«La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde» Jn 14,27.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 14,23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que ustedes están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que, cuando suceda, entonces crean».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La paz, que ha de ofrecer el cristiano, se basa en que hay personas que toman en serio la presencia de Jesús en ellas y entre ellas. En personas así, el corazón no tiembla ni se acobarda. Solo así se anula la raíz de la violencia» (José María Castillo Sánchez).
Nos situamos en Jerusalén, en el Cenáculo, durante la Última Cena. Es la víspera de la Pasión. Jesús, consciente de su inminente partida, pronuncia palabras que arden como fuego en el corazón de sus discípulos. El ambiente es tenso pero íntimo, solemne y tierno. El Maestro no pronuncia discursos teóricos: revela su Corazón.
Religiosamente, los discípulos están formados en la tradición mosaica. Para ellos, el templo es el lugar de la morada divina, y la ley, el camino hacia Dios. Pero ahora, Jesús les habla de una nueva morada: el alma del que lo ama será habitación del Padre y del Hijo. Es un giro revolucionario en la teología judía. Ya no se trata de peregrinar a un lugar sagrado, sino de abrir el corazón como tabernáculo vivo.
Jerusalén es una ciudad ocupada por el Imperio Romano, donde la religión y la política se entrecruzan en una tensión explosiva. Jesús no alza banderas políticas, pero su mensaje de un Reino que no es de este mundo sacude estructuras visibles e invisibles.
Jesús les habla a los discípulos, con la profundidad de un profeta y la ternura de un esposo, del Espíritu Santo como Consolador, Maestro, y memoria viva de su amor. En este contexto, sus palabras no son despedida, sino promesa.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Este versículo no es una metáfora devocional: es la revelación trinitaria más íntima. El alma humana puede llegar a ser morada de Dios. No por mérito, sino por gracia; no por conquista, sino por amor acogido y obedecido.
Jesús no separa el amor de la obediencia. Amar no es solo emocionarse ante su belleza, sino guardar su palabra, atesorarla, hacerla vida. Y esa fidelidad abre la puerta a la inhabitación divina. En esta lógica, no somos huérfanos errantes, sino templos vivos, portadores del Eterno. Y como promesa luminosa en la noche de la historia, Jesús anuncia al Paráclito: «el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho» (Jn 14,26). En un mundo que olvida con rapidez, el Espíritu actúa como memoria viva de Cristo. Él hace presente lo que parecía lejano, ilumina lo que parecía oscuro, consuela cuando el corazón se resquebraja.
La promesa final es inmensa: «La paz les dejo, mi paz les doy» (Jn 14,27). No una paz humana, frágil y negociable, sino la paz pascual: fruto de la victoria sobre el pecado y la muerte. Es la paz que brota del Corazón traspasado. Como dirá san Pablo: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14).
Este pasaje es una invitación a vivir como morada de Dios, guiados por el Espíritu y sostenidos por la paz que el mundo no puede dar.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con fervor sincero estos días de alegría en honor del Señor resucitado, para que manifestemos siempre en las obras lo que repasamos en el recuerdo.
Padre eterno, tú que enviaste a tu hijo amado, Nuestro Señor Jesucristo, inúndanos con tu Espíritu Santo para que seamos instrumentos de tu amor y de tu paz, glorificando siempre tu Santo Nombre.
Amado Jesús, fortalece con tu Santo Espíritu, de manera especial, a nuestros sacerdotes y consagrados, para que sean signos de santidad, para la gloria y honra tuya y de Dios Padre.
Santísima Trinidad concede tu Paz al mundo entero, a los creyentes y no creyentes para que todos vuelvan sus corazones a tu amor.
Amado Jesús, por tu infinita misericordia, recibe en tu reino a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin auxilio espiritual.
Madre Santísima, Madre del amor de los amores, Reyna de la Paz, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
En el silencio sagrado del alma, contemplemos esta verdad inaudita: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo quieren habitar en nosotros. ¡El Dios infinito, eterno, glorioso… desea hacer su morada en nuestra pequeñez! No como huésped pasajero, sino como presencia permanente. ¿Cómo no estremecerse?
Dejar que Dios habite en nosotros requiere abrir las puertas del corazón, quitar los cerrojos del miedo, barrer los rincones de la indiferencia. Solo así se hace espacio para el Dios que no fuerza, sino que ama. Contemplar esta inhabitación exige una vida concreta. Por ello, tres propuestas:
- Guardar cada día un versículo del Evangelio y meditarlo con amor.
- Invocar al Espíritu Santo antes de cada decisión importante.
- Buscar la paz con alguien cercano, porque reconciliarse es abrir espacio a Dios.
La paz que Cristo da no es evasión; es certeza en la tormenta. Es presencia en la ausencia. Es la serenidad de saber que, aunque todo pase, Él permanece. Y su morada… somos nosotros.
Queridos hermanos: contemplemos a Jesús con un escrito de Balduino de Ford:
«Dios, cuya naturaleza es bondad, cuya sustancia es amor, cuya vida es benevolencia, queriendo mostrarnos la dulzura de su naturaleza y la ternura que siente hacia sus hijos, envió al mundo a su Hijo, el Pan de los ángeles, “por el grande amor con que nos amó”. “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”.
Este es el verdadero maná que el Señor hizo llover para que se comiera. “Los cielos lo esparcieron ante la faz del Dios del Sinaí”. Es la lluvia voluntaria que Dios reservó para su herencia; es lo que Dios, en su bondad, preparó para sus pobres. Porque Cristo, descendido para todos los hombres hasta el nivel de todos, atrae a cada uno a sí por el encanto de una bondad inefable; no rechaza a nadie y admite a todo el mundo a penitencia. Para todos los que lo reciben tiene el más delicioso sabor. Él solo basta para colmar todos los deseos. Él tiene en sí todo encanto, gracia y gusto delicioso, y se adapta de manera diferente a unos y otros, según las tendencias, los deseos y las apetencias de cada uno.
Este maná tiene un dulce sabor porque, libra de las preocupaciones, cura las enfermedades, suaviza las pruebas, secunda los esfuerzos y asegura la esperanza.
Jesús es dulce y dulce es su nombre; su recuerdo es el deseo del alma. Es dulce porque acoge nuestros deseos, calma nuestros sollozos, pone fin a nuestros suspiros y enjuga nuestras lágrimas… Los que lo han probado tienen hambre todavía, los que tienen hambre serán saciados. Entonces lo alabarán sin interrupción y harán brotar el recuerdo de su dulzura».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.