«Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, por eso el mundo los odia» Jn 15,19.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 15,18-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, por eso el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: “No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes”. Y todo eso lo harán con ustedes, a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La soberanía de Jesús, al ser la soberanía sobre pobres y excluidos, es también un peligro y una amenaza para el ordenamiento del mundo. Todo poder se siente mal cuando percibe que la fuerza del amor, que plantea el Evangelio, cobra vigor y va en serio con todas sus consecuencias» (José María Castillo Sánchez).
Nos hallamos en el ocaso del día, dentro del Cenáculo. La atmósfera es de revelación íntima y dramática. Jesús está rodeado de sus discípulos más cercanos, aquellos que han caminado con Él, que han visto su gloria y su humillación, que han oído palabras que no son de este mundo. Pero ahora, la voz del Maestro adquiere una tonalidad grave: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes».
En el contexto del siglo I, esta advertencia no es una exageración ni una parábola simbólica. Los primeros cristianos serán odiados, perseguidos, torturados, ejecutados. El Imperio Romano tolera religiones mientras estas no desafíen el culto al César ni alteren el orden social. Pero el cristianismo, al proclamar a un Crucificado como Señor, trastoca la lógica imperial. Además, desde el judaísmo, los cristianos son vistos como apóstatas, por afirmar que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios.
Los discípulos vivían en una tensión: fieles a la tradición, pero transformados por el Evangelio. Culturalmente, eran minoría en un mundo pagano, pluralista y, a menudo, hostil. Es aquí donde Jesús, con la lucidez de quien sabe lo que viene, prepara sus corazones: el odio del mundo no será un accidente, sino una consecuencia natural de vivir en la luz. Y la luz, como sabemos, duele a los ojos acostumbrados a las tinieblas.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes» (Jn 15,18). Estas palabras son como un faro en medio de la tormenta: no prometen calma, pero sí dirección. Jesús no disfraza el camino del discípulo. No ofrece triunfos humanos, sino la certeza de que el seguimiento auténtico implica incomprensión, rechazo y, en muchos casos, persecución.
Cristo no solo fue odiado: fue rechazado por los suyos, difamado, acusado de blasfemia, escupido y clavado en una cruz. ¿Cómo podrían sus discípulos esperar un destino diferente si caminan tras sus huellas? Esta lógica se repite a lo largo del Nuevo Testamento: «Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Tim 3,12), y «Felices los perseguidos por causa de la justicia» (Mt 5,10). Pero no se trata de un odio buscado, sino asumido. No es un martirio voluntarista, sino un amor tan luminoso que provoca a los que viven en sombra. El cristiano, al amar como Cristo, confronta al mundo sin violencia, simplemente por su existencia, por su diferencia, por su fidelidad.
Este pasaje invita a mirar con serenidad los rechazos que podamos sufrir por causa del Evangelio. Nos recuerda que no estamos solos. Jesús fue el primero. Él nos eligió del mundo —no para condenarlo, sino para redimirlo— y por eso el mundo, que ama lo suyo, nos rechaza. Pero también por eso, el Espíritu nos fortalece y el Reino avanza.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios todopoderoso y eterno, que, por la regeneración bautismal, te has dignado comunicarnos la vida del cielo, ayuda a llegar, conducidos por ti, a la plenitud de la gloria a quienes has santificado y has hecho capaces de la inmortalidad.
Amado Jesús, Maestro y amigo, concédenos un espíritu humilde y otórganos la gracia de seguirte siempre. Que nuestra confianza y fe en tu Palabra se fortalezca día a día para dar fruto y acercar muchas personas a ti. Protégenos con el Espíritu Santo para que no nos veamos tentados por la búsqueda del éxito del mundo y, al contrario, seguirte a ti sea nuestro triunfo y nuestra gloria.
Amado Jesús, que los moribundos y los que ya han muerto, obtengan tu misericordia eterna, te lo suplicamos Señor.
Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Silencio. El discípulo contempla al Maestro con los ojos del alma; ve en su rostro las huellas del rechazo, pero también el resplandor de la fidelidad. No huyó de la cruz. No se defendió con violencia. Amó hasta el final.
Contemplar a Cristo en este pasaje es aprender a no huir del conflicto cuando nace de la verdad. Es aceptar que el Evangelio, al iluminar, incomoda; al purificar, duele; al redimir, divide. Pero también es confiar en que toda lágrima derramada por causa de su Nombre será recogida en el cáliz del Reino. Tres propósitos concretos surgen de esta contemplación:
- Rezar cada día por quienes son perseguidos hoy por su fe (cf. Heb 13,3).
- Aceptar con humildad una burla, rechazo o crítica por vivir en Cristo.
- Meditar y memorizar Mateo 5,11-12: «Bienaventurados vosotros cuando os insulten…».
Cristo no nos llama a sufrir por sufrir, sino a amar hasta que duela. Y ese amor, crucificado, es también glorioso. El discípulo perseguido, al contemplar a su Señor, no se amarga. Se fortalece. Y sonríe, porque sabe que su causa está escondida en el Corazón traspasado del Redentor.
Hermanos: contemplemos Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Ambrosio de Milán:
«“Es preciso pasar por muchas dificultades para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,21). Muchas persecuciones, muchos méritos. Así pues, un gran número de perseguidores supone para ti un beneficio, porque entre tantas persecuciones tienes más probabilidades de obtener una corona.
¿Quién podría ser excluido de ellas, si el mismo Señor soportó las tentaciones de las persecuciones? Si evitas a los perseguidores, renuncias a Cristo, que acepta por ti la tentación para vencerla. Donde el diablo da la batalla, allí está presente Cristo. Por tanto, quien escapa lejos del perseguidor, también rechaza fuera de él al defensor. No te atemorices, porque puedes responder: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8,31). Esto lo puede decir el hombre que no se desvía de los signos de la voluntad del Señor.
¿Y qué testigo es más digno de atención que el que profesa su fe en la encarnación del Señor y observa de manera fiel los preceptos del Evangelio? En efecto, el que escucha y no lo hace, reniega de Cristo; aunque lo confiese con la palabra, lo niega con los hechos. Por consiguiente, es verdadero testigo el que atestigua confirmando con los hechos la adhesión a los preceptos del Señor Jesús. ¡Cuántos son, pues, cada día, los mártires ocultos de Cristo y los confesores del Señor Jesús! ¡Bienaventurado el hombre que se consume en el amor de Dios!».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.