LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

«Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena» Jn 16,13.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«En la Santísima Trinidad se encuentra el origen supremo de todas las cosas, la perfectísima belleza y el muy bienaventurado gozo. El origen supremo, como afirma San Agustín, es Dios Padre, en quien tienen su origen todas las cosas, de quien procede el Hijo y el Espíritu Santo. La belleza perfectísima es el Hijo, la Verdad del Padre que no le es desemejante en ningún punto… El gozo muy bienaventurado, la soberana bondad, es el Espíritu Santo, que es el don del Padre y del Hijo» (San Antonio de Padua).

Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús en la intimidad del Cenáculo, la noche en que fue entregado. Jerusalén, la ciudad santa, está envuelta en una atmósfera de tensión y misterio. El Maestro, sabiendo cercana su pasión, derrama sobre los suyos la plenitud de su corazón. Están en el umbral del misterio pascual: cruz, muerte, resurrección, ascensión. Sus discípulos, aunque lo han escuchado por largo tiempo, apenas comprenden la magnitud del acontecimiento que se avecina.

Jesús no los abandona en la incertidumbre. Les promete al Paráclito, el Espíritu de Verdad, quien los conducirá hacia la plenitud. Esta declaración encierra una profunda revelación trinitaria: el Hijo recibe del Padre, y el Espíritu recibe del Hijo y lo comunica. En un mundo judío monoteísta, esta revelación progresiva del misterio de Dios como Trinidad es inaudita. Pero no se impone como definición filosófica, sino como experiencia de comunión.

El contexto también es de persecución. La incipiente comunidad cristiana, tras la resurrección, vivirá el escarnio y el martirio. Por eso, el Espíritu es también consuelo, defensa y luz. No estamos ante un tratado dogmático, sino ante una epifanía de amor que brota del corazón de Cristo en el cenit de su entrega.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe”» (Catecismo de la Iglesia Católica, 234).

San Efrén el sirio, en el Himno a la Trinidad, nos dice: «Toma como símbolos el sol para el Padre; para el Hijo, la luz, y para el Espíritu Santo, el calor. Aunque sea un solo ser, es una Trinidad lo que se percibe en él. Captar al inexplicable ¿quién lo puede hacer? … ¡gran misterio y maravilla manifestada!».

«Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora…» (Jn 16,12). Así comienza este fragmento lleno de ternura y profundidad. El Maestro no impone la verdad como un peso, sino que la ofrece como semilla que crecerá al ritmo del amor. El Espíritu de Verdad no viene con estruendo, sino como brisa suave que conduce, no impone; ilumina, no enceguece.

El texto nos invita a entrar en la danza eterna del Amor trinitario: el Padre, fuente de todo; el Hijo, Verbo encarnado; el Espíritu, soplo que vivifica. «Todo lo que es del Padre es mío», dice Jesús (Jn 16,15), y el Espíritu lo toma del Hijo y lo comunica. En esta perícopa, el amor no se guarda: se dona. El conocimiento de Dios no es acumulación de datos, sino participación en su Vida.

La Trinidad no es un problema por resolver, sino un misterio a adorar. Una realidad para vivir: en cada acto de caridad, en cada perdón ofrecido, en cada oración humilde, entramos en el abrazo trinitario que nos transforma desde dentro.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, que has enviado al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los hombres tu misterio admirable, concédenos que, al profesar la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y adoremos la Unidad de su majestad omnipotente.

Padre eterno, que todos los hombres, Señor, te confiesen como único Dios en tres personas, y que vivan en la fe, en la esperanza y en el amor.

Padre eterno, Padre de todos los vivientes, tú que vives y reinas con el Hijo y el Espíritu Santo, recibe a nuestros hermanos difuntos en tu reino.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, Esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Cierra los ojos y contempla a Cristo revelando al Padre por el poder del Espíritu. Míralo hablar en la penumbra del Cenáculo, mientras el mundo exterior se prepara para el odio y la cruz. Pero dentro, en ese recinto santo, arde la llama trinitaria.

Hoy, decide dejarte guiar por el Espíritu: él es quien te recuerda que no estás solo, quien te habla al corazón cuando todo enmudece. Te sugiero el siguiente propósito: dedica unos minutos al día a invocar al Paráclito con sencillez: “Espíritu Santo, muéstrame el camino”.

Vive con transparencia. Que tu pensar, hablar y actuar reflejen la armonía trinitaria: unidad sin uniformidad, diversidad sin divisiones. Cultiva relaciones en las que reine la escucha, el don, el perdón. Sé imagen viviente del Amor que es familia eterna. Como enseña San Agustín: «Cuando ves caridad, ves a la Trinidad» (De Trinitate VIII, 8,12). Y como afirma san Pablo: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

Contemplemos a la Santísima Trinidad con una homilía de San Simón, el Nuevo teólogo:

«La llave del conocimiento no es otra cosa que la gracia del Espíritu Santo. Se da por la fe. Por la iluminación, produce realmente el conocimiento y hasta el conocimiento pleno. Despierta nuestro espíritu encerrado y oscurecido, a menudo con parábolas y símbolos, pero también con afirmaciones más claras… hechas atenciones en el sentido espiritual de la palabra. Si la llave no es buena, la puerta no se abre. Porque, dice el Buen Pastor, “es a Él a quien el portero abre”. Pero si la puerta no se abre, nadie entra en la casa del Padre, porque Cristo dijo: “Nadie va al Padre sin pasar por mí”.

Por tanto, es el Espíritu Santo, el primero, que despierta nuestro espíritu y nos enseña lo que concierne al Padre y el Hijo. Cristo nos dice esto también: “Cuando venga, Él, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, dará testimonio en mi favor. y os guiará hacia la verdad plena”. Ved cómo, por el Espíritu o más bien en el Espíritu, el Padre y el Hijo se dan a conocer, inseparablemente…

Si se llama llave al Espíritu Santo, es porque, por Él y en Él primero, tenemos el espíritu iluminado. Una vez purificados, somos iluminados por la luz del conocimiento. Somos bautizados desde lo alto, recibimos un nuevo nacimiento y llegamos a ser hijos de Dios, como dice san Pablo: “El Espíritu Santo clama por nosotros con gemidos inefables”. Y todavía más: “Dios derramó su Espíritu en nuestros corazones que grita: «Abba, Padre»”. Es pues Él quien nos muestra la puerta, puerta que es luz, y la puerta nos enseña que aquel que habita en la casa, es Él también, luz inaccesible».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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