«Tú sígueme. Y deja que los muertos entierren a sus muertos» Mt 8,22.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,18-22
En aquel tiempo, Jesús viendo que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro que era discípulo, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Tú sígueme. Y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Ni siquiera pidió al Señor que le permitiera ir a su casa y dar la noticia a los suyos, por lo demás tampoco lo hicieron los pescadores. Estos dejaron las redes, la barca y padre, y Mateo su oficio de alcabalero y su negocio, para seguir al Señor» (San Juan Crisóstomo).
El texto de hoy que se encuentra también en Lucas 9,51-62, aborda las condiciones para el seguimiento cristiano. Jesús responde de manera exigente y radical con la expresión «Tú sígueme. Y deja que los muertos entierren a sus muertos». De esta manera, señala claramente que el seguimiento no debe aplazarse y el discípulo no debe perder el tiempo en cosas y situaciones que no tienen proyecciones futuras y, fundamentalmente, que no tienen relación con la vida. El escriba no era consciente de ello.
El seguimiento a Jesús no admite condiciones, implica rechazar obligaciones humanas, si es que retrasan la obediencia al Señor. Es el precio del seguimiento. El seguimiento implica cumplir los mandamientos y hacer realidad las bienaventuranzas por donde vayamos. Solo el que vive libre de toda atadura terrenal, es capaz de seguir a Jesús radicalmente. En este sentido, toda vida es una vocación y una llamada de Dios a la santidad. Sigamos a Jesús para participar también en el tiempo glorioso de su resurrección y vida.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
¡Qué contraste abismal entre las ilusiones humanas y la realidad del seguimiento de Cristo! El escriba se acerca con entusiasmo aparente: «Maestro, te seguiré adonde vayas», pero Jesús desvela inmediatamente la dureza del camino: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Esta respuesta no es desaliento, sino revelación: seguir a Cristo significa abrazar la radicalidad de su despojo.
Como observa Benedicto XVI, «Jesús no promete comodidades a quienes lo siguen, sino participación en su misterio pascual». La metáfora de las zorras y las aves contrasta la provisión instintiva de la naturaleza con la desnudez voluntaria del Hijo de Dios. Cristo no posee ni busca seguridades terrenas porque su tesoro está en otra parte (Mateo 6,20-21). Su pobreza es teológica: revela al Dios que se despoja para enriquecernos con su indigencia (2 Corintios 8,9).
El segundo encuentro profundiza la exigencia: «Tú sígueme. Y deja que los muertos entierren a sus muertos». Estas palabras, aparentemente ásperas, revelan la urgencia escatológica del Reino. Como afirma San Juan Pablo II: «El seguimiento de Cristo exige una prioridad absoluta que trasciende incluso los deberes familiares más sagrados». Este pasaje encuentra su paralelo en Lucas 9,59-62, donde otro discípulo pide despedirse de su familia, y Jesús responde: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno del Reino de Dios».
La expresión «deja que los muertos entierren a sus muertos» distingue entre la muerte física y la muerte espiritual. Los espiritualmente muertos pueden ocuparse de los ritos fúnebres; quien ha encontrado la Vida debe proclamarla sin dilación. Este texto resuena con la llamada de Eliseo en 1 Reyes 19,19-21, pero con una radicalidad mayor: Cristo no permite ni la despedida que Elías concedió a su discípulo.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús: concédenos, a través del Espíritu Santo, la fe, la claridad y la valentía para seguirte, sin mirar atrás y siendo fieles testigos de tu amor.
Espíritu Santo, fortalece nuestra vocación de seguimiento total a Jesús, para que en las travesías que nos propones, seamos siempre portadores del amor de la Santísima Trinidad.
Padre eterno: fortalece con tu Santo Espíritu al Papa León XIV, a los obispos, a los sacerdotes, a los consagrados y consagradas, en la misión de llevar la Palabra a todos los confines de la tierra y de ser ejemplos del amor de Nuestro Señor Jesucristo.
Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.
Dulce Madre María, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Cristo en su radical despojo: ¡qué abismo de amor y qué cumbre de libertad! Él, que siendo rico se hizo pobre por nosotros, nos enseña que la verdadera riqueza consiste en no poseer nada que nos impida poseer a Dios. Su desnudez es plenitud, su indigencia es abundancia, su intemperie es hogar definitivo en el seno del Padre.
Contempla también a los personajes que lo rodean: el escriba ilusionado, el hijo temeroso por su padre… ¿En cuál de ellos te reconoces hoy? ¿Eres quien se entusiasma, pero no da el paso? ¿Eres quien espera primero cerrar asuntos “pendientes”? Hoy el Señor pasa junto a ti. No esperes a que todo esté resuelto. No pongas condiciones. Sigue a Cristo ahora, aun con dudas, aun con fragilidades. Apóyate en su paso. Respira su libertad. Haz silencio y escucha su voz: «Sígueme».
Como propósito, identifica aquello que te impide responder plenamente a la llamada. Puede ser un miedo, un proyecto, un vínculo mal ordenado. Practicando el desprendimiento progresivo, entrégaselo al Señor en tu oración. Y da un paso concreto, pequeño pero firme, en dirección a ese seguimiento sin reservas.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una meditación de San Juan Clímaco:
«El que de verdad ama a Dios, y el que de verdad busca el Reino de los cielos, el que de verdad se arrepiente de sus pecados, y recuerda al juicio a venir, y ha entrado en el temor de su propio fin, no amará desordenadamente nada en este mundo. No tendrá más apego, ni preocupación por el dinero, las riquezas, parientes o la gloria del mundo, ni por amigos, hermanos o lo que fuere sobre la tierra. Sino que, habiendo rechazado toda preocupación que concierna todo esto, y más aún su propia carne, seguirá a Cristo. Lo seguirá desnudo, sin preocupaciones, con fuerza, mirando sin cesar hacia el cielo, esperando de él toda ayuda, según las palabras del santo profeta “¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza!” (Jer 17,7).
Después de haber abandonado todo lo que he dicho, siguiendo el llamado no de un hombre sino del Señor, sería muestra de una gran confusión que nos preocupáramos por otra cosa que no será de utilidad cuando lo requiriésemos, es decir, en el momento de la muerte. Por eso, el Señor expresa “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,62). El Señor conoce bien nuestra fragilidad en los comienzos y sabe con qué facilidad la estadía entre la gente del mundo o sus conversaciones, nos llevarían de nuevo hacia lo mundano. Por eso cuando uno de sus discípulos le dijo “Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre”, Jesús le respondió: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,21-22) …
Nosotros, que resolvimos seguir nuestra carrera con ardor y prontitud, estemos atentos al juicio que el Señor ha portado hacia los que viven en forma mundana y, aunque vivos, están muertos».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.