LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

SANTA MARIANA DE JESÚS, VIRGEN

«Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» Mt 11,28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que estén cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave, y mi carga es ligera».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Santa Mariana de Jesús… perfeccionada con la gracia divina, no sólo se dedicó a su propia salvación, sino, en cuanto pudo, también a la de los demás. Porque, aunque no pudo ir a las gentes remotas para predicarles el Evangelio como vivamente deseaba, sin embargo, animaba a la piedad con la palabra, el ejemplo y la virtud a todos aquellos que se encontraban cerca de ella, y los exhortaba a comenzar o a insistir en el camino recto con oportunas razones.» (Arquidiócesis de Quito).

Santa Mariana de Jesús (1618–1645), mística quiteña que vivió en oración, penitencia y caridad. Ofreció su vida por la salvación de su pueblo durante una epidemia. Mujer de oración, de silencio, de oblación escondida, encarnó el Evangelio desde la humildad y la confianza radical. Su vida fue una exégesis viviente de este pasaje; comprendió, en su carne y en su espíritu, que el descanso del alma no está en el aplauso ni en el poder, sino en el yugo suave de Cristo, el manso y humilde de corazón.

Jesús pronuncia estas palabras en un momento de incomprensión y rechazo. Se encuentra en Galilea, tras haber recorrido ciudades como Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, que, a pesar de haber sido testigos de milagros, no se han convertido. La geografía no es sólo un dato físico: es la expresión de una humanidad que cierra su corazón a la revelación.

Asimismo, nos encontramos en una Palestina sometida al Imperio romano, con una estructura jerárquica en la que los sabios y poderosos dominan el relato cultural y religioso. Los fariseos y doctores de la ley representan el saber teológico institucionalizado. Pero Jesús, con voz serena y firme, da gracias al Padre por haber ocultado los misterios del Reino a los sabios y revelarlos a los pequeños, a los limpios de corazón, a los sencillos de espíritu.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Esta oración de Jesús es un himno de alabanza, pero también una declaración teológica: Dios se revela en la humildad, y la soberbia intelectual se vuelve opaca al misterio.

El Reino no se conquista con diplomas ni argumentos, sino con el corazón abierto. Como María que escuchó y guardó; como los pastores que adoraron en silencio; como los pobres de espíritu que lo reciben todo porque no se aferran a nada.

Jesús continúa: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (v. 28). Él no promete evasión, sino descanso. No promete huir del dolor, sino sentido en medio de él. Su yugo no es ausencia de cruz, sino comunión en el amor. «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón»: es una invitación a formar el alma en la escuela del Corazón de Cristo.

Santa Mariana vivió esta mansedumbre heroica. Ella no predicó con palabras, sino con el silencio ofrecido, con el cuerpo ayunado, con la oración incesante. En un mundo cansado y ruidoso, ella encarnó el grito callado de los pequeños que se refugian en el Corazón de Jesús.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que entre los halagos del mundo hiciste florecer a santa Mariana de Jesús como lirio entre espinas, por su virginal pureza y continua penitencia, concédenos, te rogamos, que, por sus méritos e intercesión, merezcamos tenerte siempre con nosotros, creciendo continuamente en tu amor.

Amado Jesús, fortalece con tu Santo Espíritu, de manera especial, a nuestros sacerdotes y consagrados, para que sean signos de santidad, para la gloria y honra tuya y de Dios Padre.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, recibe en tu reino a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin auxilio espiritual.

Madre Santísima, Madre del amor de los amores, Reyna de la Paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplar este Evangelio es inclinar el alma como cuando un niño se inclina en el regazo de su madre. Jesús no habla desde la altura de un trono, sino desde la hondura de su Corazón abierto. «Vengan a mí…»: es un llamado de Dios que busca a los cansados, a los heridos, a los que ya no pueden más.

Cierra los ojos. Imagina a Jesús acercándose, no como juez, sino como descanso. Extiende su mano. Su voz es suave. Su yugo, que parecía peso, es en realidad alianza. El peso de Cristo es su amor. Y el alma, al recibirlo, se eleva. Tres propósitos concretos nacen de esta contemplación:

  1. Dejar al menos 10 minutos diarios para el silencio con Jesús, sin decir nada, solo reposar en Él.
  2. Abrazar con mansedumbre alguna humillación reciente, sin devolver golpe.
  3. Ofrecer un pequeño sacrificio en silencio, como Santa Mariana, por los cansados de alma.

Y así, poco a poco, como la flor escondida que perfuma el aire sin ser vista, tu vida será descanso para otros. Porque Cristo vive en ti. Y su yugo es suave, cuando se lleva por amor.

Queridos hermanos: contemplemos a Jesús con un escrito de Balduino de Ford:

«Dios, cuya naturaleza es bondad, cuya sustancia es amor, cuya vida es benevolencia, queriendo mostrarnos la dulzura de su naturaleza y la ternura que siente hacia sus hijos, envió al mundo a su Hijo, el Pan de los ángeles, “por el grande amor con que nos amó”. “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”.

Este es el verdadero maná que el Señor hizo llover para que se comiera. “Los cielos lo esparcieron ante la faz del Dios del Sinaí”. Es la lluvia voluntaria que Dios reservó para su herencia; es lo que Dios, en su bondad, preparó para sus pobres. Porque Cristo, descendido para todos los hombres hasta el nivel de todos, atrae a cada uno a sí por el encanto de una bondad inefable; no rechaza a nadie y admite a todo el mundo a penitencia. Para todos los que lo reciben tiene el más delicioso sabor. Él solo basta para colmar todos los deseos. Él tiene en sí todo encanto, gracia y gusto delicioso, y se adapta de manera diferente a unos y otros, según las tendencias, los deseos y las apetencias de cada uno.

Este maná tiene un dulce sabor porque, libra de las preocupaciones, cura las enfermedades, suaviza las pruebas, secunda los esfuerzos y asegura la esperanza.

Jesús es dulce y dulce es su nombre; su recuerdo es el deseo del alma. Es dulce porque acoge nuestros deseos, calma nuestros sollozos, pone fin a nuestros suspiros y enjuga nuestras lágrimas… Los que lo han probado tienen hambre todavía, los que tienen hambre serán saciados. Entonces lo alabarán sin interrupción y harán brotar el recuerdo de su dulzura».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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