LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán» Lc 10,41-42.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo, y una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. En cambio, Marta estaba atareada con todo el trabajo de la casa; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me ayude». Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar. El hombre de hoy siente mucho la necesidad de no limitarse a las meras preocupaciones materiales, e integrar, en cambio, su propia cultura técnica con superiores y desintoxicantes aportaciones procedentes del mundo del espíritu. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, más o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía» (San Juan Pablo II).

La escena tiene lugar en Betania, pequeña aldea cercana a Jerusalén, en casa de Marta y María, hermanas de Lázaro. Es un contexto doméstico, de hospitalidad judía, donde recibir a un huésped, sobre todo a un rabí, implicaba un servicio esmerado. La cultura semita valoraba enormemente la acogida, pero también marcaba con rigidez los roles femeninos en el hogar. Mientras Marta encarna ese papel tradicional de anfitriona diligente, María se sienta a los pies de Jesús, como lo haría un discípulo varón, gesto que ya de por sí desbordaba las costumbres de la época.

El gesto de María, escuchando la Palabra como prioridad absoluta, revela el centro del discipulado cristiano. Jesús, con su presencia, no solo redimensiona el valor de la acción, sino que exalta la escucha como el lugar donde se fragua la verdadera intimidad con Dios. El relato cuestiona estructuras culturales, invita a una libertad interior y proclama que el corazón del Evangelio es la relación viva y amorosa con el Señor.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán» (Lc 10,42). En estas palabras se esconde un secreto del alma contemplativa: el descubrimiento de que solo uno es necesario. Marta se afana, corre, sirve… y sin embargo su corazón está turbado. María, en silencio, está a los pies del Maestro, como el alma que se deja abrazar por la voz del Verbo eterno.

Este texto no condena el servicio; lo ordena. Porque sin escucha, el hacer se vuelve agitación; sin oración, el servir puede transformarse en exigencia. En María descubrimos la sed del alma que ha hallado su fuente. Como en el Salmo 27: «Una sola cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida».

Jesús no reprende a Marta por trabajar, sino por estar inquieta y preocupada. En 1 Cor 7,34, Pablo alaba la libertad interior de quien puede dedicarse por entero al Señor. María representa ese corazón indiviso. El eco de esta elección se encuentra también en Mt 6,33: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia…».

Hoy, cuando nuestras agendas nos esclavizan y el ruido exterior impide el silencio interior, esta escena nos sacude. No basta hacer cosas por Jesús: es preciso estar con Él. Como el salmista en el Salmo 131: «Estoy tranquilo y en silencio, como niño en brazos de su madre». La mejor parte es habitar en esa Presencia que transforma.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos.

Santísima Trinidad, fortalece con tu Espíritu Santo al papa León XIV, a los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, para que, en unión íntima con Nuestro Señor Jesucristo y encendidos por la fe, la esperanza y el amor, puedan convertir en acción la Palabra y afrontar con alegría las fatigas de su ministerio.

Santísima Trinidad, prepara nuestros corazones para que la semilla de la Palabra caiga en campo fértil y, así, podamos formar parte del proyecto de salvación que nos tienes reservado a cada persona.

Espíritu Santo, sigue fortaleciendo nuestros esfuerzos para llevar la Palabra en nuestra vida diaria y otórganos los dones para llevarla a la práctica.

Amado Jesús, ten compasión de las almas benditas del purgatorio y muéstrales la hermosura de tu bondad y misericordia. Te lo suplicamos Señor.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

El corazón del Evangelio se hace hogar en Betania. Allí, donde Marta corre y María escucha, Jesús revela la perla preciosa de la contemplación. No se trata de oponer acción y oración, sino de establecer el orden del amor. Contemplar es amar con la mirada, beber con el alma, descansar en el corazón de Dios.

Formulo las siguientes sugerencias: comenzar cada jornada con 10 minutos de silencio ante el Evangelio; cultivar una “presencia orante” en medio de las tareas diarias; y preguntarnos antes de actuar: “Esto, ¿a dónde me conduce: al ruido o al Señor?”

Como en el Cantar de los Cantares 2,14, el Amado nos dice: «Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz». Dios busca nuestro rostro atento, no nuestras agendas saturadas. La contemplación transforma el tiempo en eternidad. En medio del mundo agitado, sé también como María: escucha, permanece, recibe, ama.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía del Papa Francisco:

«También este domingo continúa la lectura del décimo capítulo del evangelista Lucas. El pasaje de hoy es el de Marta y María. ¿Quiénes son estas dos mujeres? Marta y María, hermanas de Lázaro, son parientes y fieles discípulas del Señor, que vivían en Betania. San Lucas las describe de este modo: María se pone a los pies de Jesús, en escucha, Marta en cambio se deja absorber por las cosas que hay que preparar, y está tan ocupada que se dirige a Jesús diciendo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Y Jesús le responde reprendiéndola con dulzura: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria”.

¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es esa cosa sola que necesitamos? Ante todo, es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Pero entonces, ¿por qué Marta recibe la reprensión, si bien hecha con dulzura? Porque consideró esencial sólo lo que estaba haciendo, es decir, estaba demasiado absorbida y preocupada por las cosas que había que «hacer». En un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca están separadas de la fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, el estar —como María— a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo. Y por esto reprende a Marta.

Que también en nuestra vida cristiana oración y acción estén siempre profundamente unidas. Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda… es una oración estéril e incompleta. Pero, del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento sólo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado. San Benito resumía el estilo de vida que indicaba a sus monjes en dos palabras: “ora et labora”, reza y trabaja.

Es de la contemplación, de una fuerte relación de amistad con el Señor donde nace en nosotros la capacidad de vivir y llevar el amor de Dios, su misericordia, su ternura hacia los demás. Y también nuestro trabajo con el hermano necesitado, nuestro trabajo de caridad en las obras de misericordia nos lleva al Señor, porque nosotros vemos precisamente al Señor en los hermanos necesitados.

Pidamos a la Virgen María, Madre de la escucha y del servicio, que nos enseñe a meditar en nuestro corazón la Palabra de su Hijo, a rezar con fidelidad, para estar, cada vez más atentos, concretamente, a las necesidades de los hermanos».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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