LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA

Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí está tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí está tu madre». Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. Jn 19,26-27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 19,25-34

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: «Mujer, ahí está tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí está tu madre». Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: «Todo está cumplido», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Entonces los judíos, como era el día de preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilatos que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La Virgen es icono escatológico de la Iglesia: La maternidad espiritual de María conoce en la asunción su última realización. Antes de la Anunciación, la Virgen tenía, por así decirlo, alma de madre respecto a los hombres. Su gracia materna recibió nuevos fundamentos en la encarnación, después en el Calvario, de modo paralelo a la gracia capital de Cristo y en dependencia de ella. Mientras que Cristo, al encarnarse, se volvía radicalmente cabeza de los hombres, María se volvía radicalmente su madre; mientras Él se volvía formalmente cabeza, mereciéndoles la redención, Maria se volvía formalmente su madre, mereciendo con Él: Cristo había elegido esta “hora” para proclamar su misión materna (Jn 19,25-27). Esta maternidad se hizo efectiva en Pentecostés, cuando entró en vigor el régimen de la gracia» (Rene Laurentin).

Hermanos: hoy celebramos a nuestra Santísima Madre, la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Ella no cesa de vivir su materna solicitud hacia nosotros, ni de interceder incesantemente; por eso, ella es la mediadora de todas las gracias que recibimos.

La escena del evangelio de hoy se desarrolla en la cima del Gólgota, en las afueras de Jerusalén, en un día de suplicio y de redención. El Imperio romano domina con violencia, y el poder religioso ha pactado con la mentira para conservar su lugar. En lo alto de una cruz, despojado de todo, pende el Verbo hecho carne. La ley mosaica, centrada en el templo y en el cumplimiento exterior, ha sido desbordada por el amor encarnado. Junto a la cruz, un pequeño grupo fiel resiste: María, la Madre; el discípulo amado; algunas mujeres valientes.

Mientras el mundo asiste indiferente a la muerte de Dios, en el Corazón traspasado de Cristo nace un nuevo órgano vivo: la Iglesia. Jesús, en un gesto de suprema ternura y de profundo simbolismo, entrega a su Madre como Madre de todos los discípulos. En ese instante, la sangre y el agua que brotan del costado son signo del Bautismo y de la Eucaristía: sacramentos que fecundan la vida eclesial. Así, en el dolor y la entrega, la Virgen se convierte en la nueva Eva, Madre de la humanidad en el orden de la gracia.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«María, que por su íntima participación en el misterio de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad, y buscando y obedeciendo en todo a la voluntad divina» (Concilio Vaticano II).

«Mujer, ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). Estas palabras no son un simple encargo afectivo, sino la proclamación de una nueva maternidad espiritual. En la cruz, María no pierde un Hijo: recibe a muchos. Y el discípulo no queda huérfano: es acogido en el corazón inmaculado de quien dio al mundo al Salvador. Esta escena revela el misterio de la Iglesia naciente: una comunidad que nace de la cruz, custodiada por la Madre, nutrida por los sacramentos.

Jesús no deja a sus seguidores sin abrigo. Nos entrega a su Madre como signo de consuelo y de guía. Como en Caná (Jn 2,1-11), María intercede; como en Pentecostés (Hch 1,14), María ora; como en la cruz, María acompaña. El Corazón de Cristo traspasado revela el manantial inagotable del amor divino, y el discipulado se configura en la acogida: «Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa».

La fe, para ser plena, necesita ser mariana. Donde María está, nace la Iglesia, crece la escucha, se aprende la entrega. ¡Recibamos a María en nuestro hogar interior, como signo vivo de la ternura de Dios!

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, Padre de misericordia, cuyo Unigénito, clavado en la cruz, proclamó a Santa María Virgen, su madre, como madre también nuestra, concédenos, por su cooperación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos.

Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre de Misericordia, Madre del buen consejo, Reyna de los ángeles. Madre: así como tu hiciste realidad tu maravillosa expresión de entrega a Dios: «Hágase en mi según tu palabra»; intercede ante tu amado Hijo para que nosotros hagamos también lo que Él nos inspira a través del Espíritu Santo.

Madre Santísima, que todos volvamos a adquirir la libertad del cuerpo y del espíritu.

  1. Contemplación y acción

Contempla el Gólgota. No te apartes. Mira el rostro del Amor crucificado. Permanece junto a la Madre. Ella no huye. Ella no reprocha. Ella no exige. Solo permanece. ¡Aprendamos a permanecer!

Hoy, puedes hacer un gesto muy concreto: acoge a María en tu corazón. Rézale el Rosario. Coloca una imagen suya en un lugar visible de tu hogar. Invítala a tu vida diaria. En los momentos de dificultad, pronuncia su nombre: María. Como dice el Eclesiástico 24, la Sabiduría de Dios puso su tienda en Jacob: así la Virgen habita entre nosotros. Recuerda: la Iglesia nace del costado traspasado de Cristo y crece en el regazo de María. Su presencia es escuela de fe, cáliz de consuelo, espejo de fidelidad. Hoy, conságrate a su corazón inmaculado y dile: «Madre, llévame a Jesús». Y ella, como en Caná, te dirá: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5).

Contemplemos a Nuestra Santísima Madre con una homilía de San Bernardo de Claraval:

«María, en efecto, es aquella gloriosa Estrella del mar que brilla sobre el mar de esta vida, que resplandece con méritos, que ilumina con ejemplos. Tú, quien quiera que seas, que comprendes que más que caminar por tierra, vas errante entre las tempestades y borrascas de este mundo, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella si no quieres verte sumergido por la borrasca.

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de las tribulaciones, mira la estrella, invoca a María. Si te sacuden las olas del orgullo, de la ambición, de la murmuración, de la envidia, mira la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia, la concupiscencia de la carne atacan la navecilla de tu alma, levanta los ojos a María. Si turbado por la enormidad de tus crímenes, confuso por la fealdad de tu conciencia, aterrorizado por el horror del juicio, comienzas a hundirte en el abismo de la tristeza o en el pozo de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aparte nunca de tus labios, que no se aleje de tu corazón. Y para obtener el auxilio de su oración, no te olvides de los ejemplos de su vida. Si la sigues, no te extraviarás. Si la invocas, no desesperarás. Si piensas en ella, no te perderás. Si ella te tiene de la mano, no caerás. Si te protege, nada temerás. Si te conduce, no conocerás el cansancio. Si te favorece, llegarás a la meta».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Leave a Comment