«Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del maligno» Mt 5,37.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Han oído que se dijo a los antepasados: “No jurarás en falso”, y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo les digo que no juren en absoluto ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la Ciudad del gran Rey. No jures por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del maligno».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Seguimos leyendo el discurso del monte según la espléndida composición literaria de Mateo. Y seguimos con las antítesis de Jesús. Si las tres anteriores se referían a las relaciones humanas, la de hoy, que es la cuarta, toca un deber para con Dios: el juramento, por el que se le pone como testigo de algo. El juramento refleja la condición mala del hombre, pues pone de manifiesto tanto su mendacidad, contra la que se supone que el juramento es una defensa, como su desconfianza respecto de la veracidad del prójimo. Por eso excluye Cristo para sus discípulos no sólo el perjurio, es decir, la falsedad o el incumplimiento de un juramento hecho a Dios, sino también el mismo hecho de jurar por el cielo, la tierra, el templo de Jerusalén o la propia vida. Porque contra la mentira no hay mejor salvaguardia que vivir en la verdad. En la nueva ética de Jesús la veracidad se asegura por la integridad interior de la persona» (Basilio Caballero).
Al igual que la lectura de ayer, la de hoy también forma parte del Sermón de la Montaña que seguiremos meditando los próximos días. El pasaje de hoy también integra el texto denominado “Jesús y la Ley” ubicado entre los versículos 17 y 48 del capítulo 5.
Jesús insiste en la honestidad y transparencia en el trato de las personas. A las expresiones sobre el adulterio del día de ayer, Jesús añade ahora que no debemos jurar en el nombre de Dios, ni de nadie, ni de nada. Jesús nos dice que nuestra honestidad, seriedad y transparencia se sustenten también en el cumplimiento de nuestra palabra, y no seamos soberbios porque el juramento vano no puede cambiar el futuro.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La lectura de hoy trata sobre la exigencia de la transparencia y honestidad en el cumplimiento de nuestras responsabilidades. También tiene como objetivo central acercarnos a la perfección del amor. No solo nos invita a evitar el perjurio, sino a vivir una existencia donde no sea necesario jurar, porque la verdad habita en nosotros. «Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del maligno» (Mt 5,37). Cristo no condena el juramento sagrado ante Dios, como atestiguan las Escrituras (cf. Heb 6,13), sino el abuso cotidiano de palabras huecas que encubren mentiras.
La palabra es un sacramento pequeño: revela lo invisible del corazón. Cuando mentimos o maquillamos la verdad, traicionamos la imagen de Dios en nosotros, que es Verdad absoluta. Santiago retoma este mismo mensaje: «Sobre todo, hermanos míos, no juréis… sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no, no» (St 5,12). La pureza de la palabra es reflejo de la pureza del corazón.
San Pablo, en Efesios 4,25, exhorta: «Rechazad la mentira y que cada uno hable la verdad con su prójimo». La vida cristiana es una sinfonía de coherencia: la palabra debe resonar con la acción. Decir la verdad no es solo un acto moral, es un testimonio misiónico. Hoy, en un mundo saturado de discursos falsos, noticias adulteradas y promesas rotas, esta palabra del Señor resuena con ardiente urgencia.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, gracias por enseñarnos que debemos ser veraces y firmes para estar unidos a ti y a Dios Padre.
Amado Jesús, intercede ante Dios Padre para que nos envíe los dones del Espíritu Santo y, con su fortaleza, enfrentar siempre la verdad, aun cuando sea dolorosa para nosotros.
Madre Santísima, esposa del Espíritu Santo, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Cierra los ojos y contempla al Señor ante Pilato. No se defiende con juramentos; no clama su inocencia con retórica humana. Solo dice: «Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Su silencio pesa más que mil palabras. Su cruz, hecha de incoherencias humanas, es el altar donde florece la Palabra fiel.
Hoy, examina tu lenguaje. ¿Eres transparente? ¿Tus palabras reflejan tu interior o lo encubren? Decide hoy un gesto de conversión verbal: pide perdón por una mentira, cumple una promesa olvidada, di la verdad con claridad donde callas por miedo. Ser cristiano es ser testigo: y el testigo habla la verdad, aunque le cueste. Deja que tu alma se purifique con las palabras del Salmo 15: «El que dice la verdad de corazón… ése nunca vacilará». Haz de tu palabra una ofrenda, de tu sí, una alianza, y de tu silencio, un santuario.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Basilio Caballero:
«Jesús recupera el centro y el espíritu de la ley, que es el querer de Dios y no la letra atomizada en preceptos. Ese centro y ese espíritu dan la primacía al amor, como dirá Cristo al letrado que le pregunta por el mandamiento mayor de la ley (Mc 12,28ss). Primero es el evangelio, es decir, la buena nueva del Reino y del amor de Dios al hombre; primero es el don, el indicativo; luego vendrá la moral, el imperativo, la respuesta del hombre con la misma moneda: amor incondicional que no se contenta con el mínimo de la letra de la ley, sino que aspira al máximo de la entrega a Dios y al hermano. Así la ley se convierte en pedagogo del amor. Esta será la novedad y superioridad de la ley cristiana.
Acentuar el amor y la fidelidad interior a la voluntad del Señor, manifestada en su ley y mandamientos, es la manera de evitar el culto vacío que él condenó por boca de los profetas y de Jesús mismo. Una fidelidad a carta cabal no se contenta con una observancia externa y para cumplir. La verdad es que solemos tener miedo a comprometernos a fondo con Dios; nos amedrentan sus posibles exigencias, a veces bastante radicales. Y queremos nadar y guardar la ropa, servir al Señor conservando la mayor parcela posible de nuestra vida para nuestro uso privado, pagar su factura con la mayor rebaja a nuestro alcance para poder seguir la corriente del momento.
De esta coartada ilusoria a la actitud farisaica del cumplo-y-miento no hay ya más que un peldaño. Así, ¿cómo podremos vivir la disponibilidad ante Dios y testimoniar que la ley de Cristo es nuestro gozo y fortaleza? La ley es para el hombre y no el hombre para la ley; por eso la ley no es para la tiranía, sino para la alegre libertad del que sabe amar. Sucede con frecuencia que, sin ser conscientemente tramposos, tendemos a hacer trampas, incluso con Dios. Por eso hemos de estar alerta sobre el engaño de una religión de pacotilla, refugio de soñadores que dicen y no hacen. A Dios no se le sirve y honra con los labios si está ausente el corazón. Puesto que el corazón es la fuente de donde brotan el bien y el mal, es necesaria una actitud ética de conversión personal a la ley de Cristo con una alegría que responde agradecida al don de su amor y no por miedo a la amenaza de un castigo».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.