«Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» Jn 17,17-19.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 17,11b-19
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Te damos gracias, Padre Santo, por tu Nombre Santo que has hecho habitar en nuestros corazones, así como por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos… Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en tu amor y a ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos en el reino tuyo que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos» (Didaché).
El pasaje evangélico de hoy es la segunda parte de “La oración sacerdotal de Jesús” y que sugerimos leerla íntegramente. Mañana meditaremos la última parte.
Nos encontramos en la noche más densa del Evangelio: el Cenáculo. Jerusalén, ciudad santa y trágica, testigo de las lágrimas de los profetas y del paso redentor del Mesías, es ahora escenario de la oración más sublime jamás pronunciada: la «oración sacerdotal» de Cristo. Es la hora de la entrega, del amor hasta el extremo (Jn 13,1). Jesús, rodeado de sus discípulos, sabiendo que su hora ha llegado, levanta los ojos al cielo y habla con el Padre en una intimidad que nos sobrecoge. La tensión política y religiosa es alta. El Sanedrín ha trazado su sentencia, y Roma observa con recelo cualquier alboroto mesiánico. Pero Jesús no se amedrenta: reza. Y en su plegaria, nombra a los suyos, aquellos que deben continuar su misión en un mundo hostil. La cultura judía, anclada en la Ley y los Profetas, no logra comprender la radical novedad de este amor que se entrega hasta la muerte. En ese contexto, Cristo implora: «Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste…» (Jn 17,11b).
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La plegaria de Jesús es un clamor ardiente en la noche del mundo. Su voz temblorosa, henchida de amor eterno, suplica por sus amigos: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal» (Jn 17,15). Aquí se revela la tensión vital del cristiano: estar en el mundo sin ser del mundo. Como en Hebreos 11,13, somos «extranjeros y peregrinos sobre la tierra». Y, sin embargo, el Señor no desea nuestro aislamiento, sino nuestra consagración en la verdad (Jn 17,17), esa verdad que es Él mismo (Jn 14,6).
En su intercesión, Jesús no delega una doctrina, sino un destino: el de ser testigos de su gloria, enviados como Él fue enviado (Jn 17,18). Este eco resuena en las palabras que dirá tras la resurrección: «Como el Padre me envió, así también yo los envío» (Jn 20,21). Su petición no es meramente por protección, sino por santificación. Como Moisés al pie del Sinaí o Elías en el Horeb, los discípulos deben ser marcados por el fuego de la Verdad para poder enfrentar el fuego de la persecución. Este pasaje no es un consuelo lírico; es la columna vertebral del discipulado auténtico.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Dios misericordioso, concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, entregarse a ti de todo corazón y mantenerse unida con voluntad sincera.
Santísima Trinidad: te pedimos por la unidad de la Iglesia; te pedimos que la preserves de todo mal, así como del odio del mundo, y la consagres totalmente a la evangelización en todos los confines de la tierra.
Espíritu Santo, otórganos el discernimiento para que en medio de las tribulaciones descubramos el amor del Padre y del Hijo en nuestra vida.
Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.
¡Gloria! ¡Gloria! Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Detente. Escucha el eco de una plegaria que atraviesa los siglos y alcanza tu corazón: Jesús rezó por ti. No como una idea genérica, sino con nombre propio. Te confió al Padre, no para que evadas el mundo, sino para que en medio de él seas luz. ¿Te atreves a vivir consagrado en la Verdad? Hoy, puedes comenzar por dedicar unos minutos al Evangelio diario, por reconciliarte con alguien a quien has herido, por ser testigo de esperanza en tu trabajo, en tu familia, en la calle.
La contemplación no es fugarse del mundo, sino redimirlo con la mirada de Cristo. Él no pidió facilidades, sino fidelidad. Y como dice san Pablo: «Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Co 12,9). Permite que el fuego de esta oración arda en tu alma, que cada palabra de Jesús se convierta en eco en tus actos, que cada día sea una respuesta amorosa al Amor que se entrega hasta el extremo.
Contemplemos también a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de Guerrico de Igny:
«“Padre, mientras yo estaba con ellos en el mundo, yo mismo guardaba, en tu nombre, a los que me diste” (Jn 17,11). El Señor oró así la víspera de su Pasión. Sin embargo, cuando llegó el momento de la separación, se sintió casi aplastado por la ternura de su amor por ellos y ya no pudo disimular la intensidad y la dulzura de sus sentimientos, que hasta entonces había mantenido ocultos. Por eso se dice en el evangelio: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amo hasta el extremo” (Jn 13,1). Entonces fue como si derramara para sus amigos toda la riqueza de su amor, antes aún de derramar como agua todo su ser por sus enemigos. En ese momento, después de haberlos animado bastante tiempo, los confió al Padre: “Padre -dijo-, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo, para que contemplen la gloria que me has dado” (Jn 17,24).
¡Felices vosotros, que tenéis por abogado al mismo juez! Por vosotros ora aquel al que debemos adorar. Es natural que todo aquello por lo que ora Cristo se realice, porque su palabra es acto, y su voluntad, eficaz. ¡Qué gran seguridad para los fieles! ¡Cuánta confianza para los creyentes! … ¿Acaso no es fácil llevar el suave yugo de Cristo, y sublime ser coronados en su Reino? ¿Qué puede ser más fácil que llevar las alas que llevan a aquel que las lleva? ¿Qué puede ser más sublime que volar por encima de los cielos donde ha ascendido Cristo? Algunos vuelan contemplando; tú, al menos, amando. Repróchate haber buscado en alguna ocasión lo que no es de arriba, sino de la tierra, y di al Señor con el profeta: “¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra” (Sal 73,25). Con lo grande que es lo que me está reservado en el cielo, y, sin embargo, lo desprecio…
Cristo, tu tesoro, ha ascendido al cielo: que también ascienda tu corazón. En él esté tu origen, ahí está tu suerte y tu herencia, ahí esperas al Salvador».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.