«Si me aman, guardarán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes» Jn 14,15-16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 15,15-16.23b-26
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si me aman, guardarán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes. El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis Palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El agua que yo les daré se convertirá en ustedes en fuente de agua que salta para la vida eterna. Este es el nuevo bautismo que el Salvador instituyó para los hombres. Y este es el Espíritu Santo. Este es el don de Pentecostés. Este es el Paráclito, el Espíritu de verdad, que procede del Padre. Él es el que enseña a los hombres y les recuerda lo que Cristo ha dicho. Como el agua da vida a las semillas, así el Espíritu vivifica las almas. Como el fuego purifica los metales, así el Espíritu purifica los corazones. Él nos da la valentía de confesar la fe, nos fortalece en la tribulación, nos guía a la verdad plena» (San Cirilo de Jerusalén).
Queridos hermanos: desde PAX TV les deseamos a todos ustedes una Feliz Pascua de Pentecostés. Hoy, en este momento cumbre del período de la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que el rocío divino del Espíritu Santo se manifieste plenamente en ustedes, en sus familias y en la humanidad, con todos sus dones y frutos, y los colme de aquella alegría divina que no cesa, ni siquiera en las tribulaciones.
Hermanos: a izar las velas y que el dulce viento del Espíritu lleve nuestras barcas, por los mares de la vida, al puerto celestial. Celebremos juntos la primacía del Espíritu, aquel que nos estremece de alegría.
Nos encontramos en el corazón del discurso de despedida de Jesús, durante la última cena en Jerusalén, ciudad sagrada y convulsa, centro espiritual de Israel y símbolo del drama humano. Las palabras de Cristo resuenan en la intimidad de un aposento alto, mientras en el exterior se gesta la traición. La Pascua judía está cerca. El pueblo celebra la liberación del yugo egipcio, pero en los corazones pesa ahora la incertidumbre de una nueva esclavitud: la que nace del rechazo al Mesías.
Mientras tanto, el judaísmo está en tensión entre el legalismo fariseo y la expectación escatológica; y la opresión romana condiciona la vida cotidiana. En ese marco, Jesús habla del Amor como mandamiento, de la obediencia como clave de comunión, y del Espíritu Santo como don que revelará toda verdad. Su promesa no es abstracta: «Vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23b). Se trata de una inhabitación trinitaria. Un Dios que no se conforma con visitarnos, sino que desea habitar en lo más hondo del alma. Así, Pentecostés será el cumplimiento de esta promesa: el fuego de Dios encendido en la carne humana, la eternidad irrumpiendo en el tiempo, la Iglesia naciendo de la llama del Espíritu.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Si me aman, guardarán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les de otro Paráclito» (Jn 14,15-16). Jesús entrelaza amor y obediencia. No hay amor verdadero sin fidelidad concreta, sin un corazón que escuche y haga vida la palabra recibida. El amor no es un sentimiento volátil, sino un sí perseverante. Por eso, quien ama a Cristo, guarda sus palabras, y quien guarda sus palabras, recibe la promesa del Espíritu: el Abogado, el Maestro interior, el Consolador.
Jesús no deja huérfanos a los suyos. En medio de un mundo que desconfía, que se encierra en su razón y rechaza la verdad revelada, el Espíritu viene como memoria viva de Cristo. «El Espíritu Santo… les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho» (Jn 14,26). Esta acción divina no es sólo para los apóstoles, sino para toda la Iglesia. Como enseña San Pablo: «Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor 12,3).
Este Evangelio nos invita a desear con ardor la presencia del Espíritu, a acogerlo como maestro del alma, a vivir la amistad divina como una obediencia amorosa. Es tiempo de pasar del miedo al testimonio, del esfuerzo humano a la docilidad al Paráclito.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica.
