«¿Por qué tienen miedo? ¿Aun no tienen fe?» Mc 4,40.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,35-41
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, así como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Se puso de pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. Y les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Aun no tienen fe?». Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales. El mar es sinónimo, en la Biblia, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme. El aviso va también para nosotros, por nuestra poca fe y nuestra cobardía. No acabamos de fiarnos de que Cristo Jesús esté presente en nuestra vida todos los días, como nos prometió, hasta el fin del mundo. No acabamos de creer que su Espíritu sea el animador de la Iglesia y de la historia. A los cristianos no se nos ha prometido una travesía apacible del mar de esta vida. Nuestra historia, como la de los demás, es muchas veces una historia de tempestades» (José Aldazabal).
El pasaje evangélico de hoy, denominado “La tempestad calmada por Jesús”, se ubica también en Mateo 8,23-27 y en Lucas 8,22-25. Los hechos narrados por Marcos ocurren en la tarde del mismo día después de las parábolas que meditamos ayer y luego del Sermón de la Montaña.
En la lectura, la barca simboliza la Iglesia o la comunidad, o también cada uno de nosotros, envueltos en variadas tormentas, algunas inesperadas que se presentan a lo largo de nuestra existencia y que nos atemorizan y a veces nos desestabilizan.
Jesús, que aparentemente duerme, nos llama a confiar en su Palabra que tiene el don de silenciar todas las tempestades, y que es uno de los signos de su divinidad en los que muestra su dominio sobre el cosmos. De esta manera, Jesús nos invita a “cruzar a la otra orilla” teniendo una fe plena en él; porque si no zozobramos es gracias a que Nuestro Señor Jesucristo nos acompaña en la travesía. El miedo es mala compañía, es lo opuesto a la fe y al amor.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
«¿Por qué tienen miedo? ¿Aun no tienen fe?» Estas palabras de Jesús resuenan como un llamado directo a cada uno de nosotros. En medio de las tormentas de la vida, cuando los vientos del sufrimiento, la incertidumbre y el pecado parecen amenazar con hundir nuestra barca, nos encontramos con la misma pregunta. La tempestad no solo está fuera, sino también dentro de nosotros: en nuestras dudas, en nuestros miedos, en nuestra incapacidad de confiar plenamente. Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios, duerme en la barca. Este descanso no es indiferencia, sino una señal de confianza absoluta en el Padre. Él nos enseña que, incluso cuando todo parece perdido, Dios sigue siendo el Señor de la historia y de nuestras vidas.
La calma que Jesús impone al mar es un signo del Reino de Dios: un reino de paz que trasciende las circunstancias. Nos desafía a preguntarnos: ¿Confiamos en su poder? ¿Somos capaces de clamar como los discípulos: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»? La fe, aunque pequeña como un grano de mostaza, tiene el poder de mover montañas y calmar tormentas (Mt 17,20). Este pasaje nos invita a rendirnos a Cristo, dejando que su paz reine en nuestro corazón y en nuestra vida.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno: envía tu Santo Espíritu y renueva la faz de la tierra. Renuévala, Señor.
Amado Jesús: aumenta, a través del Espíritu Santo, nuestra fe para seguirte con firmeza, aun en medio de las tempestades.
Espíritu Santo, con tus gracias, despierta nuestra fe y otórganos el conocimiento del Dios verdadero. Ven Espíritu Santo y llénanos de fe.
Amado Jesús: mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.
Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
En la contemplación de este pasaje, imagina la barca en medio de la tormenta: las olas rugen, los vientos añaden caos, pero Jesús está presente. Su sola expresión: «¡Silencio, cállate!», transforma el mar embravecido en un lago sereno. En nuestra vida, ¿qué tempestades necesitamos entregar a Él?
Propongámonos vivir con confianza renovada, sabiendo que Jesús está con nosotros, incluso cuando parece dormido. En lo concreto, podríamos dedicar tiempo esta semana a un acto de confianza: rezar en silencio frente al Santísimo, dejar nuestras preocupaciones en manos de Dios o reconciliarnos con alguien que nos causa inquietud. Recordemos que la paz de Cristo no es ausencia de problemas, sino su presencia en medio de ellos. Dejemos que su paz transforme nuestro corazón y nos haga instrumentos de serenidad en un mundo necesitado de esperanza.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Paulino de Nola:
«Así curó los vicios de mi alma e hizo suyas las enfermedades de mi cuerpo el que es hombre por parte de madre y Dios por parte de padre. Soportó en verdad las debilidades que son naturales de la carne y no ocultó las sensaciones del cuerpo humano. Según la sensibilidad humana, come y bebe y cierra sus ojos con el sueño; al andar siente el cansancio del camino. Como hombre, derrama lagrimas por el amigo fallecido, al que inmediatamente después, como Dios, hará resucitar del sepulcro.
Como hombre lo llevaba la barca, como Dios ordena a los vientos y, aun siendo hombre, camina sobre las aguas por virtud divina. Con sentimientos de hombre tiembla cuando se le acerca la muerte, con la mente de Dios sabe que le ha llegado el tiempo de la muerte.
Como hombre fue crucificado, como Dios aterrorizó al mundo desde la cruz. Es justo, por consiguiente, que reafirmemos nuestros ánimos, elevemos la mente, expulsemos de nuestro corazón los temores cobardes, puesto que por nosotros el Hijo de Dios, aun siendo Dios en todo, dio la vida y al mismo tiempo volvió a tomarla.
Dios vencedor consiguió el triunfo sobre nuestra muerte y se llevó consigo nuestro cuerpo al cielo, por no considerar suficiente el haber asumido por nuestra salvación todas las debilidades humanas para suprimir nuestras heridas con las suyas».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.