LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, por sus frutos los conocerán» Mt 7,18-20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas, que vienen a nosotros disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de espinos o higos de los cardos? Los árboles buenos dan frutos buenos, los árboles malos dan frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, por sus frutos los conocerán».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«No todo el que se dice cristiano lo es de verdad, ni todo el que se reviste de apariencia piadosa tiene el corazón transformado. Como el oro se prueba en el crisol, así la fe se mide por las obras. Cristo nos dio una regla clara: por sus frutos los conoceréis. No se puede esconder un árbol seco bajo hojas brillantes. La caridad verdadera no finge, y el alma que ama la verdad se manifiesta en la paz, en la humildad, en la unidad» (San Cipriano de Cartago).

El Evangelio de Mateo nos sitúa en el contexto de Galilea, en la región montañosa y rural al norte de Jerusalén. Es una tierra de campesinos, pescadores y artesanos, con una fuerte presencia de la piedad popular judía y marcada por tensiones sociales y religiosas. En esta región, donde proliferaban los rabinos y los autodenominados profetas, la religión se entrelazaba con la vida diaria, pero también existía el riesgo de manipulación espiritual.

Jesús habla a una muchedumbre que le sigue con hambre de verdad. Muchos han sido oprimidos por autoridades religiosas que cargan sobre ellos fardos pesados sin mover un dedo para aliviarlos (cf. Mt 23,4). En este ambiente, el Señor pronuncia el discurso del Monte (Mt 5–7), un compendio de sabiduría celestial, donde el alma es llevada a beber de las fuentes más puras del Reino.

En este fragmento, Jesús advierte contra los falsos profetas, que vienen disfrazados de corderos, pero en realidad son lobos rapaces. La imagen es fuerte, casi brutal, pero necesaria: no todo lo que brilla es oro, no toda palabra religiosa es divina. En una cultura que valoraba la aparente piedad, el discernimiento se volvía esencial. Y el Maestro entrega un criterio claro: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16). Por ello, es necesario que estemos unidos a la fuente de la vida que es Nuestro Señor Jesucristo y plenamente dispuestos a que fluya la savia divina a través nuestro, hacia nuestros hermanos. Si una persona da muchos frutos buenos, lo más elevado que se puede decir de dicha persona es lo que dijo Pedro de Jesús, en Hch 10,38: «Pasó por la vida haciendo el bien». Esta es la medida del camino auténtico que se dirige a la Vida.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

¡Cuánta sabiduría encierra la advertencia de Jesús! En un mundo saturado de palabras, de mensajes seductores, de voces que prometen cielo, pero siembran infierno, el criterio no está en el discurso sino en el fruto. «Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos» (Mt 7,18). Este principio evangélico nos obliga a mirar con profundidad. No basta la apariencia, ni la habilidad retórica, ni el carisma exterior. El fruto es el testigo: la paz que deja una palabra, la conversión que provoca una acción, la humildad que brota tras un consejo. Jesús retoma aquí la línea profética de Jeremías: «Maldito quien confía en el hombre… bendito quien confía en el Señor. Será como árbol plantado junto al agua» (Jer 17,5-8). Y también conecta con Pablo, quien advierte que «Satanás se disfraza de ángel de luz» (2Cor 11,14).

Esta palabra es actual. Hoy también hay quienes hablan en nombre de Dios, pero promueven divisiones, cultivan el ego, hieren con juicios. ¡Cuántas veces hemos sido engañados por lo vistoso, olvidando que la santidad es discreta, que el fruto verdadero es el amor (cf. Gál 5,22-23)! El Señor nos llama a ser jardineros del corazón, a podar nuestras ramas estériles, a examinar el fruto de nuestras palabras, de nuestras obras, de nuestras intenciones. La autenticidad no se imposta; florece en quien permanece unido al Árbol de la Vida.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Gracias Santísima Trinidad por los dones que nos regalas a cada instante de nuestras vidas para invitarnos a permanecer siempre en tu amor.

Dios Espíritu Santo, amor de Dios Padre y de Dios Hijo, concédenos tus santos dones para que podamos reconocer el engaño presente en el mundo y seamos testigos de Nuestro Señor Jesucristo. Fortalece y concede eficacia a nuestros esfuerzos de ser misericordiosos, pacientes, serviciales, alegres, en suma, de ser verdaderos seguidores de Nuestro Señor Jesucristo. Tengamos presente que la misericordia y las demás virtudes proceden del amor.

Amado Jesús, misericordia pura e infinita, concede el perdón a las almas del purgatorio y llévalas al banquete celestial. Envía a San Miguel Arcángel para que proteja a las almas de las personas agonizantes ante los ataques del enemigo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Mira tu vida como un jardín. Observa los frutos que ha dado: palabras, decisiones, silencios, gestos. Algunos frutos fueron dulces; otros, amargos. No te condenes. Solo contempla. Jesús pasa hoy por tu corazón como el Divino Labrador. Lleva en sus manos las tijeras del amor. Te invita a dejarte podar. A veces, el fruto no llega por exceso de ramas, por hojas que impiden que el sol penetre. Deja que Él quite lo que no da vida: la apariencia, la superficialidad, el juicio ligero.

Haz hoy un acto concreto: deja de juzgar una situación o persona. Mira con misericordia. Pregúntate: ¿Este pensamiento, esta palabra, este gesto… da fruto de paz, de justicia, de caridad? Y cada vez que veas una acción religiosa, detente y mira su fruto. No te dejes impresionar por el ruido; busca la raíz. Porque allí donde hay fruto bueno, está el Espíritu. Y allí donde todo es apariencia, el alma languidece. Jesús no busca ramas, busca corazones fecundos.

Hermanos: contemplemos a Dios con un texto de San Francisco de Sales:

«Pero, me diréis, si hay consolaciones que vienen de Dios, que son buenas y otras que provienen de la naturaleza y que son inútiles, o sea, peligrosas, ¿cómo distinguir las unas de las otras? La regla general es ésta, mi querida Filotea: como se reconoce al árbol por sus frutos, por sus frutos se reconoce el valor de una pasión o de un afecto. El corazón es bueno cuando tiene buenos sentimientos, y los sentimientos son buenos cuando producen buenos frutos, actos buenos. Si esas consolaciones nos van haciendo más humildes, más pacientes, más caritativos, más compasivos, más ardorosos en mortificar nuestras malas tendencias, más fieles en nuestras resoluciones, más obedientes, más sencillos en nuestra manera de vivir… entonces, sin duda alguna, vienen de Dios.

Pero si esas “dulzuras” son solamente dulces para nosotros, si nos van haciendo curiosos, amargos, insoportables, impacientes, tercos, orgullosos, presuntuosos, duros para con los hermanos; si, al creernos santitos rechazamos todo consejo y advertencia… entonces, esas consolaciones indudablemente son falsas y malas, porque un árbol bueno sólo produce frutos buenos.

Recibamos con humildad esas dulzuras, no por lo que son en sí mismas, sino porque es Dios el que nos las ofrece, como hace una madre, la cual, para atraer a su hijito, le pone un caramelo en la boca. Si el niño reflexionase, debería apreciar más la dulzura de las caricias de su madre que la dulzura de los caramelos.

Y si nos faltasen los consuelos, aceptemos generosamente esta privación ya que no es el consuelo lo que debemos buscar, sino al Consolador. Y tenemos que estar dispuestos a mantenernos firmes en su amor, incluso aunque en toda nuestra vida no experimentásemos nunca su dulzura. Tanto en el Calvario como en el Tabor, hemos de decir: Qué bien se está contigo, Señor, lo mismo si estás en la cruz, que si estás en la gloria».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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