SAN JUAN BOSCO, PRESBÍTERO
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo» Mc 4,26-27.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,26-34
En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la cosecha». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Es como un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes que las aves del cielo pueden cobijarse y anidar en ella». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
———–
«Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente. Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: “Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal”» (José Aldazabal).
Hoy celebramos a San Juan Bosco, educador excepcional. Nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti. Fue dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física poco comunes. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841.
Su pasión era la educación de los jóvenes, en especial, los más pobres y abandonados. Con la ayuda de su mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al Oratorio de San Francisco de Sales. Inventó una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como el “método preventivo”, que se sustentaba en la religión, la razón y el amor. Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) y las Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La parábola de la semilla que crece por sí misma nos invita a contemplar la acción silenciosa y constante de Dios. El Reino de los cielos no llega con estruendo, sino como una pequeña semilla que, plantada en el corazón del mundo, crece de manera misteriosa. Esta imagen es profundamente consoladora: no todo depende de nuestros esfuerzos, sino de la gracia de Dios que actúa incluso cuando no somos conscientes. Sin embargo, también es un llamado a la colaboración activa. Somos los sembradores llamados a esparcir la semilla de la Palabra, confiando en que Dios hará crecer lo que hemos sembrado.
¿Cómo aplicar esta parábola en nuestra vida diaria? Nos desafía a vivir con paciencia y esperanza, especialmente en un mundo que busca resultados inmediatos. Las pequeñas acciones diarias —un gesto de bondad, una palabra de aliento, un momento de oración— son como semillas que pueden dar frutos inesperados. En un mundo que a menudo valora la apariencia y el poder, esta parábola nos invita a valorar lo oculto y lo humilde, recordando que «Dios eligió lo débil del mundo para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27).
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que has suscitado en San Juan Bosco, presbítero, un padre y un maestro para los jóvenes, concédenos que, encendidos en su mismo fuego de caridad, podamos ganar almas para ti y solo a ti servirte.
Amado Jesús, te queremos pedir de manera especial por las familias del mundo, para que la Familia de Nazaret, de la cual formaste parte, sea el ejemplo universal. También te pedimos por la educación de los niños y jóvenes, para que sea el reflejo de tus enseñanzas y deje de lado toda ideología que contravenga tus mandamientos.
Amado Jesús: mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.
Madre Santísima, Madre del amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
En la contemplación de estas parábolas, dejemos que la imagen de la semilla que crece en silencio penetre en nuestra alma. Visualicemos un campo tranquilo, donde la semilla, invisible a nuestros ojos, trabaja en lo profundo de la tierra. ¿No es así como obra Dios en nuestra vida? Tal vez no vemos los frutos de nuestras oraciones o esfuerzos, pero confiemos en que Dios está actuando. Propongámonos hoy sembrar una semilla concreta: un acto de bondad, una palabra de consuelo o un momento de reconciliación. Dejemos que el tiempo y la gracia de Dios hagan el resto. Que este texto nos inspire a vivir con los ojos puestos en lo eterno, recordando que todo lo pequeño y oculto tiene un valor inmenso en el Reino de los cielos.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Luigi Pozzoli:
«Jesús estaba enamorado de todo lo que es pequeño, frágil, inconsistente, no llamativo. Su atención se detuvo muchas veces con una simpatía particular en las cosas pequeñas, como si quisiera rescatarlas de su condición de oscuridad. Y cuando su mirada se dirigía a las personas, tenía una predilección por los pequeños y por los humildes: a sus ojos los grandes se volvían pequeños, y los pequeños, los niños en particular, se volvían grandes.
Esta celebración de la pequeñez era perfectamente coherente con todo su modo de ser. ¿Acaso no era él, Jesus, la pequeña semilla destinada a desaparecer en la oscuridad de la tierra para expresar después energías de resurrección y de vida? A nosotros nos gusta lo que es grande y espectacular; el Señor prefiere, en cambio, todo lo que es humilde y pobre; pensemos en la pobre materia de los sacramentos: el pan, el vino, el aceite, el agua, la palabra del perdón, el gesto de amor…
¿Cómo se explica esta divergencia entre nuestras medidas y las del Evangelio? Hay un detalle en la primera parábola que puede explicarlo todo: se habla del tiempo de la siega. El tiempo de la siega es, en el lenguaje bíblico, el último, el del juicio al final de la historia. Ahora bien, si nuestro acontecer existencial ignora el futuro que se encuentra más allá de la historia, ¿qué pasa? Que el tiempo, mutilado de su dimensión eterna, se hace demasiado breve. En consecuencia, es un tiempo que no conoce la espera y la paciencia del agricultor. Es menester recuperar otra cultura, la que nos sugieren las parábolas del evangelio.
El tiempo es una realidad profunda. Está el tiempo de la siembra y el de la siega. Esta la acción del agricultor y otra acción, misteriosa, por la que, incluso cuando el agricultor está inactivo, la semilla brota y crece. En consecuencia, es preciso estar enamorados, ante todo, de lo que está germinando, pero está lleno de energías. Es preciso, si podemos hablar así, hacernos poetas de los comienzos. A buen seguro, no es fácil cuando se tiene prisa y se está obligado a padecer las lentitudes de Dios.
El Reino crece: esto es una certeza. Dejemos hacer a Dios: lo que no podemos hacer nosotros, lo hace él. Lo que importa es hacer bien lo que estamos llamados a hacer cada día, en las situaciones normales. Se trata de una promesa del Señor que es verdadera».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.