«Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado junto a la puerta, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse con lo que tiraban de la mesa del rico» Lc 16,20-21.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 16,19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio desde lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males. Por eso, ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hacia nosotros”. Él insistió: “Te ruego, entonces, padre, que lo mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que vengan ellos también a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
———–
«¿Estamos apegados a “cosas”? ¿Tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? No se trata sólo de riquezas económicas. Tenemos otros dones, tal vez en abundancia, que otros no tienen, de orden espiritual o cultural: ¿Somos capaces de comunicarlos a otros? Hay campañas en ayuda de los países pobres, que nos deberían interpelar. Y hay también situaciones más cercanas y domésticas, en nuestra misma familia o comunidad, que piden que seamos más generosos con los demás. Hay muchos Lázaros a nuestra puerta. A lo mejor no necesitan dinero, sino atención y cariño. La Cuaresma nos invita a que la caridad para con los demás sea concreta. Que sea caridad solidaria. Para que podamos oír al final la palabra alentadora de Jesús: “tuve hambre y me diste de comer… cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo”» (José Aldazabal).
El relato del rico y el pobre Lázaro se sitúa en la Palestina del siglo I, donde la desigualdad social era una marca evidente de la vida cotidiana. Las ciudades estaban divididas entre los privilegiados, que vivían en casas de piedra con patios amplios, y los desposeídos, que sobrevivían en la miseria absoluta.
El rico del evangelio representa a la élite religiosa y económica de Israel; en contraste, Lázaro personifica a los marginados, a los que eran considerados impuros y olvidados por la sociedad. El destino de ambos personajes se invierte radicalmente en la vida eterna. Jesús introduce un giro revolucionario en la mentalidad de su tiempo: no es la riqueza o la pobreza lo que determina el destino eterno del hombre, sino la respuesta que cada uno da al sufrimiento del prójimo.
Esta parábola también refleja el trasfondo escatológico y teológico sobre el más allá. La imagen del “seno de Abraham” como lugar de consuelo para los justos y la separación infranqueable entre los condenados y los bienaventurados nos recuerda que la misericordia de Dios es infinita, pero su justicia no puede ser ignorada.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La imagen es impactante y dramática: un hombre vestido de púrpura, saciado de manjares, mientras a sus puertas yace un pobre cubierto de llagas, hambriento de las migajas que caen de su mesa. Dos mundos que conviven, pero que jamás se tocan. La enseñanza de Jesús es clara: no es la riqueza lo que condena al rico, sino su indiferencia. El verdadero pecado es la ceguera del corazón, la incapacidad de ver al hermano en necesidad.
Hoy, esta parábola resuena con una urgencia aún mayor. Vivimos en una sociedad donde los «Lázaros» siguen estando a la puerta de nuestras casas: migrantes, huérfanos, enfermos, ancianos abandonados… ¿Acaso no nos parecemos al rico, entretenidos en nuestra propia comodidad, sin ver el sufrimiento del otro?
Pero el evangelio nos ofrece también una advertencia: después de la muerte, ya no hay posibilidad de cambiar. La decisión de amar o ignorar al prójimo se toma en esta vida. «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto» (Lc 16,31).
Esta Cuaresma es el tiempo del cambio. Dios nos llama a abrir los ojos antes de que sea tarde. Nos invita a derribar los muros que hemos construido entre nosotros y los demás. La verdadera conversión no consiste solo en rezar más o en hacer sacrificios personales, sino en dejar que el amor de Cristo nos transforme y nos impulse a la misericordia activa.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que amas y devuelves la inocencia, atrae hacia ti los corazones de tus siervos para que, llenos del fervor de tu Espíritu, permanezcamos firmes en la fe y eficaces en las obras.
Amado Jesús, por el amor que nos tienes, te pedimos nos otorgues y fortalezcas la virtud de la generosidad para con nuestros hermanos más necesitados. Perdona nuestra incapacidad para ver a los necesitados que nos rodean.
Amado Jesús, haz que recibamos de tu Santo Espíritu la gracia de amar al prójimo como a nosotros mismos, inspirándonos caridad y solidaridad.
Amado Jesús, misericordioso Salvador, otorga tu perdón a las almas del Purgatorio, especialmente a las que más necesitan de tu infinita misericordia y permíteles contemplar tu rostro amoroso.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, guarda nuestro corazón e intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Jesús nos deja una imagen que debería conmovernos hasta lo más profundo: el rico no ve a Lázaro. Esa es su condena. No es un pecado de acción, sino de omisión.
Contemplemos por un momento nuestro entorno. ¿Cuántos “Lázaros” están cerca de nosotros y preferimos no ver? Tal vez no sean mendigos en la puerta de nuestra casa, pero pueden ser personas que sufren en silencio: un familiar que necesita nuestra escucha, un amigo que atraviesa una crisis, un vecino que se siente solo, un compañero de trabajo que lleva una carga pesada.
Hagamos el siguiente propósito: durante esta semana, pidamos a Dios la gracia de ver con ojos nuevos. Que podamos reconocer a los que sufren a nuestro alrededor y dar un paso concreto para aliviar su carga. No basta con lamentarnos por las injusticias del mundo, Cristo nos llama a ser instrumentos de su misericordia.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del padre Jean Corbon:
«En nuestro mundo hay muchos “Lázaros”, y no tenemos que ir a buscar muy lejos, porque los hay también aquí, en nuestro país. Nosotros somos ricos, mientras que Lázaro sufre. Lo que Jesús nos pide es que comprendamos que todo se juega “en el umbral” de nuestra casa, de nuestra morada. Ahí es donde yace Lázaro. Sólo Jesús puede hacernos comprender que nuestra verdadera morada está junto al Padre y que él habita en nosotros ya desde ahora.
Prescindiendo de nuestra riqueza, todo lo que tenemos corresponde a los “Lázaros” que nos rodean. Si comprendemos que nuestra verdadera morada está ya desde ahora junto al Padre, si habitamos allí donde Cristo está con nosotros, entonces conseguiremos proyectar una mirada diferente sobre nuestros hermanos. Mucho más allá de las estructuras que dispongamos para aliviar su sufrimiento, todavía más al fondo, los miraremos con la misma mirada que el Padre dirige a cada uno de sus hijos. Porque, en verdad, cada uno de nosotros es también un “Lázaro” para los otros.
Ahora bien, este “Lázaro” se identifica con Jesús. Esto es lo que debemos aprender a ver. Debemos tomarle tal como se presente. Su humanidad es la de Jesús. Jesús, pobre por amor, nos lo dice con toda claridad: “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis… Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”.
Es el mismo amor. El otro a quien veo es Jesús, a quien no veo. Si no le amo, tampoco amo al Señor. El amor es el mismo. Intentemos comprender, pues, que el rico de la parábola somos a menudo nosotros, cuando todavía no hemos entrado en nosotros mismos, en nuestra verdadera morada. Ahora bien, si estamos habitados por la Trinidad, si acogemos por pura misericordia este amor que es vida, que se nos ha dado para que lo compartamos, si estamos junto a nuestro Padre, que es el Padre de todos, entonces, en la medida en que esto sea verdad, permaneceremos en su amor y nuestro corazón se ensanchará».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.