,17-22 y en Mateo 9,1-8. Este texto proporciona una catequesis de valor universal ya que está lleno de un gran simbolismo: el paralítico es la humanidad o cada persona que es consciente de su necesidad de ser sanado; la camilla es la zona de confort que evita afrontar la vida cristianamente; los cuatro que cargaban al paralítico son los amigos que oran y confían en la potencia de la fe; los escribas representan a aquellos que impiden o retrasan que las personas se acerquen a Dios; y, Nuestro Señor Jesucristo es el que sana a la humanidad. Jesús demuestra que tiene la facultad divina para perdonar y confirma este poder con la curación física del paralítico. Este perdón reconciliador representa un proceso de conversión.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Ruego por vosotros, noche y día, a mi Dios que les conceda los mismos dones que me ha concedido a mí por su gracia, no porque yo fuera digno de ellos…; el gran Espíritu de fuego que yo mismo he recibido. ¡Recibidlo, pues, también vosotros!

Y si queréis obtener que more en vosotros, presentad antes las fatigas del cuerpo y la humildad del corazón, elevando noche y día vuestros pensamientos al cielo. Pedid con corazón sincero este Espíritu de fuego, y les será dado…; cuando lo hayáis recibido, os revelará todos los misterios más altos… Os ruego que abandonéis vuestra voluntad carnal y mantengáis la serenidad en cada cosa, a fin de que, con el apoyo del Espíritu Santo, moren en vosotros las potencias celestes y os ayuden a cumplir la voluntad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sea la alabanza eterna por los siglos de los siglos. Amén» (San Antonio, abad).

La lectura de hoy destaca la solidaridad y la fe de cuatro amigos y un paralítico que, sin escatimar esfuerzos, buscan estar cerca de Jesús. Nuestro Señor Jesucristo se compadece y restablece la salud espiritual y corporal del paralítico. El gesto de los cuatro hombres que llevan al paralítico ante Jesús es una imagen de la fe activa, audaz y perseverante. Ellos no se detienen ante los obstáculos, sino que encuentran un camino donde parece no haberlo. ¿Cuántas veces nosotros también necesitamos una fe que rompa techos, que desafíe las barreras del miedo, la duda o la desesperanza?

Jesús, al perdonar los pecados del paralítico antes de sanarlo, nos recuerda que nuestra necesidad más profunda no es física, sino espiritual. El perdón de Dios restaura el alma y nos devuelve la capacidad de caminar en libertad y esperanza. Este milagro también nos invita a reflexionar sobre nuestro papel como comunidad de fe: ¿somos puentes que llevan a otros a Jesús, o somos parte de la multitud que dificulta el acceso al Señor? En un mundo lleno de corazones paralizados por el pecado, estamos llamados a ser instrumentos de reconciliación, recordando que solo Jesús tiene el poder de decir: «Tus pecados te son perdonados».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que concediste a San Antonio, abad, servirte en el desierto con una vida admirable, concédenos, por su intercesión, que, negándonos a nosotros mismos, te amemos siempre y sobre todas las cosas.

Amado Jesús, gracias por tu misericordia, gracias por haber otorgado a la Iglesia la gracia y el poder de perdonar, en tu Santísimo Nombre, nuestros pecados.

Espíritu Santo concédenos los dones y los recursos para ayudar a nuestros hermanos, que están alejados de Jesús, a acercarse al océano infinito de la misericordia de Dios.

Amado Jesús, amor misericordioso, dígnate contar entre tus elegidos a las benditas almas del purgatorio. Muéstrales tu rostro misericordioso y llévalos a tu morada celestial, te lo suplicamos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

En la contemplación de este pasaje, vemos al paralítico bajar desde el techo hasta los pies de Jesús. Imaginemos su mirada, cargada de esperanza y vulnerabilidad, y la respuesta de Jesús: palabras de perdón y sanación. Este encuentro nos invita a examinar nuestras propias áreas de parálisis espiritual. ¿Qué techos debemos romper para acercarnos más a Jesús? Tal vez sea el orgullo, el resentimiento o el miedo. Propongámonos también ser como los cuatro amigos, llevando en oración a quienes necesitan del perdón y la gracia de Dios. En lo concreto, podríamos invitar a alguien a la reconciliación sacramental o acompañar a un amigo en su búsqueda de fe. Dejemos que el poder de Jesús transforme nuestras vidas y nos convierta en signos vivos de su misericordia y amor.

Hermanos, contemplemos al Señor con la lectura de un texto de Cirilo y Juan de Jerusalén:

«La fe tiene tanta energía como para no sólo salvar a quien cree, sino para que se salven unos por la acción de otros… Tenían fe quienes transportaron e introdujeron al paralítico a través del tejado.

El alma del enfermo sufría juntamente con el cuerpo la enfermedad… Los que lo llevaban eran quienes creían, y la curación sobrevino al que estaba paralítico.

Pero si no tienes ninguna fe, o la tienes escasa, clemente es el Señor para volverse propicio hacia ti cuando te conviertes. Con sencillez, di simplemente: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”.

Pero si crees que tienes fe, aunque todavía de modo imperfecto, es necesario que tú también digas con los apóstoles: “Señor, auméntanos la fe”. Pues ya tienes algo en ti, pero recibirás algo de lo mucho que en Él se contiene».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.