LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Juan Bautista ha resucitado, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él» Mc 6,14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,14-29

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Otros decían: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quién yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado a arrestar a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, ofreció un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.

La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista». El rey se puso muy triste, pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. Enseguida mandó a un verdugo, que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven, la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Un verdadero profeta, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte… ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia! Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente, que sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos» (José Aldazabal).

La primera parte del texto de hoy narra la muerte violenta de Juan Bautista, víctima de una intriga pasional; este fragmento se ubica también en Lucas 9,7-9 y en Mateo 14,1. La segunda parte, que se inicia en el versículo 17 de Marcos, se encuentra también en Lucas 3,19 y en Mateo 14,3-12.

El pasaje se desarrolla en el contexto de la Palestina del siglo I, bajo el dominio romano. Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, gobernaba con la tensión de mantener su poder bajo la mirada vigilante de Roma, en una región marcada por profundas desigualdades y tensiones religiosas. Los fariseos y los saduceos controlaban la vida religiosa en Judea, mientras que los movimientos proféticos, como el de Juan el Bautista, generaban esperanzas de liberación.

La figura de Herodes es clave: un gobernante atrapado entre el deseo de cumplir sus promesas y el miedo al juicio de su corte. El relato del martirio de Juan el Bautista, lleno de simbolismo y tragedia, nos habla de la confrontación entre la verdad y el poder corrupto. La danza de Salomé, la promesa imprudente de Herodes y la decisión final nos muestran cómo el pecado puede encadenar a las almas y llevarlas a decisiones fatales.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El martirio de Juan el Bautista es el drama de la verdad enfrentada a la debilidad humana, específicamente, a la corrupción. Juan, profeta de la justicia, denuncia el pecado de Herodes y Herodías, representando la voz de la conciencia que no puede ser silenciada. Sin embargo, Herodes, aunque admiraba a Juan, sucumbe a la presión del orgullo y del miedo. ¿Cuántas veces también nosotros, atrapados entre nuestras debilidades y la verdad del Evangelio, titubeamos ante decisiones cruciales?

El banquete de Herodes simboliza un mundo de excesos y superficialidad donde la verdad es sacrificada en nombre del placer y del poder. Pero en medio de este escenario oscuro, la figura de Juan brilla con la luz de la fidelidad. Como Jesús, Juan entrega su vida por la verdad, prefigurando el sacrificio del Cordero de Dios. Hoy, el mensaje de Juan resuena en un mundo que también intenta silenciar la voz de la conciencia. Estamos llamados a ser profetas en nuestra sociedad, denunciando el pecado y defendiendo la dignidad humana. Que el ejemplo de Juan nos inspire a ser valientes, a no ceder ante la presión y a recordar que la fidelidad a Cristo es la verdadera victoria.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Santísima Trinidad, Dios de amor, ten piedad de la humanidad, especialmente de todos los pueblos que sufren las consecuencias de la corrupción.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, ilumina las mentes de las autoridades de los gobiernos para que siempre actúen con justicia, honestidad y sean fieles testigos de las enseñanzas de Jesús.

Amado Jesús, te suplicamos ilumines con tu rostro a los difuntos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte y ábreles las puertas de tu Reino. Protege Señor a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a tu Reino.

¡Dulce Madre María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

En el silencio de la contemplación, miremos el rostro de Juan el Bautista, firme en su fidelidad. En su encarcelamiento, no hay resentimiento, sino la paz de quien ha vivido según la verdad. Este pasaje nos invita a contemplar nuestra propia vida: ¿hay verdades que hemos callado por temor o comodidad? ¿Hemos cedido a las presiones del mundo, sacrificando nuestra conciencia en aras de la aprobación social?

Propongámonos hoy un acto concreto de valentía: tal vez defender a alguien que sufre injusticias, pedir perdón por nuestras faltas o proclamar con más firmeza la verdad del Evangelio en nuestras familias y comunidades. Dejemos que la presencia de Cristo, que también enfrentó el rechazo y el dolor por amor a la verdad, transforme nuestro miedo en valentía y nuestro silencio en testimonio. La victoria de Juan no está en su muerte, sino en su fidelidad hasta el final.

Hermanos: contemplemos a Dios con una homilía del Papa Francisco:

«El más grande de los hombres, el justo y santo, el que había preparado a la gente para la llegada del Mesías, acaba decapitado en la oscuridad de una celda, solo, condenado por el odio vengativo de una reina y por la cobardía de un rey sometido.

Sin embargo, así vence Dios. Juan Bautista, el hombre más grande nacido de mujer: así dice la fórmula de canonización de Juan. Pero esa fórmula no la dijo un Papa, la dijo Jesús. El Santo más grande: así lo canonizó Jesús. Y acaba en la cárcel, decapitado. Hasta la última frase parece incluso de resignación: Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron. Así acaba el hombre más grande nacido de mujer. Un gran profeta. El último de los profetas. El único al que se le concedió ver la esperanza de Israel.

Intentemos entrar en la celda de Juan, escrutar en el alma de la voz que gritó en el desierto y bautizó a muchedumbres en nombre de Aquel que debía venir, pero que ahora está encadenado no solo a los hierros de su prisión sino probablemente también a los cepos de alguna incertidumbre que le atormenta… El sufrimiento, la soledad interior de este hombre… ‘Pues yo tengo que disminuir, pero disminuir así: en el alma, en el cuerpo… todo’.

¡Disminuir, disminuir, disminuir! Así fue la vida de Juan. Un grande que no buscó su propia gloria, sino la de Dios, y que acabó de una manera tan prosaica, en el anonimato. Pero esa actitud suya preparó el camino a Jesús, que de modo similar murió en angustia, solo, sin sus discípulos. Nos vendrá bien leer hoy este pasaje del Evangelio. Leer ese texto, ver cómo Dios vence: el estilo de Dios no es el estilo del hombre.

Pidamos al Señor la gracia de la humildad que tenía Juan y no apropiarnos de los méritos y glorias de los demás. Y, sobre todo, la gracia de que en nuestras vidas haya siempre sitio para que Jesús crezca y nosotros disminuyamos, hasta el final».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.