«Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena» Jn 16,13.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 16,12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El Espíritu les hará descubrir dimensiones insospechadas en un horizonte dilatado misteriosamente, desde una perspectiva ensanchada hasta la vida eterna. Incluso en medio de la “trivialidad” de la existencia cotidiana, el cristiano atento al Revelador estará en condiciones de percibir la obra de Dios, su designio de amor salvífico. Con la revelación del Espíritu, todo tiene sentido en la historia: la cruz, la sangre de los mártires, las catacumbas, los perseguidores; sin esta revelación, todo carece de sentido» (Salvatore Cultrera).
Como en las lecturas previas, y cerca de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y de Pentecostés, hoy, Jesús sigue consolando a sus discípulos y va aumentando el tono divino de la importancia de la acción futura del Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, a quien Jesús llama el Espíritu de la Verdad.
Los discípulos eran hombres sencillos, sin poder ni influencias. Mientras tanto, la cultura dominante era la helenística, y el judaísmo oficial vivía la Ley sin captar su cumplimiento en Cristo. La tensión entre lo viejo y lo nuevo, entre el templo y el cuerpo, entre la letra y el Espíritu, es inminente. Políticamente, el Imperio romano controlaba el territorio con su pragmatismo, tolerando religiones que no alteraran el orden. Pero el anuncio de un Reino que no es de este mundo es una amenaza invisible.
En este clima, Jesús dice: «Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora» (Jn 16,12). Es un momento de ternura y pedagogía divina. La Verdad no se impone de golpe: se revela en el tiempo, al ritmo del amor. Y es entonces cuando promete al Espíritu de la Verdad, quien conducirá a los suyos a la verdad plena. Así se abre el tiempo de la Iglesia: guiada no por certezas humanas, sino por el aliento mismo de Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«…Otra característica del Espíritu de Dios consiste en que, al iluminarnos e impulsarnos a actuar, imprime en el alma una profunda humildad. Nos hace obrar el bien de tal modo que nos sintamos felices al hacerlo, pero sin presunción, sin vanagloria ni autosatisfacción. Percibimos claramente que el bien que realizamos no viene de nosotros mismos, sino que viene de Dios» (Jacques Philippe).
«Cuando venga el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,13). Esta frase resuena como una sinfonía inacabada, como una promesa que sigue cumpliéndose en cada generación. Cristo no lo dice todo de una vez. Nos ama demasiado como para abrumarnos con la luz. Por eso, nos envía al Espíritu, que no habla por cuenta propia, sino que traduce el Verbo eterno al lenguaje de cada alma, de cada tiempo, de cada cruz.
La verdad plena no es solo información, es transformación. No es un sistema doctrinal cerrado, sino una relación viva con Cristo. Como dice San Pablo: «El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor 3,17). El Espíritu glorifica a Cristo. Su misión no es protagonismo, sino irradiación. Como la llama que no se ve, pero calienta; como el viento que no se toca, pero mueve. Así es el Paráclito: humilde, potente, silencioso.
Esta lectura nos invita a una docilidad activa: escuchar al Espíritu en la oración, en la Palabra, en los signos de los tiempos. Y también a vivir con humildad: no poseemos la verdad, la seguimos. No la dominamos, nos dejamos conducir. Como diría Benedicto XVI: «La verdad no se impone por la fuerza, sino por la atracción de su belleza». Dejarse guiar por el Espíritu es entrar en esa belleza que salva.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre nuestro, que estás en el cielo y ves en lo profundo de nuestra alma, ayúdanos a buscar en cada evento tu voluntad y tu gloria. Concédenos permanecer bajo tu mirada con un corazón humilde, como hijos tiernamente amados, para realizar todas nuestras acciones a la luz de la fe; haznos capaces de entablar relaciones verdaderamente fraternas, que expresen el amor hacia ti y que, a pesar de las tempestades que nos acechan, sepamos guardar la calma confiados en tu infinita misericordia.
Padre eterno, concédenos la ayuda de tu Santo Espíritu para emprender nuestra misión en la vida, que es glorificarte en el amor y ayuda a nuestro prójimo y, en especial, en aquel que está más golpeado y vulnerable.
Espíritu Santo, amor divino del Padre y del Hijo, fortalece la misión apostólica del Santo Padre, de los obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, y de los laicos, para que sigan encontrando caminos con el fin de que los creyentes y no creyentes nos acerquemos más a Jesús.
Amado Jesús, que los moribundos y los que ya han muerto, obtengan tu misericordia eterna, te lo suplicamos Señor.
Madre Celestial, Madre del amor hermoso, Esposa del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contempla al Espíritu como guía silencioso. No lleva bastón ni voz estruendosa. No empuja, pero atrae. No obliga, pero seduce. Él no es el protagonista, pero sin Él, nada ocurre. Es el gran pedagogo de la santidad, el escultor de las almas, el artesano de la libertad. Jesús lo promete como «el que los conducirá hacia la verdad plena». ¡Qué ternura! No dice que nos la impondrá, sino que nos la mostrará. Nos toma de la mano como un padre al hijo que empieza a caminar.
La vida cristiana es dejarse guiar así: paso a paso, sin prisas, pero sin detenerse. Hoy, cierra los ojos del cuerpo, y abre los del alma. Deja que el Espíritu revele en ti las huellas de Cristo. Propongo tres propósitos concretos:
- Rezar al Espíritu Santo antes de toda decisión importante.
- Dedicar unos minutos a leer el Evangelio, pidiendo al Espíritu que ilumine una palabra.
- Practicar la escucha atenta de los signos de Dios en tu vida, sin miedo a lo desconocido.
Contemplar al Espíritu es dejar que Cristo siga hablándonos. No a través del ruido del mundo, sino en la sinfonía sagrada del alma que se deja conducir.
Contemplemos con fe al Espíritu Santo, hagámoslo con un texto de Santa Hildegarda de Bingen:
«La potencia divina contiene la integridad de la santidad. Ella conforta el espíritu interior del hombre que se une a Dios. Hace gustar los dones místicos del Espíritu Santo al que está a punto de sombrear en la somnolencia. El hombre se arranca a esta somnolencia, se despierta y tiende con todas sus fuerzas hacia la justicia. Frecuentemente, esta operación es un combate penoso para el espíritu ya que el cuerpo es poco capaz de hacer el bien, sobre todo si está llamado a la obediencia a la voluntad divina. Muchas veces, esta carne que es su morada cede a los deseos de la carne y la exhalación de los dones de Dios choca con la resistencia de la voluntad humana.
Dios que me ha creado, que es Señor y que tiene todo poder sobre mí, es mi fuerza. Sin él, soy incapaz de realizar cualquier bien, ya que es él que me comunica el Espíritu de vida, manantial de mi propia vida y del movimiento que me anima. Es él, Dios y Señor, cuando lo invoco realmente como un ciervo que desea el agua viva, que me orienta en los caminos que emprendo y conduce mis pasos en sus mandamientos. Me conducirá hacia las cimas que me enseñen sus preceptos y someterá mis deseos mundanos con su fuerza victoriosa. Así, en la bienaventuranza celeste, cantaré eternamente su alabanza».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.