«Porque si perdonan sus faltas a los demás, también nuestro Padre, que está en el cielo, los perdonará a ustedes» Mt 6,14.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando oren, no usen muchas palabras, como hacen los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No hagan como ellos, porque el Padre de ustedes, ya sabe lo que a ustedes les hace falta antes de que se lo pidan. Ustedes oren así: “Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonan sus faltas a los demás, también nuestro Padre, que está en el cielo, los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco su Padre los perdonará a ustedes».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Mirad cómo de pronto levanta el Señor a sus oyentes y desde el preámbulo mismo de la oración nos trae a la memoria toda suerte de beneficios divinos. Porque quien da a Dios el nombre de Padre por ese sólo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta como hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. De doble manera, pues, levanta el Señor los pensamientos de sus oyentes: por la dignidad del que es invocado y por la grandeza de los beneficios que de Él habían recibido» (Manuel Garrido Bonaño).
Desde la semana pasada estamos meditando el Sermón de la montaña que fue pronunciado en una colina próxima al lago de Galilea, se erige como el corazón palpitante de la ética cristiana. En un contexto dominado por la religión ritualista del judaísmo del siglo I, donde las oraciones eran recitadas en voz alta en las sinagogas o en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres (Mt 6,5), Jesús desvela el rostro de un Dios que no busca exhibiciones externas, sino la verdad del corazón.
La oración en el mundo grecorromano era frecuentemente prolija, basada en repeticiones mecánicas y mágicas, con la idea de doblegar a la divinidad a través de la cantidad de palabras. Jesús contrasta esta visión con la imagen de un Padre que «sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan» (Mt 6,8). En un contexto de poderes opresores, tanto religiosos como políticos, Jesús invita a una comunión íntima con Dios, rompiendo los moldes de una religiosidad formalista y proponiendo una relación filial y transformadora.
Este texto, donde se pronuncia el Padrenuestro, se convierte en una revolución espiritual: Dios no es una divinidad lejana, sino el Padre cercano, Abba. Este nombre cambiará para siempre la forma de orar y de vivir del discípulo.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Ustedes oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo…» (Mt 6,9). No comienza con un “yo”, sino con un “nosotros”. No nos presenta a un Dios lejano, sino al Padre que nos une como hermanos. Esta oración, que nace de los labios del Hijo, es el eco eterno del corazón trinitario que late en comunión. El Padrenuestro es más que una súplica: es una confesión de identidad, un camino de conversión.
Cada palabra es una chispa que puede encender el alma de amo. «Santificado sea tu Nombre» —que en mi vida resplandezca tu gloria. «Venga tu Reino» —derriba mis reinos de egoísmo. «Hágase tu voluntad» —aunque me duela. «Danos hoy nuestro pan» —el material, sí, pero sobre todo el Pan que es Cristo. «Perdona nuestras ofensas» —en la medida en que aprendamos a perdonar.
Jesús condensa en esta oración la totalidad del Evangelio. En Lc 11,1-4, también enseña esta oración a sus discípulos, tras haberle visto orar. Y en Rm 8,15, san Pablo nos recuerda que es el Espíritu quien clama en nosotros «¡Abba, Padre!». Quien ora así, se despoja de máscaras y se reviste de confianza. El Padrenuestro es el espejo del alma cristiana, el aliento del creyente que camina entre luces y sombras, pero sabiendo que es hijo amado.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, que estás en el cielo, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Padre misericordioso, concédenos la gracia de vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, tu Hijo, y mantener siempre una relación estrecha de amor filial contigo, para que vivamos siempre inspirados por tu amor.
Santo Dios, Santo Padre del cielo, envía tu Espíritu Santo para fortalecer nuestra fe y poder ser discípulos de Jesús en todas las circunstancias de nuestras vidas.
Padre eterno, en el Santísimo Nombre de Jesús, tu Hijo y por tu infinita misericordia, lleva contigo a todos los difuntos de todo tiempo y lugar y muéstrales el excelso rostro de tu amor.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre de Misericordia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contempla al Señor orando en soledad. No recita, no proclama: entra en comunión. El Padrenuestro no es solo un texto, es un camino interior, un ascenso hacia el corazón del Padre. Quien lo reza, se entrega. Quien lo vive, se transforma.
Hoy, busca un rincón silencioso. Reza despacio el Padrenuestro. Detente en cada palabra. Pregúntate: ¿trato a Dios como Padre o como juez? ¿Estoy dispuesto a perdonar como Él me perdona? ¿Dejo que su voluntad moldee mis planes? ¿Soy buen hijo del Padre? Haz del Padrenuestro tu respiración espiritual. Al despertar, antes de dormir, en medio del día: que sea el eje de tu jornada. Y cuando te falten las palabras, que tu alma diga simplemente: “Padre”. Así, poco a poco, tu corazón aprenderá a latir al ritmo del Hijo. Tu vida será eco de su oración, fragancia del Reino, reflejo de la voluntad divina en la tierra. Lee también: Sal 103,13; Is 64,8; Ga 4,6. Todos ellos te recordarán que eres hijo en el Hijo, habitado por el Espíritu que ora en ti.
Contemplemos a Dios Padre con un sermón de Pedro Crisólogo:
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Este es el reinado de Dios: cuando en el cielo y en la tierra impere la voluntad divina, cuando solo el Señor esté en todos los hombres, entonces Dios vive, Dios obra, Dios reina, Dios es todo, para que, como dice el apóstol, Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15,28).
El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Quien se dio a nosotros como Padre, quien nos adoptó como hijos, quien nos hizo herederos, quien nos transmitió su nombre, su dignidad y su Reino, nos manda pedir el alimento cotidiano. ¿Qué busca la humana pobreza en el Reino de Dios, entre los dones divinos? Un padre tan bueno, tan piadoso, tan generoso, ¿no dará el pan a los hijos si no se lo pedimos? Si así fuera, ¿por qué dice: no os preocupéis por la comida, la bebida o el vestido? Manda pedir lo que no nos debe preocupar porque como Padre celestial quiere que sus hijos celestiales busquen el pan del cielo; “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo” (Jn 6,41). Él es el pan nacido de la Virgen, fermentado en la carne, confeccionado en la pasión y puesto en los altares para suministrar cada día a los fieles el alimento celestial.
Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si tú, hombre, no puedes vivir sin pecado y por eso buscas el perdón, perdona siempre; perdona en la medida y cuantas veces quieras ser perdonado. Ya que deseas serlo totalmente, perdona todo y piensa que, perdonando a los demás, a ti mismo te perdonas.
Y no nos dejes caer en la tentación. En el mundo la vida misma es una prueba, pues asegura el Señor: es una tentación la vida del hombre (Job 7,1). Pidamos, pues, que no nos abandone a nuestro arbitrio, sino que en todo momento nos guíe con piedad paterna y nos confirme en el sendero de la vida con moderación celestial.
Mas líbranos del mal. ¿De qué mal? Del diablo, de quien procede todo mal. Pidamos que nos guarde del mal, porque, si no, no podremos gozar del bien».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.