«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» Lc 4,24.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,24-30
En aquel tiempo, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando no hubo lluvia del cielo durante tres años y seis meses, y el hambre azotó a todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La Iglesia nos invita, pues, a cambiar el modo de pensar, el estilo de pensar. Se puede rezar todo el Credo, incluso todos los dogmas de la Iglesia, pero si no se hace con espíritu cristiano, no sirve para nada. La conversión del pensamiento. No es habitual que pensemos de ese modo. No es habitual. Hasta el modo de pensar, el modo de creer debe convertirse. Podemos preguntarnos: ¿Con qué espíritu pienso yo? ¿Con el espíritu del Señor o con el espíritu propio, el espíritu de la comunidad a la que pertenezco o del grupito o de la clase social a la que pertenezco, o del partido político al que pertenezco? ¿Con qué espíritu pienso? Y buscar si pienso de verdad con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de discernir cuando pienso con el espíritu del mundo, y cuando pienso con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de la conversión del pensamiento» (Papa Francisco).
El pasaje evangélico de hoy es un fragmento del texto denominado “Jesús en la sinagoga de Nazaret” que comprende los versículos del 16 al 30. Este texto completo también se ubica en Mateo 13,53-58 y en Marcos 6,1-6.
El evangelio nos sitúa en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció. Allí, en un ambiente familiar, Jesús proclama la Escritura y se revela como el cumplimiento de la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (Lc 4,18). Sin embargo, lejos de recibirlo con fe, sus paisanos lo rechazan con escepticismo y hostilidad.
Nazaret era una pequeña aldea en Galilea, de poco prestigio en comparación con Jerusalén. En la cultura judía, se creía que el Mesías debía manifestarse de manera gloriosa, no desde un humilde carpintero. Por ello, la gente no podía aceptar que uno de los suyos tuviera una misión divina.
Jesús menciona a Elías y Eliseo, dos profetas que llevaron la gracia de Dios a los paganos. Esto enfurece a sus oyentes porque implicaba que la salvación no era exclusiva de Israel, sino también para los gentiles. La mentalidad cerrada de los nazarenos los hace rechazar a Jesús, llevando su incredulidad al extremo de querer arrojarlo por un precipicio. Este episodio revela una paradoja: los de fuera acogen a Cristo con fe, mientras los suyos lo rechazan. La dureza de corazón es el mayor obstáculo para la acción de Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La lectura nos pone frente a una realidad desconcertante: el rechazo de Jesús por parte de los suyos. En vez de recibir la gracia con humildad, los nazarenos se aferran a sus prejuicios, incapaces de aceptar que Dios actúa de maneras inesperadas.
¿Cuántas veces nos comportamos como ellos? ¿Cuántas veces hemos cerrado el corazón porque la verdad nos incomoda? Algunas veces sentimos que Jesús no encaja en nuestras expectativas humanas. Leamos su mensaje que no es un consuelo superficial, sino un llamado a la conversión. Aceptarlo implica dejar atrás seguridades, abrirse a una fe viva y audaz. Pero a menudo, como los nazarenos, preferimos un Dios que se acomode a nuestros planes, no un Dios que nos desafíe.
Hoy, el Evangelio nos invita a examinarnos: ¿Estamos dispuestos a escuchar a Cristo, incluso cuando su mensaje nos confronta? ¿Reconocemos su presencia en los lugares y personas donde menos lo esperamos? ¿O nos resistimos a su Palabra porque rompe nuestras comodidades? Nazaret no es solo un lugar en el mapa; es el símbolo de todo corazón cerrado a Dios. Que esta Cuaresma nos ayude a ser discípulos de fe, no de incredulidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre.
Amado Jesús, ¡fuego ardiente de amor!, ayúdanos a cumplir nuestra misión personal y colectiva, dando testimonio coherente de tus enseñanzas dejando de lado todo tipo de prejuicio y no nos guiemos por las apariencias.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, envía tu luz desde el cielo e ilumina nuestras mentes para reconocer a Dios en todas las circunstancias de nuestras vidas.
Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hoy contemplemos a Jesús, de pie en la sinagoga de Nazaret, mirando a quienes lo conocieron desde niño, viendo en sus ojos no la fe, sino el rechazo y preguntémonos: ¿Soy yo también uno de los que lo rechazan? A veces, Dios nos habla a través de personas y situaciones que no esperamos. Puede ser en la voz de un pobre, en la corrección de un amigo, en un evento que nos desestabiliza. Si cerramos el corazón, nos convertimos en los nazarenos del Evangelio.
Esta Cuaresma es un tiempo para abrir los ojos, para permitir que Dios nos hable incluso cuando nos desafía. No seamos una viña estéril. Dejemos que su Palabra nos transforme. Hagamos el propósito de escuchar a Dios sin resistencias, deteniéndonos a reflexionar sobre una verdad incómoda que hemos evitado, y la acogeremos con humildad.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Juan de Ford:
«El amor de Dios no es sólo una presencia dulce y delicada en el alma, sino también una fuerza que actúa cuando se ofrece a nosotros. En consecuencia, es útil investigar cuál es el valor de su obra cuando entra en acción; cuál es su fuerza, cuál es su esplendor y su consistencia. Era natural que una realidad de tanta importancia, que había permanecido en silencio durante tanto tiempo, saliera algún día a la luz y que el misterio mantenido cuidadosamente escondido se manifestara algún día en todo su esplendor.
Por esa misma razón, el Señor Jesús, cuando todavía estaba entre nosotros, no se dio a conocer abiertamente durante mucho tiempo, sino que se mantuvo escondido con sumo cuidado durante treinta años. Después, al presentarse, dice Isaías, “como un río impetuoso, impulsado por el viento del Señor” (Isaías 59,19), rompió el largo silencio. Abrió su boca, haciendo destilar miel de sus labios; abandonó la inactividad, abriendo sus manos para ofrecer dones maravillosos. De este modo, también el misterio del amor divino, tal como lo llama el apóstol, “mantenido en silencio durante siglos eternos” en Romanos 16,25, y escondido en Dios, se manifestó a su Iglesia en el tiempo de su benevolencia. La sabiduría de Dios ha venido “y ha hecho oír su voz en las plazas”, anunciando al mundo la caridad de Dios. Ha resonado hasta nosotros este grito: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”, en Juan 3,16.
¡Oh fuego ardiente de amor! Dios, que envía al mundo a su Hijo amadísimo, a su único Hijo, que es de su misma naturaleza, y le confía la misión de darse a conocer y ofrecernos su amor. ¡Oh, cuán gracioso es este mensajero que, como un ángel que proviene del trono de Dios, nos anuncia una gran alegría y nos da a conocer este sublime misterio!».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.