LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

SAN FELIPE NERI

«Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Espíritu Consolador» Jn 16,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,5-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que por haberles dicho esto, la tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que les digo es la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Espíritu Consolador. En cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y a la condena. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre y no me verán; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido condenado».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El Espíritu de Dios es un espíritu de paz, habla y actúa en la paz, nunca en la inquietud y en la agitación. Además, las mociones del Espíritu son toques delicados, que no se manifiestan en el estrépito, y sólo pueden emerger en nuestra consciencia espiritual si existe en ella una zona de calma, de serenidad y de paz. Si nuestro interior es siempre ruidoso y agitado, la dulce voz del Espíritu Santo tendrá muchas dificultades para hacerse oír. Esto significa que, si queremos percibir las mociones del Espíritu Santo y obedecerlas, adquiere la mayor importancia el hecho de tratar de mantener nuestro corazón en paz en toda ocasión» (Jacques Philippe).

En la liturgia de hoy, la figura de San Felipe Neri ilumina este pasaje. Su vida fue una encarnación alegre y ardiente del Espíritu Santo. Su corazón, inflamado físicamente por el fuego divino, testifica que la presencia de Cristo ausente es más intensa aun cuando se deja espacio al Paráclito.

Nos situamos en el Cenáculo de Jerusalén, en la noche sacratísima de la Última Cena. El Señor Jesús, sabiendo que su hora ha llegado, pronuncia palabras de despedida, no para sembrar tristeza, sino para preparar a los suyos a vivir en la ausencia fecunda de su presencia corporal.

Jerusalén es en este momento una ciudad expectante y convulsa. Las autoridades judías se sienten amenazadas por la figura de Jesús, y el Imperio romano observa con desconfianza los movimientos mesiánicos. Mientras tanto, los discípulos han vivido bajo el amparo visible del Maestro. Su partida, entonces, aparece como un vacío, una herida, una inminente soledad.

En ese escenario dramático, Jesús pronuncia una revelación inesperada: «Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Espíritu Consolador» (Jn 16,7). Se presenta así una nueva dimensión de la fe: no solo la adhesión a una persona visible, sino la apertura al Espíritu Santo, que vendrá como abogado, consolador y revelador de la Verdad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Lo que más atrae las gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un bien, se conmueve y se apresura a concedernos diez más, y si se las agradecemos con la misma efusión ¡qué incalculable multiplicación de gracias! Yo tengo la experiencia, inténtalo y lo verás. Mi gratitud por todo lo que me da no tiene límites, y se lo demuestro de mil maneras» (Santa Teresa de Lisieux).

«Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Espíritu Consolador» (Jn 16,7). ¡Qué frase tan desconcertante! ¿Cómo puede ser bueno que el Amado se marche? Pero Jesús no habla desde el abandono, sino desde la pedagogía divina. Su partida no es ausencia, es plenitud. Es la condición para que el Espíritu venga y more en cada creyente.

El Paráclito no es un sustituto, sino la presencia interior del mismo Cristo. Su venida inaugura un tiempo nuevo: el tiempo de la Iglesia, el tiempo del testimonio. El Espíritu no viene a consolar con evasión, sino a convencer de pecado, de justicia y de juicio. Esta triple misión nos revela su carácter profético: desenmascara el pecado, ilumina la verdad y proclama la victoria del amor crucificado.

La raíz del pecado no es solo la conducta, sino la incredulidad. Quien no cree en el Amor encarnado se encierra en sí mismo. Pero el Espíritu actúa como viento que rompe las murallas del corazón. San Felipe Neri es testigo de este dinamismo: oraba, confesaba, predicaba… pero, sobre todo, contagiaba la presencia del Espíritu con su alegría y mansedumbre. Él vivió la verdad de Romanos 5,5: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Este texto nos llama a abrirnos al Espíritu que transforma las ausencias en presencias, las lágrimas en fuego, y la muerte en gloria.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Espíritu Santo, amor divino, fortalece nuestra fe y otórganos tus santos dones para encontrar a Jesús a través de la lectura diaria de la Palabra, en nuestros hermanos y en las situaciones que experimentamos cotidianamente.

