BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, REINA DE LA PAZ
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» Lc 1,46-47.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-47
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La oración con la que pedimos el don de la paz es una contribución insustituible a la instauración de la paz. Por medio de Cristo, en quien se nos concede toda gracia, podemos disponernos a acoger el don de la paz. ¿Y cómo no habríamos de desear buscar apoyo a lo largo de nuestro camino en la intercesión de María, su madre, de quien nos dice el Evangelio que encontró gracia ante Dios?
Es la humilde Virgen de Nazaret, que se ha convertido en la madre del Príncipe de la paz, del que nació bajo el signo de la paz y que proclamó: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Ahora bien, el Evangelio nos enseña que María es sensible a las necesidades de los hombres. No vacila en intervenir en Caná para alegría de los habitantes de un pueblo invitados a una boda. ¿Cómo podría no intervenir en favor de la paz, en favor de este bien tan precioso, si somos capaces de invocarla con un corazón sincero? Cristo respondió generosamente a la que dijo: “No les queda vino”. ¿Cómo podría dejar de responder con la misma generosidad a esta otra petición: “No tienen la paz”?» (San Pablo VI).
Hoy celebramos a Nuestra Santísima Madre, la Bienaventurada Virgen María, Reina de la Paz, y lo hacemos meditando el pasaje evangélico de la visita de Nuestra Madre a su prima Santa Isabel, que es un acontecimiento familiar y sencillo, pero de una trascendencia divina y eterna.
Esta escena es trascendente porque es como un pentagrama donde el Magnificat empieza a sonar, es una danza de gozo en los umbrales de la historia de la salvación.
De manera especial, hoy 28 de julio, se celebra el aniversario de la Independencia del Perú, desde PAX TV, deseamos a todos los peruanos: Felices Fiestas Patrias. Que Dios, Nuestra Santísima Madre y San José bendigan al Perú y al mundo con la Paz, un bien tan preciado.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«María se puso en camino y fue aprisa» (Lc 1,39). Hay urgencia en el corazón que ama. No hay demora en quien ha acogido al Verbo. La Madre de Dios, llevando en su seno al Príncipe de la Paz, atraviesa montañas para servir y alegrar. La Visitación es un acto de caridad en movimiento, una liturgia que se celebra en el hogar de Isabel, donde dos mujeres, dos niños y el Espíritu Santo comulgan en exultación.
El saludo de María estremece el alma de Isabel y hace saltar al Bautista en su vientre. Es la primera liturgia cristiana, donde la voz porta la presencia, y la alegría confirma la misión. ¡Cuántas veces nuestras palabras carecen de ese poder porque no llevamos a Cristo dentro! La reacción de Isabel es también profética: reconoce en María la fe de quien ha creído, no porque ve, sino porque escucha y confía. Ella encarna el nuevo Israel que camina en la fe (cf. Heb 11,1). Esta escena tiene resonancias en otros textos: el «Magnificat» (Lc 1,46-55), la voz que hace vibrar corazones (cf. Jn 10,27), y la bienaventuranza del que cree sin ver (cf. Jn 20,29).
Esta visita nos interpela: ¿Soy portador de Cristo? ¿Mi presencia, mi palabra, hacen saltar de gozo a los demás? ¿Voy aprisa a servir, o me demoro en mis cómodas montañas? En la voz de María, el Verbo se hace canto. En su prisa, el amor se hace camino.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Te suplicamos, Señor, mires propicio la devoción de tu pueblo, para que, por la intercesión de la Virgen María, alcancemos, como dones de tu gracia, la paz en la vida presente y tu compañía eterna en los cielos.
Madre Santísima, Reina de la Paz, en el día del aniversario de la Independencia del Perú, te pedimos intercedas ante la Santísima Trinidad para que nos otorgue la paz y la reconciliación, que nos des sabiduría, trabajo y, sobre todo, mucha fe.
Padre eterno, concédenos que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos cantar siempre tus maravillas, tal como Nuestra Santísima Madre lo hizo.
Padre eterno, tú, que eres amoroso, paciente y misericordioso, perdona y purifica las almas de los difuntos y llévalos a tu morada celestial, en especial a todos aquellos que partieron sin conocerte y en momentos extremos de falta de lucidez espiritual.
Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Cierra los ojos del cuerpo, abre los del alma. Imagina a María cruzando las colinas de Judá, con el Verbo en su vientre y el cielo en su sonrisa. El aire vibra con el gozo silencioso de lo eterno encarnado. En cada paso, la historia da un giro; en cada palabra suya, el Reino comienza.
Contempla su visita. Es Dios quien visita. Es la Paz que llega sin estrépito, es la Presencia que hace saltar el corazón de Juan. En esta escena cabe la vida entera: espera, camino, encuentro, canto. Es la liturgia de lo cotidiano, cuando Dios se acerca disfrazado de visita, de saludo, de voz.
Te propongo lo siguiente: lleva una palabra de alegría y consuelo a alguien que esté solo o enfermo. Haz una visita concreta con espíritu de oración y servicio. Reza el Magnificat cada noche, dejando que se grabe en el alma. Pide a María ser portador de su Hijo en tu hogar, en tu trabajo, en tu comunidad. Y, cuando no sepas qué decir, que tu sola presencia, como la de María, lleve la paz.
Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre, la Bienaventurada Virgen María, Reina de la Paz, con un texto de Stefano de Fiores:
«Maria, en cuanto madre de Cristo, está en relación con la paz, porque su hijo es rey de paz y nuestra paz. La profecía de Miqueas prefiguraba ya al mesías coma alguien que aporta seguridad: “Y tal será la paz” (Miq 5, 14). Y Maria no solo oyó del ángel que Jesus reinará para siempre sabre la casa de Jacob, sino que oyó el relato de los pastores de que había resonado en los campos de Belén este anuncio angélico: “Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,14). María, a quien el evangelio de Lucas presenta como mujer judía practicante y devota según la ley de Moisés, vivió el paso doloroso desde una actitud de separación del mundo pagano, mediante los distintos deberes y ritos de purificación, al universalista que deriva de la caída de los muros entre judíos y paganos, entre amos y esclavos, entre hombre y mujer. Ella pasa, según la enseñanza de los apóstoles, del Dios de Israel al Dios padre de todos, de la ley de Moisés a la nueva alianza evangélica del régimen legal a la vida según el Espíritu.
En María se realiza sin más la promesa de Pablo a los que oran con confianza: “La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesus. Y el Dios de la paz estará con vosotros” (Flp 4,7.9). La paz constituye la condición del creyente, como derivación directa de la presencia del Dios de la paz en él.
María, tipo ideal de la Iglesia, es imagen del ser humano pacificado, porque se siente amada por Dios (Lc 1,26). Más aun, experimenta en su propia vida la acción misteriosa y salvífica del Dios poderoso, santo, misericordioso y fiel (Lc 1,46-55). Ella inaugura el camino de la paz coma criatura nueva sabre la que derrama el Espíritu del proto-Pentecostés (Lc 1,35) para confirmarla en el corazón nuevo, o sea, en la conciencia renovada que actúa únicamente por amor».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.