LECTIO DIVINA DEL QUINTO DOMINGO DE PASCUA – CICLO C

«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado» Jn 13,34.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 13,31-33a.34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Jesús habla de un “mandamiento nuevo”. ¿Cuál es su novedad? En el Antiguo Testamento Dios ya había dado el mandato del amor; pero ahora este mandamiento es nuevo porque Jesús añade algo muy importante: “Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros”. Lo nuevo es precisamente este “amar como Jesús ha amado”. Todo nuestro amar está precedido por su amor y se refiere a este amor, se inserta en este amor, se realiza precisamente por este amor» (Benedicto XVI).

En medio del dolor humano de la traición de Judas Iscariote y de la confusión que se aproxima con su arresto, Jesús, revestido de su divinidad, da cuenta de la gloria que se avecina con su pasión, muerte y resurrección.

Así mismo, conociendo que luego de su resurrección, Jesús deberá ascender al cielo, decide iniciar la despedida de sus discípulos; por ello, en aquel duro momento previo a la pasión, enuncia también el mandamiento del amor a sus discípulos, señalando que se amen unos a otros como Él los ha amado.

El amor que Jesús pide entre nosotros, en el mandamiento que nos dejó, no es un amor cualquiera, es el mismo amor con el que Él nos amó, es el amor que nos convierte en cristianos. Es la capacidad de llegar al extremo, tal como Jesús mismo lo dice en Juan 15,13: «Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos». Es un amor en permanente estado de misión con el fin de construir el Reino de Dios; es la esencia de la vocación cristiana.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Ahora es glorificado el Hijo del hombre» (Jn 13,31). ¿Cómo puede hablar Jesús de gloria en un momento tan oscuro? Judas ha salido a traicionarlo, el cáliz del sufrimiento ya se está vertiendo y la sombra de la cruz se cierne sobre Él. Y, sin embargo, es precisamente en este instante, en esta entrega radical, donde la gloria de Dios se manifiesta plenamente.

La gloria de Dios no consiste en la ostentación ni en el poder terreno. La gloria de Dios es el amor hecho carne, el amor que se humilla y se entrega por completo. Es la misma lógica de Filipenses 2,6-11, donde Cristo, siendo Dios, se despoja de sí mismo, asumiendo la condición de siervo, y es exaltado precisamente por su entrega. Así, en el cenáculo, Jesús nos enseña que la verdadera gloria es el amor que se abaja para lavar los pies del otro, para dar la vida por los hermanos. Y en ese contexto, da un mandato nuevo: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34). ¿Cómo amó Jesús? Hasta el extremo, hasta el abandono total, hasta el sacrificio de la cruz. Un amor que no es sentimentalismo, sino entrega, servicio, donación.

Hoy, la Iglesia nos invita a contemplar esta gloria escondida en lo cotidiano, en los gestos pequeños pero cargados de amor. ¿Cómo podemos amar como Jesús? ¿Cómo podemos hacernos servidores, lavando los pies de los demás en nuestro entorno familiar, laboral y comunitario? En un mundo que busca la gloria del éxito y del poder, Jesús nos invita a buscar la gloria del amor humilde, el amor que se vacía a sí mismo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y terreno, lleva a su pleno cumplimiento en nosotros el misterio pascual, para que, quienes, por tu bondad, han sido renovados en el santo bautismo, den frutos abundantes con tu ayuda y protección, y lleguen a los gozos de la vida eterna.

Amado Jesús, tú que, siendo Dios y verdadero hombre, nos diste el más bello ejemplo de amor, ayúdanos a demostrar amor a cada uno de nuestros hermanos, especialmente en aquellos que más necesidades espirituales y materiales tienen.

Espíritu Santo, fortalece nuestra fe y otórganos los dones para purificar nuestro seguimiento a Jesús, amando como Él nos amó.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, recibe en tu reino a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin auxilio espiritual.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Imagina a Jesús en el cenáculo. Sus manos aún mojadas por el agua con la que ha lavado los pies de sus discípulos. Mira sus ojos: en ellos hay ternura, hay amor, pero también hay un abismo de tristeza. «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34). Deja que esas palabras resuenen en tu corazón. ¿Cómo he amado yo? ¿Cómo he servido yo? ¿He lavado los pies de los demás, o he buscado que otros me sirvan? ¿He amado solo a los que me aman, o he sido capaz de amar hasta el extremo, hasta el sacrificio, hasta el olvido de mí mismo?

Hoy, Jesús nos invita a entrar en su gloria, pero no es una gloria de triunfos y aplausos. Es la gloria del amor crucificado, la gloria del amor que se vacía hasta el extremo. Sugiero que hagas el siguiente propósito: Busca a una persona que te haya herido o que te cueste amar. Acércate a ella con un gesto concreto de amor, de reconciliación, de servicio. Que tu amor sea el eco del amor de Jesús, que sigue lavando nuestros pies, aun cuando nuestras manos estén manchadas por la traición y la ingratitud.

Queridos hermanos: contemplemos a Jesús con un escrito de San Gregorio Magno:

«¿Qué se debe entender aquí por ley sino la caridad, por la cual se leen en la mente los preceptos de la vida que se deben llevar a la práctica? Sobre esta ley se dice por la voz de la Verdad: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros”. Pablo dijo de ella: “La plenitud de la ley es el amor”. Y en otro lugar: “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo”. ¿Qué se puede entender por ley de Cristo más congruentemente que la caridad, que verdaderamente practicamos cuando soportamos por amor las cargas fraternas? Se dice además que esta ley es múltiple, porque la caridad, con atenta solicitud, se extiende a todas las acciones virtuosas. Empieza con dos preceptos, pero se extiende a innumerables…

Pablo indica rectamente la multiplicidad de esta ley diciendo: “La caridad es paciente, es benigna; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; no es ambiciosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad”.

La caridad es paciente, porque acepta ecuánimemente el mal que recibe. Es benigna, porque ofrece con generosidad bienes a cambio de males. No es envidiosa porque, como no apetece nada de este mundo, ignora qué significa envidiar los éxitos terrenos. No es jactanciosa porque, deseando ardientemente el premio de la retribución interior, no se exalta por los bienes exteriores. No se engríe porque, dilatándose únicamente en el amor a Dios y al prójimo, ignora todo lo que se aparta de la rectitud. No es ambiciosa, porque cuanto más se preocupa interiormente de sus cosas, menos desea exteriormente las ajenas. No busca su interés, porque todo lo que aquí posee transitoriamente, lo descuida como si no fuera suyo, no reconociendo como propio sino lo que siempre permanece con él. No se irrita porque, aunque reciba insultos, no abriga movimientos de venganza contra nadie, esperando, a cambio de sus grandes trabajos, premios aún mayores. No toma en cuenta el mal porque, consolidando la mente en el amor a la pureza, mientras arranca de raíz todo odio, no deja que se produzca en el ánimo nada que lo manche. No se alegra de la injusticia, porque, deseando dar únicamente amor a todos, no exulta ni siquiera con la ruina de los enemigos. Se alegra con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, se alegra del bien que ve en los otros, considerándolo como propio. Múltiple es, en efecto, esta ley de Dios».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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