«Si se mantienen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» Jn 8,31-32.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 8,31-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si se mantienen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Serán libres»?». Jesús les contestó: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo, en cambio, se queda para siempre. Y si el Hijo los hace libres, serán realmente libres. Ya sé que ustedes son descendencia de Abrahán; sin embargo, tratan de matarme, porque mi palabra no ha penetrado en ustedes. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero ustedes hacen lo que han oído a su padre».
Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán». Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abrahán, harían lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratan de matarme a mí, que les he dicho la verdad que oí de Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Ustedes obran como su padre». Le replicaron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó: «Si Dios fuera su padre, me amarían a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. Pues no he venido por mi cuenta, sino que Él me envió».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
———–
«El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la Verdad que hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos, como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de la cruz. El encuentro personal con quien es la Verdad en persona nos impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el testimonio» (Papa emérito Benedicto XVI).
En la lectura de hoy, que es la continuación del pasaje evangélico de ayer, Jesús insiste en la propuesta de salvación; sin embargo, se aprecia cuán difícil resulta para muchos judíos reconocer su divinidad; pues, las principales autoridades religiosas habían perdido su rol profético y también su fidelidad a la verdad para aliarse con el cruel imperio invasor.
Jesús se refiere de manera muy clara a la esclavitud del pecado y a la libertad que nace de la fidelidad a su Palabra. Nuevamente, Jesús no admite actitudes intermedias: la persona es libre o es esclava. Así mismo, Jesús proclama contundentemente que Él es Dios, reafirmando su filiación con Dios Padre, con lo cual propone la dicotomía extrema: o somos hijos de Dios o somos hijos del enemigo del Amor. Porque la libertad proviene de la Verdad y la Verdad es Nuestro Señor Jesucristo.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Jesús proclama: «Si se mantienen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-32). Aquí, el Maestro nos revela que la auténtica libertad no es meramente una condición externa, sino una transformación interior que surge del conocimiento de la verdad, es decir, de Él mismo. Esta enseñanza resuena con otras palabras de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
Los interlocutores de Jesús, orgullosos de su linaje de Abrahán, no comprenden que la esclavitud más profunda no es la política, sino la del pecado. Como señala San Pablo: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Jesús enfatiza: «Todo el que peca es esclavo del pecado» (Jn 8,34), indicando que la verdadera liberación proviene de Él: «Si el Hijo los hace libres, serán realmente libres» (Jn 8,36).
Esta libertad es un don que nos capacita para vivir según la voluntad divina, alejándonos de las cadenas del pecado. San Juan Pablo II nos recuerda que «la libertad es un don inmenso que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero es un don que se debe usar bien. ¡Cuántas formas falsas de libertad conducen a la esclavitud!».
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Ilumina, Dios misericordioso, el corazón de tus hijos, santificado por la penitencia, y, al infundirles el piadoso deseo de servirte, escucha compasivo a los que te suplican.
Señor Jesucristo: nosotros creemos en ti, creemos en tu Palabra; anima nuestro corazón y nuestra mente para reconocerte como enviado e Hijo de Dios y te glorifiquemos siempre con nuestras obras.
Espíritu Santo: infunde en nosotros tus dones para que nuestras vidas sean un testimonio valiente del amor de Jesucristo, en medio de los múltiples rechazos del mundo a Dios y a su Palabra.
Amado Jesús, tú que eres el autor de la vida eterna, acuérdate de los difuntos y dales parte en tu gloriosa resurrección. Otorga también la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Imagina, alma mía, estar ante el Maestro, sintiendo Su mirada penetrante que desvela las cadenas invisibles que te atan. En ese encuentro, Su voz resuena: «Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Permite que estas palabras calen hondo, rompiendo los grilletes del temor, la duda y el pecado. Deja que Su luz disipe las tinieblas interiores, abriendo caminos de esperanza y renovación.
Te sugiero el siguiente propósito: hoy, en tu jornada, identifica una actitud o hábito que te esclaviza y te aleja de la plenitud en Cristo. Ofrécelo en oración, pidiendo la fortaleza para transformarlo. Acércate al sacramento de la reconciliación, experimentando la liberación que solo Él puede otorgar.
Hermanos: contemplemos a la Santísima Trinidad con un escrito de Tomaso Beck y Giovanna della Croce:
«Fue una cosa inaudita que provocó un gran escándalo a los contemporáneos de Jesús, que el hijo del humilde carpintero de Nazaret dijera: “Les aseguro que antes de que Abrahán naciera, yo soy” (Jn 8,58). Los que le escuchaban comprendieron muy bien el significado de estas palabras. “Señor” era para ellos exclusivamente el Adonai. Sólo al Dios Altísimo y a su gloria se asociaba este título. No consiguieron entender el atrevimiento de Jesús al comportarse como “Señor” porque no lograron comprender que él era el Hijo de Dios.
De aquí el origen del drama que tan profundamente ha lacerado al pueblo judío. Este pueblo tal vez hubiera aceptado a un profeta. Sin embargo, por estar excesivamente arraigado en la tradición sagrada de su historia salvífica, no podía aceptar a un hombre que se apropiaba de un nombre tan glorioso, santo y eterno. Y no podía porque no había comprendido todo el alcance salvífico de este nombre, en el que había quedado encerrada, desde la misteriosa manifestación en la zarza ardiente, la promesa de una revelación continua y progresiva: ésta se llevaría a cabo únicamente en Jesús de Nazaret.
En su incapacidad para comprender que este nombre se había encarnado ahora en Jesús, que Jesús era el Yo Soy presente en medio del pueblo, tiene también su origen el drama del Hijo de Dios: el hecho de no ser reconocido por sus contemporáneos fue lo que le llevó a la muerte.
También a la Iglesia primitiva le costó trabajo aplicar este título a Jesús, hasta el punto de que expresó con él su fe en la divinidad de Cristo. En efecto, el declarar que Jesús es el Señor no expresaba únicamente el deseo de subrayar el dominio de Cristo sobre los hombres, sino también de profesar su igualdad con el Podre. Resulta conmovedor que, en las orillas del lago de Genesaret, en el centro de la “casa de Pedro”, en una habitación habilitada como capilla, se hubiera escrito infinitas veces: Kyríos Adonai… Toda la decoración de la capilla consistía en este grafito: “Cristo es el Señor”, como si se quisiera recordar a todo visitante lo esencial de su fe centrada en el señorío de Jesucristo».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.