LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

«Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada» Jn 15,5.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador. Si algunos de mis sarmientos no dan fruto, él los arranca; y poda los que dan fruto, para que den más fruto. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado; permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes. Como el sarmiento no puede producir frutos por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco pueden ustedes producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como sarmientos secos; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les dará. Con esto recibe gloria mi Padre, en que ustedes den fruto abundante; así serán discípulos míos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Vean la necesidad del alma de no separarse de Dios, fuente de la gracia, sin la que nada podemos. Tenemos que librarnos sin reservas, porque con la gracia podemos todo… No existe una obra honesta, aunque parezca banal y ordinaria, hecha con la inspiración de la gracia, que no contribuya a hacernos llegar a la exaltación suprema de la visión beatífica. Porque “Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rom 8,28)» (Beato Columba Marmion).

Con el evangelio de hoy, sobre “La vid verdadera”, comienza la segunda parte del discurso de despedida de Jesús durante la cena y cuya primera parte se inició en el capítulo 14.

La metáfora de la vid no es casual. En la tradición judía, la vid era símbolo de Israel (cf. Is 5,1-7; Sal 80,9-17). Sin embargo, Jesús no solo se identifica con la vid, sino que inaugura un nuevo modo de pertenecer a Dios: ya no por linaje, sino por la permanencia en Él, por la comunión vital que transforma el corazón. Así, el Maestro se presenta como el nuevo Israel, la cepa de vida eterna, y el Padre como el viñador divino que cuida y poda para que demos fruto.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el viñador» (Jn 15,1). En esta afirmación resuena la eternidad: el Hijo se ofrece como la savia divina que fluye en quienes desean vivir en Dios. No es una metáfora estética, sino una realidad ontológica: sin Él, nos secamos; con Él, florecemos.

El drama de la poda, que podría parecer cruel a ojos humanos, es en realidad un acto de amor purificador. El viñador no corta por destruir, sino por fecundar. Las heridas que deja la poda son las mismas por donde brota la gracia. San Juan Pablo II decía: «La unión con Cristo es un misterio de fecundidad: sin ella, la vida se torna estéril» (Homilía, 14.V.2000).

Este pasaje evoca el Salmo 1:3, donde el justo «es como un árbol plantado junto al arroyo, que da fruto a su tiempo». También nos remite a Colosenses 2,6-7: «vivid en Cristo Jesús, enraizados y edificados en Él». Y en Mateo 7,17-20, Jesús mismo advierte: «Todo árbol bueno da frutos buenos… Por sus frutos los conoceréis».

La meditación nos lleva a una pregunta vital: ¿qué fruto damos? ¿Estamos unidos a la vid o vivimos en la autosuficiencia, en la aridez de una fe sin raíces? La poda puede ser el dolor, la pérdida, la humillación, pero si permanece la unión con Cristo, el alma no muere: florece. No hay vida cristiana auténtica sin esta permanencia, sin esta ‘inhabitatio Christi’ que transforma cada rincón del ser en viña fértil. Permanecer es amar, es orar, es dejar que la savia del Espíritu nos convierta en sarmientos vivos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti los corazones de tus siervos, para que nunca se aparten de la luz de tu verdad los que han sido liberados de las tinieblas del error.

Padre eterno, viñador maravilloso, permítenos con tus santos cuidados, mantenernos unidos a Nuestro Señor Jesucristo, la verdadera vid, para dar frutos de vida que contribuyan a fortalecer la fe de los demás, glorificando siempre tu Santo Nombre.

Amado Jesús misericordioso, muéstrate compasivo con todos los difuntos de todo tiempo y lugar, y admítelos en la asamblea de tus santos.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Calla el corazón, y en el silencio emerge la imagen: un Cristo-Vid abrazando la tierra con sus raíces eternas, extendiendo sus brazos en cada sarmiento viviente que somos nosotros. Su savia —su gracia— nos recorre por dentro, mientras el Padre, con manos de Creador y amor de Padre, camina entre las cepas de nuestra historia.

Contemplar este misterio es dejar de luchar contra las podas de la vida y empezar a verlas como oportunidades divinas. Cuando perdemos el control, cuando somos quebrados, no estamos siendo abandonados, sino purificados. Cada pérdida, cada noche oscura, puede ser una poda del Viñador que sabe dónde cortar para que brote lo más bello.

La contemplación nos lleva a propósitos concretos: dedicar un tiempo diario a la oración silenciosa, confesar con humildad nuestras esterilidades, servir a los más olvidados como fruto maduro del Evangelio. También, examinar si nuestras palabras dan vida o marchitan, si nuestras relaciones están injertadas en Cristo o en el egoísmo.

«Permanezcan en mí» es la llamada del Corazón de Jesús. Acojámosla con radicalidad. Solo así viviremos, solo así seremos fecundos. Contemplar a Cristo como vid es dejarnos habitar por su presencia hasta que nuestro ser entero diga: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál 2,20).

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de José de Aldazabal:

«La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).

Esta unión tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante». Pero, por otra parte, también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿Qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?

En un capítulo anterior, el evangelista Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de hoy, pero referida a la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él… Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,56-57). La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se debe prolongar a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Leave a Comment