LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA III DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Lc 1,18-19, Is 61,1-2.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,1-4;4,14-21

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribir para ti, ilustre Teófilo, un relato ordenado a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso de pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«¡Oh fuego ardiente de amor! Dios, que envía al mundo a su Hijo amadísimo, a su único Hijo, que es de su misma naturaleza, y le confía la misión de darse a conocer y de ofrecernos su amor. ¡Oh, cuán gracioso es este mensajero que, como un ángel que proviene del trono de Dios, nos anuncia una gran alegría y nos da a conocer este sublime misterio!» (Juan de Ford).

Este tercer domingo del tiempo ordinario, está dedicado a honrar la Palabra de Dios; por ello, la liturgia de hoy nos muestra el poder unificador de la Palabra.

El pasaje evangélico de hoy presenta dos partes distintas. En la primera, Lucas presenta uno de los propósitos de su evangelio al compartir la Buena Nueva con su amigo Teófilo; este fragmento nos recuerda el hermoso regalo que representa la Palabra de Dios para la humanidad. La segunda parte nos sitúa ante la primera aparición pública de Jesús que fue iluminada por el texto del profeta Isaías, escogido por el Espíritu Santo para aquel momento solemne.

La liturgia de los sábados en las sinagogas tenía el siguiente esquema: primero la liturgia de la palabra que constaba de una primera lectura de la ley, tomada del Pentateuco y comentada por un entendido; y también de una segunda lectura tomada de los profetas que, con el permiso del que presidía la asamblea, podía leer cualquier varón mayor de treinta años. Es lo que hizo Jesús, quien después de leer a Isaías 61,1-2, la aplicó a sí mismo: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El Espíritu del Señor está sobre mí…». Estas palabras resuenan como una sinfonía de esperanza para un mundo que anhela redención. Jesús se presenta como el cumplimiento de las promesas de Dios: el ungido que trae buenas noticias a los pobres, libertad a los cautivos y vista a los ciegos. Este anuncio no es solo para los contemporáneos de Jesús; también interpela nuestro tiempo. ¿Cuántas veces vivimos como cautivos de nuestras propias inseguridades o cegados por el egoísmo? El “hoy” proclamado por Jesús nos invita a abrir nuestro corazón a su mensaje de salvación. Su Palabra tiene el poder de transformar nuestra oscuridad en luz y nuestras heridas en fuentes de gracia.

Jesús no solo declara la llegada del Reino de Dios; Él lo hace visible con sus obras. Al sanar, consolar y liberar, nos muestra que el Reino no es una idea abstracta, sino una realidad viva y activa. Estamos llamados a seguir su ejemplo, llevando su mensaje a los marginados y vulnerables de nuestro tiempo. «Hoy se cumple esta Escritura»: estas palabras nos desafían a vivir con la certeza de que el Reino de Dios está en medio de nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto.

Espíritu Santo, Espíritu de liberación, impúlsanos con el mismo ardor que movió toda la existencia de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo en quien Dios Padre se complace.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

En este pasaje, contemplamos a Jesús como el cumplimiento de todas las promesas divinas. Su presencia en la sinagoga de Nazaret es una imagen poderosa: el Hijo de Dios anunciando que el tiempo de gracia ha llegado. Imaginemos estar allí, escuchando sus palabras llenas de autoridad y esperanza. Este “hoy” también es nuestro. Estamos llamados a vivir con la confianza de que Dios actúa en nuestra historia.

Propongámonos concretar este mensaje en actos cotidianos: consolar a quien está triste, ayudar a un necesitado o reconciliarnos con quien hemos tenido diferencias. Dejemos que la presencia del Espíritu Santo transforme nuestras vidas, para que podamos ser testigos de este “año de gracia” proclamado por Jesús. Que nuestra contemplación nos lleve a vivir como “otro Cristo”, anunciando con nuestras acciones que el Reino de Dios está aquí y ahora.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan PabloII:

«Las enseñanzas de Jesús conservan íntegro su vigor a las puertas del año 2000. Son válidas para todos ustedes, mis queridos hermanos. En la búsqueda de la justicia del Reino no podemos detenernos ante dificultades e incomprensiones. Si la invitación del Maestro a la justicia, al servicio y al amor es acogida como Buena Nueva, entonces el corazón se ensancha, se transforman los criterios y nace la cultura del amor y de la vida. Este es el gran cambio que la sociedad necesita y espera, y sólo podrá alcanzarse si primero no se produce la conversión del corazón de cada uno, como condición para los necesarios cambios en las estructuras de la sociedad.

“El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad… para dar libertad a los oprimidos” (Lc 4,18). La buena noticia de Jesús va acompañada de un anuncio de libertad, apoyada sobre el sólido fundamento de la verdad: “Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8,31-32). La verdad a la que se refiere Jesús no es sólo la comprensión intelectual de la realidad, sino la verdad sobre el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes, sobre su grandeza y sus límites. Es la misma verdad que Jesús proclamó con su vida, reafirmó ante Pilato y, con su silencio, ante Herodes; es la misma que lo llevó a la cruz salvadora y a su resurrección gloriosa.

La libertad que no se fundamenta en la verdad condiciona de tal forma al hombre que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural, económico y político, dejándolo casi sin ninguna iniciativa para su desarrollo personal. Otras veces, esa libertad es de talante individualista y, al no tener en cuenta la libertad de los demás, encierra al hombre en su egoísmo. La conquista de la libertad en la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos…

Para muchos de los sistemas políticos y económicos, hoy vigentes, el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad.».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.