SANTA ÁGUEDA, VIRGEN Y MÁRTIR
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» Mc 6,4.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Águeda hizo honor a su nombre, que significa “buena”. Ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien» (Metodio de Sicilia).
Hoy celebramos a Santa Águeda, virgen y mártir, que murió durante la persecución del emperador romano Decio, en el siglo III. Nació en Catania, Sicilia, al sur de Italia, hacia el año 230. Desde muy joven decidió conservarse virgen. En ese tiempo, el gobernador Quinciano se propuso enamorar a Águeda, pero ella le señala que se ha consagrado a Cristo. El gobernador manda torturarla y azotarla cruelmente; se le aparece el apóstol San Pedro, la anima a sufrir por Cristo y cura sus heridas. Entonces el perseguidor la mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, alrededor del año 251.
El pasaje evangélico de hoy denominado “Jesús en la sinagoga de Nazaret” se encuentra también en Mateo 13,53-58 y en Lucas 4,16.22-30. Las profecías del Antiguo Testamento se dirigen a Jesús. Cuando Él asume nuestra condición humana, en la plenitud de los tiempos, Dios Padre transmite su Palabra a través de Jesús, su Hijo.
En un determinado momento de su vida, Jesús vuelve al pueblo donde había vivido; sin embargo, no es querido en su tierra y sufre la desconfianza, incredulidad y el rechazo de la gente, incluso de su familia. Las personas no niegan los hechos prodigiosos realizados por Él, pero no creen que Jesús es el Mesías y consideran que su origen humilde es incompatible con su condición de enviado glorioso de Dios Padre. Frente a esta ingratitud, Jesús expresa que sólo en su casa y en su pueblo rechazan a un profeta; pese a ello, Él manifiesta su dimensión profética y divina.
Es importante aclarar que, en la lengua semita, la palabra «hermanos» tiene un sentido más amplio, se utiliza también para designar la relación entre primos y tíos; por ejemplo, en la relación de Abrahán y Lot, en Génesis 12,5. Por tanto, este pasaje no se refiere a que María tuviese más hijos que Jesús.
Hoy, Jesús bordea el misterio de la libertad humana porque quiere una respuesta libre, confiada, una respuesta de amor y de fe.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Jesús, el Hijo de Dios, experimenta el rechazo de su propia gente. El profeta, aquel que trae la verdad, no es aceptado porque lo ven con ojos humanos y no con ojos de fe. «¿No es este el carpintero?». Esta pregunta encierra un drama: el misterio de Dios se les revela, pero prefieren aferrarse a sus prejuicios.
En la vida, también nosotros podemos ser como los habitantes de Nazaret, atrapados por la familiaridad que nos impide reconocer la obra de Dios en lo cotidiano. Este texto nos desafía a abrir los ojos y el corazón para descubrir la presencia divina en las cosas simples: en el trabajo diario, en la familia y en los humildes. «No hizo allí muchos milagros por su falta de fe» (Mc 6,5) es una advertencia: la incredulidad puede bloquear la gracia. En un mundo que busca lo extraordinario, Dios nos llama a valorar su presencia en lo ordinario. Así como Santa Águeda, virgen y mártir, reconoció el amor de Dios en medio de la persecución, también nosotros estamos invitados a perseverar en la fe, incluso cuando el entorno nos rechace o cuestione.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Señor, que Santa Águeda, virgen y mártir, nos alcance tu perdón, pues ella te agradó siempre por la fortaleza en el martirio y por el mérito de su castidad.
Amado Jesús, tú que te presentaste ante tu pueblo como verdadero Dios y verdadero hombre, concédenos la gracia de mirar al prójimo con los ojos del corazón y no nos guiemos por las apariencias.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz desde el cielo e ilumina nuestras mentes para reconocer a Dios en todas las circunstancias de nuestras vidas.
Amado Jesús, felicidad de los santos, haz que los difuntos que desean contemplar tu rostro se sacien de tu visión.
Madre Santísima, Reina de la paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
En el silencio de Nazaret, contemplemos a Jesús de pie en la sinagoga, rodeado de miradas que lo cuestionan. ¿Cuántas veces también nosotros dudamos de su poder por no verlo como esperamos? Imaginemos su rostro sereno, lleno de compasión, incluso ante el rechazo.
Este pasaje nos invita a hacer propósitos concretos: primero, valorar a quienes nos rodean y ver en ellos el rostro de Cristo. Segundo, no temer al rechazo cuando se trata de vivir nuestra fe. Podemos, por ejemplo, participar activamente en nuestra comunidad o reconciliarnos con alguien con quien hayamos tenido dificultades. Dejar que el ejemplo de Jesús nos inspire a ser profetas en nuestra vida cotidiana, sabiendo que la verdadera grandeza está en la humildad y en el servicio.
Contemplemos a Dios con un escrito de José Aldazabal:
«De nuevo se ve que Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret. Sí, admiran sus palabras y no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas. Pero no aciertan a dar el salto: si es el carpintero, “el hijo de María” y aquí tiene a sus hermanos, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? “Y desconfiaban de él”. No llegaron a dar el paso a la fe: “Jesús se extrañó de su falta de fe”. Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político le hubieran aceptado.
Se cumple una vez más lo de que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”, o como lo expresa Jesús: “nadie es profeta en su tierra”. El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción…
Equivalentemente, nosotros somos ahora “los de su casa”, los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. ¿Puede hacer “milagros” porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y no hacer ninguno? ¿no es verdad que algunas veces otras personas más alejadas de la fe nos podrían ganar en generosidad y en entrega?
La excesiva familiaridad y la rutina son enemigas del aprecio y del amor. Nos impiden reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de su presencia: en los acontecimientos, en la naturaleza, en los ejemplos de las personas que viven con nosotros, a veces muy sencillas e insignificantes según el mundo, pero ricas en dones espirituales y verdaderos “profetas” de Dios.
Tal vez podemos defendernos de tales testimonios como los vecinos de Nazaret, con un simple: “¿pero no es éste el carpintero?”, y seguir tranquilamente nuestro camino. ¿Cómo podía hablar Dios a los de Nazaret por medio de un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen desde hace años? ¿cómo puede el “hijo de María” ser el Mesías?
Cualquier explicación resulta válida (“no está en sus cabales”, “está en connivencia con el diablo”, “es un fanático”), menos aceptarle a él y su mensaje, porque resulta exigente e incómodo, o sencillamente no entra dentro de su mentalidad. Si le reconocen como el enviado de Dios, tendrán que aceptar también lo que está predicando sobre el Reino, lleno de novedad y compromiso.
Es algo parecido a lo que sucede en los que no acaban de aceptar la figura de la Virgen María tal como aparece en las páginas del evangelio, sencilla, mujer de pueblo, sin milagros, experta en dolor, presente en los momentos más críticos y no en los gloriosos y espectaculares. Prefieren milagros y apariciones: mientras que Dios nos habla a través de las cosas de cada día y de las personas más humildes. La figura evangélica de María es la más recia y la más cercana a nuestra vida, si la sabemos leer bien.
Cuando somos invitados a celebrar la Eucaristía y participar de la vida de Cristo en la comunión, también hacemos un ejercicio de humildad, al reconocerle presente en esos dos elementos tan sencillos y humanos, el pan y el vino. Pero tenemos su palabra de que, en esos frutos de nuestra tierra, los mismos que honran nuestra mesa familiar, nos está dando, desde su existencia de Resucitado, nada menos que su propia vida».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.