Espíritu Santo, Dulce huésped del alma, ven y mora en mi interior. Inunda mis tinieblas con tu claridad, rompe mis miedos con tu soplo de libertad, enciende en mí el fuego de tu amor. Hazme recordar las palabras del Maestro, consolar al que sufre, amar sin medida, permanecer cuando todos se marchan. Enséñame a obedecer como Jesús, a confiar como María, a vivir como Iglesia en misión. ¡Bendita seas Santísima Trinidad!
Padre eterno, tú que diste el cuerpo y la sangre de tu amadísimo Hijo a nuestros hermanos difuntos, mientras vivían en este mundo, concédeles la gloria de la resurrección en el último día.
Madre Santísima, así como tu hiciste realidad tu maravillosa expresión de entrega a Dios: “Hágase en mi según tu palabra”; intercede ante tu amado Hijo para que nosotros hagamos también lo que Él nos inspira a través del Espíritu Santo. Amén.
- Contemplación y acción
Quédate en silencio… deja que el Espíritu sople. No se oye, pero se siente. No se ve, pero transforma. No se puede retener, pero permanece. Él es el Paráclito prometido, el Fuego que no consume, el susurro que da vida. Hoy, abre tu interior y dile: “Espíritu Santo, ven”. No pongas condiciones. No le impongas horarios. Solo dile: ven; y Él vendrá.
Y cuando venga, te recordará la dulzura del Evangelio, te devolverá la memoria del Amor, te impulsará a salir al encuentro del hermano. Hoy, puedes encender una vela en señal de apertura, puedes reconciliarte con aquel con quien estás distanciado. Puedes orar con el Salmo 51: «Crea en mí, oh, Dios, un corazón puro».
Pentecostés no es un punto final, sino un inicio nuevo. Como en Hechos 2,1-11, el Espíritu desciende sobre la comunidad reunida, y la transforma en Iglesia misionera. Deja que Él transforme tu casa en cenáculo, tu corazón en sagrario, tus palabras en fuego. Y que puedas decir, con san Pablo: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).¡Así es Pentecostés!
Contemplemos a Dios Espíritu Santo con un sermón de San Elredo de Rievaulx:
«Según el designio de Dios, al principio, el Espíritu de Dios llenaba el universo, “despliega su fuerza de un extremo a otro, y todo lo gobierna acertadamente”. Pero, en cuanto a su obra de santificación, es a partir de este día de Pentecostés cuando el Espíritu llenó toda la tierra. Porque hoy, el espíritu de dulzura es enviado desde el Padre y el Hijo para santificar a toda criatura según un plan nuevo, una manera nueva, una manifestación nueva de su poder y de su fuerza.
Antes, el Espíritu no había sido dado porque Jesús no había sido glorificado. Hoy, bajando del cielo, el Espíritu es dado a las almas de los mortales con toda su riqueza, toda su fecundidad. Así, este rocío divino se extiende sobre toda la tierra, en la diversidad de sus dones espirituales.
Está bien que la plenitud de sus riquezas haya llovido desde el cielo sobre nosotros, porque pocos días antes, por la generosidad de nuestra tierra, el cielo había recibido un fruto de maravillosa dulzura: la humanidad de Cristo, que es toda la gracia de la tierra. El Espíritu de Cristo es toda la dulzura de la tierra. Se produjo, en efecto, un intercambio muy saludable: la humanidad de Cristo subió de la tierra al cielo. Hoy desciende del cielo hacia nosotros el Espíritu de Cristo.
El Espíritu actúa por doquier. Por todas partes el Espíritu toma la palabra. Sin duda, antes de la Ascensión, el Espíritu del Señor ha sido dado a los discípulos cuando el Señor les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá”.
Pero antes de Pentecostés no se oyó la voz del Espíritu Santo, no se vio brillar su poder. Y su conocimiento no llegó a los discípulos de Cristo, que no habían sido confirmados en su coraje ya que el miedo los tuvo encerrados en una sala con las puertas cerradas. Pero, a partir de este día de Pentecostés, “la voz del Señor se cierne sobre las aguas, la voz del Señor descuaja los cedros, la voz del Señor lanza llamas de fuego. En su templo, un grito unánime: ¡Gloria!”».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.