LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma» Mt 8,26.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,23-27

En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él sus discípulos lo despertaron diciéndole: «¡Señor, sálvanos que nos hundimos!». Él les respondió: «¿Por qué tienen miedo? ¡Hombres de poca fe!». Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Lo despertaron diciendo: “¡Señor, sálvanos que nos hundimos!”. Mira la fe de los discípulos: aunque tiemblan de miedo, no acuden a otro, sino al Señor; saben que sólo Él puede salvarlos. El dormir de Cristo es figura de su paciencia, de su humanidad verdadera; Él que puede todo, quiso mostrarse también como uno que duerme, para que en su despertar nos enseñe que no hay tormenta que Él no pueda calmar.

El reproche “¿Por qué tienen miedo? ¡Hombres de poca fe!” no es para avergonzarles, sino para invitarles a confiar más. Pues no es la tormenta exterior la que debe ser temida, sino la tempestad interior, cuando la fe se apaga y el alma olvida al Señor. Y al calmar el mar, les muestra que no sólo tiene poder sobre las enfermedades y demonios, sino también sobre los elementos. Él es el Señor del cielo y de la tierra, el que con una palabra creó todo, y con otra palabra lo sostiene. Que los que navegan por la vida en la barca de la Iglesia no teman los vientos contrarios. Cristo está presente. Aunque parezca dormido, su poder nunca cesa» (San Jerónimo).

Hoy seguimos meditando los milagros de Jesús que Mateo narra entre los capítulos 8 y 9. El episodio de hoy se desarrolla en el Mar de Galilea, un lago de agua dulce rodeado de montañas, famoso por sus tempestades súbitas e intensas, producto de corrientes de aire que descienden de las alturas. En tiempos de Jesús, Galilea era una región diversa: habitada por judíos piadosos, pero también por paganos y comerciantes; una zona fronteriza, rica en intercambios culturales, pero también cargada de tensiones sociales.

Los discípulos, la mayoría de ellos pescadores, conocían bien las aguas del lago, pero el temor que manifiestan ante la tempestad revela que esta era una tormenta inusitada, símbolo del caos y la amenaza de muerte. En la mentalidad judía, el mar representaba las fuerzas del abismo, el caos primordial (Gn 1,2), lo incontrolable que sólo Dios puede dominar (Sal 89,10). Dormir en medio de una tormenta, como lo hace Jesús, denota una confianza divina absoluta, y a la vez una pedagogía del abandono.

Este relato tiene también un profundo trasfondo eclesial. La barca ha sido tradicionalmente símbolo de la Iglesia que navega en medio de las tribulaciones del mundo. Los discípulos representan a todos los fieles que, incluso caminando con Cristo, a veces dudan de su presencia eficaz. Este milagro no es sólo prodigio natural, sino una epifanía: una revelación de la identidad de Jesús como Señor de la creación.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La escena del Evangelio es un espejo del alma humana. La barca sacudida por las olas es imagen de nuestra vida herida por el miedo, las dudas, los fracasos, las noticias que desbordan, las noches sin respuestas. El Maestro duerme. ¿Dónde estás, Señor, cuando las olas golpean? ¿No te importa que perezcamos? (Mc 4,38). Pero en su aparente silencio, Jesús está presente. Su sueño no es indiferencia, sino una pedagogía divina: nos permite tocar los bordes de nuestro abismo para que le supliquemos desde lo hondo: «¡Señor, sálvanos que nos hundimos!» (Mt 8,25). Y cuando se levanta, su voz no se dirige solo al mar, sino también a nuestro corazón: «¿Por qué tienen miedo? ¡Hombres de poca fe!».

Este relato resuena con otros pasajes: Pedro caminando sobre las aguas y dudando (Mt 14,28-31), el Salmo 107, que narra cómo los marineros claman al Señor en la tempestad y Él los libra, y Apocalipsis 21, donde ya no habrá mar, porque todo caos ha sido vencido.

Hoy, muchas tormentas nos azotan: guerras, crisis económicas, enfermedades, rupturas familiares, miedos existenciales. Y, sin embargo, Cristo sigue en la barca. El verdadero milagro no es solo que calme el viento, sino que transforme nuestro miedo en fe. Que su Palabra sea la roca en medio de nuestras aguas agitadas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús: aumenta, a través del Espíritu Santo, nuestra fe, para seguirte con firmeza, aun en medio de las tempestades. Repitamos todos, como en Marcos 9,24: «Señor, creo, pero aumenta mi fe».

Padre eterno: envía tu Santo Espíritu y renueva la faz de la tierra. Renuévala, Señor.

Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

Dulce Madre María, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contempla la barca, ese pequeño frágil refugio en medio del mar embravecido. Mírala como la Iglesia, como tu propia vida. El viento ruge, las olas se elevan, los remos tiemblan. Y, sin embargo, Él está allí. Dormido, sí, pero presente. No abandona. No huye. No teme.

En el silencio de la oración, escucha su voz: “¿Por qué tienes miedo?”. Es un susurro que atraviesa la tormenta. Una caricia que sostiene el alma. Una sacudida que despierta la fe. Hoy, toma una decisión: cuando lleguen las tempestades —porque vendrán— no huyas, no reniegues, no te encierres. Ve a Él. Clama. Despiértalo con la fe.

Dedica hoy un momento concreto a nombrar tus miedos ante Jesús. Escríbelos, preséntaselos en oración. Luego, contempla una imagen de Cristo calmando la tempestad y deja que tu alma repose. Al final del día, agradece por cada instante en que sentiste su paz. Como decía san Juan Pablo II: «No tengáis miedo. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!». Él sigue venciendo tormentas.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una reflexión de Ermes Ronchi:

«Y Dios duerme. ¡Cuántas veces, en medio de las tempestades de la vida, hemos tenido la dolorosa impresión de que Dios estaba adormecido en alguna parte, lejos de nosotros! ¡Cuántas veces nuestras oraciones han volado lejos, sin que ninguna de ellas volviera atrás para traernos una respuesta!

Tal vez se deba a que tenemos más necesidad de milagros que de fe. El mundo se encuentra en medio de la tempestad, en la barbarie; lucha contra la muerte y la desesperación, y Dios duerme, y Dios no hace nada mientras las criaturas que él ha hecho así, que él ha hecho débiles, hacen frente a las horas de angustia.

Él está presente, pero de la única manera que se pueden salvar la libertad y el amor. Sin esto deja de haber hombre; sin esto no hay ni siquiera Dios. Como ellos, también yo querría que no hubiera nunca tempestades, y, sin embargo, la vida y la muerte están en guerra también dentro de mí… Y quisiera que al menos le regañara al huracán y le dijera: “Calla, cálmate”; que le repitiera a mi angustia: “Cálmate”. Quisiera ser eximido de la lucha. Quisiera un cielo siempre sereno y luces para indicar el camino. Pero sólo tengo la luz necesaria para dar el primer paso y la fuerza necesaria sólo para el primer golpe de remo. Y participo así en el conflicto entre el caos y la vida, participo en la victoria, tal vez lejana, pero segura, del Señor de la vida.

“Señor, ¿te importo?”: es la pregunta que nace de la historia de cada uno de nosotros. Repitámosla, vivámosla; repitámosla hasta que sacuda al que duerme, hasta que podamos oír la respuesta pacificadora y tranquilizadora: “Sí, me importas”. Y entonces cesarán los vientos que nos atormentan y dejará de darnos miedo el mar e iremos con él de orilla a orilla, de vida a vida, heridos, pero no rendidos, buscadores de un Dios próximo para quienes tienen el corazón herido».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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