NATIVIDAD DE JUAN BAUTISTA
«Juan es su nombre» Lc 1,63.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,57-66.80
A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Como auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a Cristo, que es la verdad en persona. Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que también en nuestros días la Iglesia se mantenga siempre fiel a Cristo y testimonie con valentía su verdad y su amor a todos» (Benedicto XVI).
Hoy celebramos la Natividad de San Juan Bautista, precursor de Nuestro Señor Jesucristo. Este día nos recuerda el primer paso de uno los cambios decisivos en la historia de la humanidad. Y lo hacemos meditando el pasaje evangélico que narra cómo, Isabel, una mujer estéril da a luz a Juan Bautista, el santo profeta del Altísimo, que, estando aun en el vientre materno, saltó de alegría cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, y Nuestra Santísima Madre recitó el maravilloso Magnificat.
La escena se sitúa en una pequeña aldea de Judea, entre las colinas que rodean Jerusalén. Zacarías e Isabel, ancianos y considerados estériles, han recibido un milagro inesperado: el nacimiento de un hijo. En una cultura donde la descendencia era signo de bendición y continuidad del linaje, la esterilidad se vivía como oprobio. El nacimiento de Juan se convierte, entonces, en un acontecimiento profundamente contracultural, donde la gracia de Dios irrumpe desbordando todo cálculo humano.
En el contexto político, el pueblo judío se hallaba bajo dominio romano, y las esperanzas mesiánicas estaban marcadas por una tensión constante entre la opresión y la promesa. Juan, al nacer, no es solo un hijo esperado; es el heraldo de la esperanza profetizada. El gesto de ponerle un nombre no heredado –»Juan»– desata el asombro. Significa: “Dios ha hecho gracia”. Su nombre es ya su misión.
Religiosamente, el judaísmo vivía una profunda espera: los profetas callaban hacía siglos. Juan será la voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio. Su nacimiento inaugura el tiempo de cumplimiento. Es el eslabón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el último de los profetas y el primero en señalar al Cordero de Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había hecho una gran misericordia, la felicitaban» (Lc 1,57-58). Así comienza esta página cargada de ternura y prodigio. El nacimiento de Juan Bautista no es solo una alegría familiar; es un signo escatológico, una campana que anuncia el amanecer.
Juan es el enviado que precede a Cristo. Como el lucero que anuncia la aurora, su vida está enteramente orientada al Otro. «Él debe crecer, y yo disminuir» (Jn 3,30). Su vocación es desaparecer para que resplandezca el Esposo. Su existencia es un testimonio de humildad y verdad.
Cuando el ángel manda llamarlo «Juan», rompe con la tradición y confirma que Dios está inaugurando algo nuevo. El asombro de los vecinos muestra que el nacimiento de este niño no es ordinario. El silencio roto de Zacarías al escribir el nombre es símbolo de la Palabra que vuelve a florecer. Zacarías recupera la voz para bendecir a Dios: cuando el hombre se rinde a la voluntad divina, el canto vuelve a su garganta.
Este texto se entrelaza con otros momentos clave: la Visitación (Lc 1,39-45), donde el niño Juan salta en el seno ante la presencia de Cristo; y el inicio del ministerio de Jesús, donde Juan proclama: «He aquí el Cordero de Dios» (Jn 1,29). Todo en Juan es anuncio, preparación, apertura al Mesías.
¿Vives para ti o para anunciar a Otro? ¿Te atreves a ser voz, aun en medio del desierto?
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que suscitaste a Juan Bautista para que preparase a Cristo, el Señor, una muchedumbre bien dispuesta, concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual y dirige los corazones de todos los fieles por el camino de la salvación y de la paz.
Padre eterno, que los dones del Espíritu Santo nos permitan testificar tu verdad con valentía y sin temor a la tribulación, tal como lo hizo Juan Bautista.
Amado Jesús, misericordia pura e infinita, concede el perdón a las almas del purgatorio y llévalas al banquete celestial. Envía a San Miguel Arcángel para que proteja a las almas de las personas agonizantes ante los ataques del enemigo.
Madre Santísima, Madre del Sol que nace de lo alto, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Entra en el silencio interior. Imagínate en la casa de Isabel, viendo al niño en brazos de su madre, mientras los vecinos se preguntan con temor: «¿Qué va a ser este niño?». Escucha en esa pregunta el eco de tu propia vocación. ¿Qué espera Dios de ti? Juan vivió en el desierto, alimentado por la Palabra. Allí creció, lejos del ruido, de la vanagloria, de los reflectores. Hoy, también tú puedes ir al “desierto” de la oración, del ayuno, del servicio escondido. Desde allí, Dios te formará.
Haz hoy un acto de silencio verdadero: renuncia a una palabra crítica, a una opinión innecesaria, y ofrece ese silencio como terreno para que Dios hable. Lee una página del Evangelio y deja que arda en ti. Contempla que cada vida es una misión. Tú no eres casualidad. Como Juan, has sido llamado desde antes de nacer (cf. Jer 1,5). Entra en la hondura de tu historia. Pregunta con fe: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Y escucha, porque allí, en el silencio fecundo, nacerá tu voz.
Admiremos al precursor de Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de Sofronio de Jerusalén:
«Grita, oh, Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto… Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas… Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías. Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre».
Hermanos: contemplemos ahora al “sol que viene de lo alto” con el Cántico de Zacarías, ubicado en Lucas 1,68-79 y que tiene como centro de todo a Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Mesías:
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos librará de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.