LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Mt 16,15.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16,13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«Todos los apóstoles son columnas de la tierra (Sl 74,4), pero en primer lugar están los dos cuya fiesta celebramos. Son las dos columnas que sostienen a la Iglesia por su enseñanza, su oración y el ejemplo de su constancia. Es el mismo Señor quien ha puesto estas columnas como fundamento. Primeramente, eran débiles y no eran capaces, ni ellos ni los otros, de sostenerse. Y aparece aquí el gran designio del Señor: si siempre hubieran sido fuertes, se hubiera podido pensar que su fuerza procedía de ellos mismos. También el Señor, antes de consolidarlos quiso mostrar hasta dónde eran capaces para que todos sepan que su fuerza viene de Dios.

Es el Señor quien ha fundado estas dos columnas de la tierra, es decir, de la Santa Iglesia. Por eso debemos alabar con todo el corazón a nuestros santos padres que han soportado tantos sufrimientos por el Señor y han perseverado con tanta fuerza. Es fácil perseverar en el gozo, en la prosperidad y la paciencia. Pero es más grande ser lapidado, flagelado, azotado por Cristo, y en todo ello, perseverar con Cristo (2C 11,25). Es grande ser maldecido con Pablo y bendecir…, ser como el desecho del mundo y gloriarse de ello (1C 4,12-13) … ¿Y qué decir de Pedro? Aunque nada hubiera sufrido por Cristo sería suficiente festejarlo hoy por haber sido crucificado por él. La cruz ha sido su camino» (San Elredo de Rieval).

Hoy celebramos la Solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstoles, y el día del Papa. Lo hacemos meditando el texto evangélico denominado “La confesión y primado de Pedro”. Pedro, pescador de Betsaida, inspirado por Dios Padre, reconoce a Jesús como el Mesías, como el Hijo de Dios vivo; y Jesús lo designa como la piedra fundacional de la Iglesia. De esta manera, Pedro, tan frágil como nosotros, se convirtió en el primer papa por la gracia de Dios.

San Pablo era perseguidor de los primeros cristianos hasta que fue «alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12). Por la infinita misericordia de Dios se convirtió en siervo, predicador, catequista y en un enamorado de Jesús. Se convirtió en «apóstol por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1; Ef 1,1; Col 1,1), algo que remarcaba él mismo para destacar la intervención divina en su conversión. También fue un gran misionero y pastor de las almas, y afrontó con gran valentía todas las persecuciones y dificultades. Como afirma Benedicto XVI: «Pablo brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia y no solo en la historia de sus orígenes».

San Pedro y San Pablo son imágenes vivas del colegio apostólico. Pedro se distingue por la confesión de su fe. Pablo, siempre actual e influyente, era un hombre de espíritu vivaz y brillante formación que anunció con dinamismo el Evangelio de la salvación, proyectando una luz nueva en los pueblos que visitó. Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en el amor.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

¡Qué momento sublime cuando la eternidad irrumpe en el tiempo y la divinidad se revela a través de labios humanos! En Cesarea de Filipo, Pedro no habla desde la sabiduría de la carne ni de la sangre, sino movido por el Espíritu del Padre. Su confesión – «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» – trasciende las categorías humanas y se convierte en la primera piedra angular de la Iglesia naciente.

Como observa Benedicto XVI, «Pedro habla aquí no como Simón, sino como la roca sobre la cual Cristo edificará su Iglesia». La revelación del Padre transforma al pescador impetuoso en cimiento inconmovible. Este momento encuentra su eco profético en Isaías 28,16: «Mirad que pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa». Cristo mismo es la piedra angular (Efesios 2,20), pero Pedro participa de esta solidez rocosa mediante la gracia de la revelación divina.

La respuesta de Jesús desvela el misterio de la Iglesia: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». La imagen arquitectónica revela una verdad teológica fundamental: la Iglesia no es construcción humana, sino edificio divino cimentado en la fe revelada. Las “puertas del infierno” – símbolo de las fuerzas de la muerte y el mal – se estrellan impotentes contra esta fortaleza espiritual.

