LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEPTIMA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

«Les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» Jn 16,33.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,29-33

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y sin parábolas. Ahora sabemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por esto creemos que tú has salido de Dios». Les contestó Jesús: «¿Ahora creen? Miren: se acerca la hora, ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado y a mí me dejarán solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Porque no creo que la naturaleza humana por sí sola pueda luchar contra lo profundo; sino cuando sienta en sí la presencia e inhabitación del Señor, con la esperanza del auxilio divino y diga: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”» (Orígenes).

El discurso de despedida de Jesús ocurre en el cenáculo de Jerusalén, en la intimidad de la última cena. Este espacio sagrado se convierte en el umbral entre el tiempo y la eternidad: allí el Maestro entrega su testamento de amor antes de ser conducido al Getsemaní. El ambiente está cargado de misterio y tensión. Jerusalén, en el siglo I, era un hervidero de tensiones religiosas y políticas: ocupada por el poder romano, sacudida por mesianismos y vigilada por un Sanedrín que ya había tomado la decisión de eliminar a Jesús.

En ese contexto, Jesús se dirige a sus discípulos con palabras que no son solo advertencias, sino promesas. Les habla de la tristeza que se convertirá en gozo, del abandono que será vencido por la certeza de su victoria. El clima religioso de la época estaba marcado por la espera mesiánica, pero un Mesías crucificado resultaba un escándalo. Es en este ambiente que Jesús revela una paz que no es de este mundo, y anticipa que la victoria sobre el mundo no vendrá por la espada, sino por la cruz.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Las promesas y la gloria están ocultas en las tribulaciones, en los padecimientos, en la paciencia y en la fe, del mismo modo que el fruto está escondido en la semilla echada en la tierra» (Pseudo-Macario).

«En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Esta frase resuena como una trompeta de esperanza en medio del crepúsculo. Jesús no promete un camino sin espinas, sino una victoria en medio del combate. Él anticipa que sus discípulos lo abandonarán (cf. v.32), pero también anuncia que no está solo, porque el Padre está con Él. Así, incluso en la noche de Getsemaní, el Hijo no cae en la desesperación.

En la historia de la Iglesia, este texto ha sido faro en las noches de persecución y desaliento. Jesús no habla desde la comodidad, sino desde la certeza de quien ha vencido al mundo no aplastándolo, sino cargándolo sobre sus hombros como el Cordero inmolado. Como dirá san Pablo: «Somos atribulados en todo, pero no abatidos» (2 Cor 4,8).

La fe no consiste en no tener miedo, sino en caminar en medio del miedo con los ojos fijos en Aquel que ha vencido al mundo. El corazón que cree, incluso herido, canta.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Llegue a nosotros, Señor, la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonio con una conducta santa.

Amado Jesús, ayúdanos a comprender que, a pesar de las tribulaciones, tú estás con nosotros, que Dios Padre y el Espíritu Santo están con nosotros. Ayúdanos a comprender que tu resurrección es la victoria eterna sobre la muerte y el mal, que abre las puertas de la eternidad a toda la humanidad.

Amado Jesús, fortalece con tu Santo Espíritu nuestra fe para que enfrentemos con valentía los ataques que el maligno realiza a los fundamentos de nuestra fe. Que nos mantengamos firmes en la defensa de la vida, de la dignidad de las personas, de la familia y de todos los valores cristianos.

Amado Padre celestial, que los agonizantes y los difuntos, libres de la esclavitud de la corrupción, entren en la libertad gloriosa de tu reino.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplar a Cristo vencedor del mundo no es mirar un triunfo fácil, sino una victoria costosa. En la noche del alma, cuando todo parece derrumbarse, Jesús nos enseña a confiar en que la cruz no es el final, sino el umbral de la resurrección.

Propongo, hoy, hacer silencio al atardecer y repetir, con el corazón en vela: “Tú has vencido al mundo, Señor”. También invito a hacer memoria de las veces que el Señor nos sostuvo en medio de nuestras tribulaciones y escribir una pequeña “letanía personal de victorias”: momentos en que su gracia nos levantó.

Confiemos cuando todo parece callar. La fe no es ausencia de pruebas, sino comunión con Cristo en ellas. En un mundo agitado, seamos oasis de paz, testigos serenos que irradian esperanza en las salas de un hospital, en los conflictos familiares, en las luchas interiores. Como María al pie de la cruz, contemplemos al Vencedor herido, y digamos: “Creo, Señor, que Tú has vencido por mí”.

Contemplemos también a Dios con un escrito de Karl Barth:

«“Yo he vencido al mundo” {Jn 16,33) a fin de que vosotros tengáis la salvación, la paz, la alegría de este pacto. Yo he hecho esto. No he dicho: lo haré algún día, sino: ya está hecho, ha acontecido, lo he realizado.

A vosotros no os queda más que constatar y aceptar el hecho de que vivís en el mundo al que yo he vencido. Si él, Jesucristo, no lo garantizara, podría ser demasiado bello para que fuera verdad. Sin embargo, lo garantiza precisamente él, que afirma también otra cosa muy diferente: “En el mundo tendréis aflicciones”.

Pero, a continuación, comparece un segundo elemento, que no desmiente al primero ni tampoco lo cancela, aunque de un trazo lo hace aparecer pequeño y lo pone a la sombra del conjunto: “En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo”.

Esto no significa: pensar en cualquier otra cosa… huir de vuestro miedo refugiándose en cualquier distracción, en cualquier ocupación particular, en cualquier empresa excitante; sino más bien: abrid los ojos y mirad a lo alto, hacia los montes desde los que os llega la ayuda, y mirad hacia delante los pocos e inmediatos pasos que habéis de recorrer. Y caminad después seguros sobre vuestros pies: tened ánimo. Estad incluso alegres, precisamente allí donde debéis vivir: en medio del mundo, en el que, sin duda, tenéis miedo, un gran miedo por la vida y por la muerte.

¿Se puede obtener tanto? Respondo: cada uno puede alcanzarlo con que se lo pida a aquel que lo puede todo, aquel que, como verdadero Hijo de Dios e Hijo del hombre, vino al mundo en el que tenemos miedo y donde él mismo tuvo un gran miedo –“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”-. Pues aquel que de este modo venció al mundo, lo reconcilió con Dios, poniendo así un límite al miedo que nosotros tenemos».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Leave a Comment