«Quien deje casa, o hermano o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, y en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna» Mc 10,29-30.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,28-31
En aquel tiempo, Pedro comenzó a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad les digo que quien deje casa, o hermano o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, y en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna. Muchos de los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Tu vocación será siempre predicar el Evangelio en silencio, en una vida oculta como la de María y José… En cada ocasión pregúntate: “¿Qué habría hecho Nuestro Señor?” Ésta es tu regla única y absoluta» (San Carlos de Foucauld).
El pasaje evangélico de hoy es la parte final del texto “El joven rico” que empezamos a meditar ayer. Pedro, portavoz de los Doce, recuerda que han dejado todo por Él, esperando una confirmación de su sacrificio.
El contexto social y religioso es significativo: en el judaísmo del siglo I, la riqueza era vista como signo de bendición divina (Dt 28,1-14), y el abandono de posesiones era algo incomprensible para la mentalidad de la época. Pero Jesús introduce una nueva lógica: en su Reino, la recompensa no es material, sino una participación plena en la vida divina. La promesa de recibir «cien veces más» (Mc 10,30) no es una garantía de prosperidad terrenal, sino un anticipo de la plenitud en Dios, con la certeza de la persecución como parte del camino, una expresión que acentúa la desproporción generosa de la recompensa: el ciento por uno.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El discípulo de Nuestro Señor Jesucristo no tiene resueltos sus problemas, pero llevar la cruz con alegría y cumpliendo las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, asegura la vida eterna después del dulce llamado, cuando el Señor nos diga: «Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver» (Mateo 25,34-36). Así culminará nuestra ansiada liberación.
En el corazón del discipulado hay un abandono confiado: quien deja todo por Cristo recibe a cambio mucho más. Pero lo que se recibe no es el oro del mundo, sino la riqueza del amor divino. Jesús cambia nuestra percepción del éxito y de la recompensa. «Los primeros serán últimos y los últimos, primeros» (Mc 10,31) es una afirmación desafiante: el éxito en el Reino de Dios no se mide con los parámetros de este mundo.
Esta enseñanza nos reta a revisar nuestras prioridades: ¿qué estamos dispuestos a dejar para seguir a Cristo? Puede ser el apego a seguridades materiales, el deseo de reconocimiento o el miedo a la entrega total. El discipulado es una llamada a confiar en que Dios provee, incluso en medio de la incertidumbre. La persecución mencionada por Jesús no es una maldición, sino la prueba de que el Reino avanza en corazones libres, capaces de amar sin condiciones.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, envíanos tu Santo Espíritu y concédenos los dones preciosos del amor, la fe y la esperanza para que sigamos a Nuestro Señor Jesucristo sin vacilar, y poniendo nuestra mirada en la edad futura de la eternidad.
Espíritu Santo, fuente del mayor consuelo, ilumina los corazones y las mentes de los gobernantes de todos los países para que elijan siempre el diálogo como medio de solución de los conflictos y nunca la guerra. Te lo pedimos con todo el corazón, amado Espíritu Santo.
Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.
Santísima Madre María, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Miremos a Jesús, caminando hacia Jerusalén, con el rostro decidido y el corazón inflamado de amor. Nos invita a seguirle, a confiar, a renunciar. No es un abandono en el vacío, sino en un Dios que promete la vida eterna. Pidámosle que nos ayude a soltar lo que nos ata: el miedo a la pobreza, la dependencia del reconocimiento, el apego a nuestras propias ideas. Vivamos hoy con la certeza de que cuanto más damos a Dios, más recibimos en plenitud. Como propone San Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la sublimidad del conocimiento de Cristo» (Flp 3,8). Hagamos un acto concreto de desprendimiento, ya sea renunciando a algo material, ofreciendo nuestro tiempo en servicio o dejando de lado los resentimientos.
Hermanos: contemplemos a Dios con un texto de Santa Catalina de Siena:
«[Santa Catalina escuchó a Dios decir:] Pedro, me preguntó “Maestro, sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?” (Mt 19,27). Mi Verdad dio esta respuesta: “Recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna” (Mt 19,29). Como si hubiera dicho: Pedro, has hecho bien en dejar todo. Es el único medio de seguirme. ¡En retorno, te daré, en esta vida, ciento por uno!
¿Cuál es, querida hija, este céntuplo, que será seguido de Vida eterna? ¿Qué se entiende con esas palabras, qué quería decir mi Verdad? ¿Hablaba de bienes temporales? No directamente, aunque a veces los multiplico a beneficio de los que se muestran generosos con sus limosnas. ¿Entonces? Entiéndelo bien. El que me da su voluntad, me da “una” cosa: su voluntad. Yo por esta única cosa, le doy “cien”.
¿Por qué el número “cien”? Porque cien es el número perfecto, al que nada se puede agregar, a menos de recomenzar a contar por el primero. La caridad también es la más perfecta de las virtudes. Sólo podemos agregar algo a su perfección, volviendo al conocimiento de sí mismo, para recomenzar una nueva centena de méritos. Pero siempre es al número “cien” que llegamos y en el que nos detenemos. He aquí el céntuplo que di a los que me traen el “uno” de su voluntad propia, sea por obediencia común o por obediencia particular.
Con ese céntuplo obtienen la Vida eterna… Ese céntuplo es el fuego de la divina caridad. Porque recibieron ese céntuplo de mí, están en una maravillosa alegría que toma y llena todo su corazón».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.