El poder de las llaves, prefigurado en Isaías 22,22 con Eliaquim, constituye a Pedro en mayordomo del Reino. Como afirma San Juan Pablo II: «Las llaves simbolizan la autoridad, pero una autoridad que es servicio, una primacía que es diaconía». Este poder se despliega en el perdón de los pecados y en la confirmación de los hermanos, haciendo de Pedro el pastor visible del rebaño único de Cristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que nos llenas hoy de santa y festiva alegría en la Solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, concede a tu Iglesia seguir, en todo, las enseñanzas de aquellos por quienes comenzó la difusión de la fe.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo una fe inquebrantable y decidida como la de San Pedro, para que demos testimonio valiente de tu amor en un mundo cada vez más alejado de ti.

Dios nuestro, pastor y guía de todos los fieles, mira con bondad a tu hijo el papa León XIV, a quien constituiste pastor de tu Iglesia, y sostenlo con tu amor, para que con su palabra y su ejemplo conduzca al pueblo que le has confiado y llegue, juntamente con él, a la vida eterna”

Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hoy el Evangelio nos llama a contemplar la confesión de Pedro no como un eco del pasado, sino como un fuego que aún arde en el corazón de todo creyente. Detente. Mira a Cristo, no con los ojos de la carne, sino con los ojos del alma. Él te pregunta: «Y tú, ¿quién dices que soy yo?» No respondas con fórmulas, responde con tu vida. Sé roca donde otros puedan apoyarse, palabra firme donde otros hallen sentido, testigo ardiente en un mundo que duda. ¿Construyes sobre arena o sobre la roca? ¿Tus decisiones, tus valores, tus silencios y tus palabras… llevan el sello de Cristo?

Como propósito, escribe tu propia confesión de fe. Léela en la oración. Y vive cada día desde ella. Ofrece tu fidelidad a la Iglesia, ora por el Papa —sucesor de Pedro—, y haz de tu entorno una comunidad donde Cristo sea reconocido, amado y seguido. En medio del ruido del mundo, deja que resuene el silencio sagrado que brota de una certeza profunda: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Y que tu corazón, como el de Pedro y Pablo, arda por anunciarlo hasta el último confín.

Contemplemos la misericordia de Dios en san Pedro y san Pablo con un texto de San Bernardo de Claraval:

«La Iglesia aplica a los apóstoles san Pedro y san Pablo estas palabras: “Son hombres de misericordia, cuyos beneficios no caen en el olvido; los bienes que dejaron a la posteridad siguen existiendo”. Podemos llamarlos hombres de misericordia porque han obtenido misericordia para ellos mismos, porque están llenos de misericordia y porque Dios nos los ha otorgado en su misericordia.

Ved, en efecto, qué misericordia han obtenido. Si interrogáis a san Pablo sobre este punto, él les dirá de sí mismo: Yo empecé siendo un blasfemo, un perseguidor; pero he obtenido misericordia de Dios. Pero si Pablo ha pecado, lo ha hecho sin saberlo, ya que no tenía fe; Pedro, por el contrario, tenía los ojos bien abiertos en el momento de su caída, “pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Si san Pedro ha podido ascender a un grado tal de santidad después de haber sufrido una caída tan fuerte, ¿quién podrá ahora desesperarse, por poco que quiera salir también de sus pecados? ¿Quién no será absuelto de sus faltas pasadas, como lo fueron antes Pedro y Pablo? Si has pecado, ¿Pablo no ha pecado antes? Si has caído, ¿Pedro no lo hizo más que tú? Uno y otro, haciendo penitencia, no solo obtuvieron la salvación, sino que llegaron a ser grandes santos, e incluso se han convertido en los ministros de la salvación, los maestros de la santidad. Haz tú lo mismo hermano, ya que por ti la Escritura los llama “los hombres de misericordia”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Leave a Comment