Gracias Padre eterno por habernos dado la dicha de enviar y darnos a tu hijo Jesucristo para salvar nuestras almas y por enviarnos al Espíritu Santo que tanto necesitamos para santificar nuestras vidas.

Amado Jesús, que los moribundos y los que ya han muerto, obtengan tu misericordia eterna, te lo suplicamos Señor.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

El Maestro se despide. El corazón de los discípulos se agita, como el mar antes de la tormenta. Pero su Palabra es firme: «Les conviene que yo me vaya…». Contemplar este pasaje es aprender a vivir la ausencia como camino hacia una presencia más profunda. Jesús no se aleja: se retira para habitar de otro modo. Ya no desde fuera, sino desde dentro. Ya no solo en Galilea, sino en cada alma. El Espíritu vendrá, y no como visitante, sino como huésped permanente del alma que ama.

Hoy, en silencio, deja que esta verdad penetre tu interior. ¿Qué ausencias duelen en tu vida? ¿Qué vacíos temes? ¿Qué despedidas no has sanado? Allí mismo, el Espíritu quiere irrumpir como consuelo, como luz, como fuego. Te propongo tres propósitos concretos:

  1. Invocar diariamente al Espíritu con una jaculatoria: “Ven, Espíritu Santo, y lléname de tu verdad”.
  2. Ofrecer alguna renuncia interior en silencio como signo de apertura a su presencia.
  3. Leer lentamente Romanos 8,26-27, y meditar cómo el Espíritu ora en ti con gemidos inefables.

Contemplar es dejar que su ausencia aparente sea presencia ardiente. Como San Felipe Neri, déjate consumir por el fuego del Amor que nunca abandona.

Contemplemos con fe, la luz maravillosa que nos muestra la belleza del amor de Dios Padre a través de Jesús, al Espíritu Santo; hagámoslo con un texto de Guillermo de Saint-Thierry:

«Tú, alma fiel, cuando surjan en tu fe los misterios más profundos, atrévete a decir, no con la intención de objetar, sino con el deseo de consentir: “¿Cómo es posible esto?” (Lc 1,34). Que tu pregunta sea oración profunda, amor, piedad y humilde deseo. Que no sea escrutar la majestad de Dios en las alturas, sino la búsqueda de la salvación en sus obras. Y el ángel del gran consejo te responderá: “Cuando venga el Paráclito que yo os mandaré desde el Padre… él dará testimonio de mí” (Jn 15,26), os lo sugerirá todo y “os enseñará la verdad completa” (Jn 16,13).

Apresúrate, por tanto, a ser partícipe del Espíritu Santo. Él está presente cuando se le invoca y, una vez invocado, viene: viene con la abundancia de la bendición de Dios. Y cuando llegue, si te encuentra humilde y en calma, si te encuentra escuchando con santo temor la Palabra de Dios, reposará en ti y te revelará lo que Dios Padre esconde a los sabios y a los prudentes de este mundo. Entonces empezará a parecerte claro lo que la Sabiduría ha podido decir a los discípulos en la tierra, aunque ellos no consiguieron comprenderlo hasta que vino el Espíritu de la verdad a enseñarles toda la verdad.

En efecto, como dice la misma Verdad, “Dios es espíritu” (Jn 4,24) y conviene que quienes quieran comprenderle y conocerle busquen sólo en el Espíritu Santo la inteligencia de la fe. Él es, para los pobres de espíritu, en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida, la luz que ilumina, la caridad que arrastra, la suavidad que conmueve, el acceso del hombre a Dios, el amor del que ama, la devoción, la piedad. Él es quien revela a los fieles la justicia de Dios cuando concede gracia tras gracia y recompensa con la fe iluminada la fe que escucha».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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